viernes, 30 de septiembre de 2016

18. NÚMEROS PRIMOS: 1, 2, 3, 5, 7…



“En matemáticas un número primo es un número natural mayor que 1 que tiene únicamente dos divisores distintos: él mismo y el 1”. La lista de ellos comienza o no con el uno, según la convención matemática utilizada. Pero como lo de los números primos aquí es una simple disculpa para generar un título distintivo y diferente, he decidido incluir el uno. Con los siguientes me ha pasado que la retahíla sucesiva ha variado respecto a la que a mí me hicieron estudiar de carrerilla: “uno, tres cinco, siete…”. En los nuevos tiempos hay que insertar al dos (con todo derecho por su parte). Me ha sucedido igual con el orden de letras del ácido sulfúrico en la nomenclatura química, pero afortunadamente su naturaleza y propiedades siguen siendo las mismas. También con cuestiones variadas del lenguaje, los modales cívicos e infinidad de asuntos más. A algunos cambios me adapto y acostumbro, de otros ni me entero, y en ciertos casos directamente me hago objetor. Pero como acabo de informar, este título obedece sencillamente a una ocurrencia personal que, en forma de juego verbal, pretende presentar un collage de pequeños temas inconexos, pero en mayor o menor medida relacionados con las temáticas habituales sobre las que escribo. Vamos allá.

Uno. Un libro.

Acabo de finalizar la lectura de un magnífico libro: “El río que nos lleva”. De José Luis Sampedro. Esta novela la empecé hace años, pero tuve que dejarla apartada, bien entrada su trama, por razones que ya no recuerdo, aun cuando me estaba gustando mucho. El caso es que ya terminando el verano, la volví a empezar y con ella he seguido hasta finalizarla. Es un texto estupendo por muchas razones, aparte de su evidente calidad literaria. El autor era una persona muy especial, con ideas y declaraciones de gran sabiduría y criterio para la época tan convulsa, injusta y malévola que vivimos actualmente. De hecho, son muchas las personalidades públicas que han querido presentarse como actores legítimos del pensamiento de Sampedro, aunque en la mayoría de los casos, apenas dados unos pasos en la arena pública, han dejado entrever que en realidad tal postulado no es más que una máscara. El otro día escuché, en un programa de radio, una entretenida colección de cuñas con declaraciones relativamente recientes del autor (poco tiempo antes de su fallecimiento). Fue un placer y todo un estímulo para la reflexión. En una de ellas comentaba que del histórico lema que arengó a la Revolución Francesa, algunos sistemas políticos habían entresacado (y no del todo bien por cierto) exclusivamente la libertad, otros la igualdad, pero ninguno la fraternidad, la cual se erige como la gran asignatura pendiente de nuestra sociedad global.

Centrándonos en la novela indicada, tengo que decir que me atrevo a hablar de ella en este espacio porque se desarrolla enteramente en un viaje nómada fluvial. Aunque sus protagonistas (muchos porque se trata de una aventura coral) viajen la mayoría caminando o saltando sobre troncos flotantes, lo hacen siguiendo el curso del río Tajo durante muchas semanas. Son gancheros y algunos otros personajes que se unen o encuentran con ellos. El río cuenta la historia del viaje y se lleva las que cada cual trae consigo de antes. El cauce dibuja un curso variado e interesante. Recorre y muestra el paisaje geográfico y humano. Describe el paso del tiempo y de las estaciones. El río aparece con sus diferentes perspectivas: la interna, la de superficie y la externa desde la orilla o desde los altos cerros que lo observan. A mí se me antoja, y por eso lo traigo aquí, como un auténtico viaje fluvial que bien emparejo con esos que tanto me entusiasma abordar en kayak. En su caso, con la dinámica de un grupo de gancheros que muestra un carácter y unas formas de proceder cargadas de bagaje antropológico. Pero en cuestión de ritmo, sucesivas apariciones, guión de acontecimientos, sensaciones de perspectivas, etc. ambos viajes se asemejan mucho más de lo que cualquiera que no haya practicado el piragüismo nómada pudiera suponer. Así pues, me atrevo a recomendar esta novela como lectura de complemento ideal para viajeros fluviales en general y palistas itinerantes en particular. En ella hay río, mucho río. Hay paisajes cambiantes de esa España interior, plagada de tesoros paisajísticos y rurales, poblaciones, habitantes e historia incluidos. Hay acción, repartida y variada a lo largo de todo el texto. Se secano y acuática. Hay descripción, pormenorizada e interesante. También rebosa trama y sentimientos, gran cargamento de humanidad: buena, maliciosa y diversa. Y por si fuera poco, incluso filosofía y reflexión sobre el sentido de la vida. Definitivamente recomiendo el libro, es magnífico, y gracias a muchas de sus cualidades, incluso a sus potenciales lectores, les puede, hasta cierto punto, aportar muchas de las sensaciones que provoca un verdadero viaje fluvial en kayak (sin que tales embarcaciones aparezcan en la narración).

Dos. Una pareja.

A Chus y a Ana, los conocí durante el curso 1991-1992. Son los padres de una estupenda alumna que tuve en un instituto. La chica era una verdadera amante de la Educación Física y de la totalidad de actividades que a través de dicha asignatura yo programaba en el centro. Como una de ellas consistió en que la iniciara con excelentes condiciones en el esquí alpino de fuera de pista, la familia me “devolvió” la deferencia permitiéndome conocer el esquí de montaña (“travesía”). Desde entonces lo practico todos los años, habiéndose convertido, casi con toda probabilidad en mi actividad deportiva preferida. Pero a lo que iba, aunque Chus y Ana también practican el kayak de mar y el esquí, son por encima de todo montañeros. Montañeros de verdad: peninsulares, pirenaicos, andinos, alpinos, del Atlas… Llevan toda la vida viajando por las cordilleras del globo. De hecho, su filosofía ha sido siempre mucho más viajera que coleccionista de retos o cumbres. Y con tal “ideología”, pues las bicicletas también han tenido importante hueco en su vida y en su deambular, han practicado bastante ciclismo de montaña o carreteras olvidadas. Ambos son mayores que yo. Bastante más mayores que yo en realidad. Pero la edad no ha mermado ni un ápice sus ánimos ni actividad. Al contrario, con su actual condición de jubilados, el factor tiempo se les ha expandido, y gracias a ello no es fácil tenerlos a mano durante gran parte del año. Recientemente he hablado con ellos por un par de cuestiones, pero lo he hecho en la distancia y a través de la tecnología porque apenas han aselado unos días en casa entre uno y otro viaje. Ahora mismo están entusiasmados con sus nuevos juguetes: sendas bicicletas de montaña con asistencia eléctrica, las cuales, sin renunciar a las prestaciones, propiedades y sensaciones de siempre, les siguen permitiendo ser autónomos viajando durante largas y duras etapas con sus alforjas a cuestas. Algún amigo o lector habitual me dirá que parezco otro, aplaudiendo unas bicicletas eléctricas. Entonces es que no me entendió en su día o que yo me expresé muy mal. Lo que digo es que por ahora no me hace falta, pero soy el primero en admitir que el día que necesite una, me sentiré feliz de poder disfrutar del invento, gracias al cual podré quizás alargar la práctica de mi vocación ciclo-viajera. Aquí la cuestión es ser vitalmente inteligente para saber cuándo es el momento ideal para adoptar su uso. Ni demasiado pronto (por vagancia, comodidad, consumismo…), acelerando quizá una merma de las facultades de rendimiento; ni demasiado tarde (prolongando un inútil sufrimiento y renunciado a algunos planes atractivos); ni desde luego negándose por estúpidos principios (prescindiendo de una afición tan arraigada). Este verano Chus y Ana salieron de Santander, ascendieron el puerto de Lunada y pedalearon hasta Almería. Sin prisa pero sin pausa. Viajando y disfrutando. Y poco después de su regreso me entero de que se encontraban ya recorriendo los cañones del Sil y parte del Miño. ¡Vaya par! Me alegro por ellos. Auténtico espíritu Tajahierro.

Tres. Tres jardines.

Ya hace años confesé en estos textos que me gustan los jardines. Algunos particulares y otros públicos o famosos. El tamaño no es la clave, sino su naturaleza, su forma, configuración espacial, contenido, diseño… o cualquier otro atributo que me inspire atracción por ellos o me estimule admiración y disfrute. Evidentemente los hay que no me dicen nada, pero los que lo hacen, me regalan mucho placer. Creo que esta inclinación ya la he afirmado en más de una ocasión a lo largo de tantos capítulos como llevo ya escritos. Eso y el hecho de que desde hace algún tiempo, cuando viajo a destinos urbanos o civilizados, si me entero de que en ellos hay posibilidad de visitar o conocer algún parque o jardín potencialmente atractivo, hago un hueco en mi agenda, anteponiéndolo a muchas otras propuestas. Y tres son los que recuerdo haber conocido este verano. Quizás haya habido alguno más, pero estos me han causado una excelente impresión. Los enumeraré por orden cronológico. El primero es pequeño. Se trata de un jardín que lo fue particular, perteneciente a una mansión urbana de Madrid. Tal hogar actualmente es el Museo “Casa” Sorolla. Se trata de un jardín de reducidas dimensiones y muy “urbanizado”. Con ello quiero decir que la estructura de pavimento y elementos constructivos no vegetales son los que marcan su diseño y ocupan gran parte del mismo. Tiene una planta de dos rectángulos colocados en ángulo recto, separando la casa de la calle y de uno de los edificios colindantes con la finca. Los expertos explican que consta de tres espacios diferenciables: uno inspirado en el Jardín de Troya del Alcázar de Sevilla, otro en el Generalife de Granada y el otro es un estanque presidido por un grupo escultórico. Tecnicismos aparte, el jardín tiene columnas, esculturas, fuentes, estanques, bancos, pérgolas, ángulos y una disposición exquisita y muy acertada. En pleno verano madrileño regala sombra, frescura y sensaciones acuáticas. Los componentes se recubren con proliferación y variedad de vegetación y todo el conjunto genera muchos juegos de luz y presenta cantidad de pequeños ambientes. Estando allí, si no se tiene prisa, uno comprende fácilmente que el pintor pudiera disfrutar enormemente de muchos de sus rincones, los cuales además le debieron servir tanto para crear bocetos o pintar cuadros, como para inspirarse.

 
Un rincón de los jardines del Museo Sorolla en Madrid. (Foto: tienesplaneshoy.blogspot.com)

El segundo no sorprenderá a nadie. Lo extraño, habrá quien asegure que imperdonable, es que no lo hubiera visitado nunca antes, pero la vida de cada cual discurre por unos derroteros no siempre controlables. Me estoy refiriendo a todo el conjunto de jardines de la Alhambra de Granada, incluidos el Generalife y los Palacios Nazaríes. El destino no se había dispuesto hasta este verano de manera que me hubiera ofrecido la oportunidad de conocerlos. Mis escasos viajes a Granada habían siempre tenido que ver con el esquí, y habían muy apretados de tiempo. Pero en esta ocasión, un viaje motero veraniego nos permitió poder recrearnos con cierta holgura en la ciudad andaluza. Escribir sobre la Alhambra me parece absurdo o insensato, teniendo en cuenta todo lo que han podido contar sobre ella eminentes literatos u otras personalidades de la cultura a lo largo de sus siglos de existencia. Así pues seré breve mencionando que sus jardines: variados, diversos, salpicados por todas partes y configurados en torno a unas ideas arquitectónicas pre-establecidas de gran personalidad y, por supuesto, con influencia completamente árabe, me llegaron al alma. Pasearlos sin prisa es un una experiencia inigualable. La comunión entre lo construido y lo plantado es de un equilibrio delicado y afinado. Y eso es así porque ambas funciones, la arquitectónica y la jardinera, parecen haberse buscado mutuamente para hacerse crecer y mejorar. Los espacios son muy grandes y varían constantemente en función del gran conjunto de edificios y de la abrupta orografía del territorio, la cual además, complementa las visiones con las panorámicas aéreas de la ciudad y la imponente presencia de la Sierra Nevada. Los jardines juegan con los colores y aromas de las flores. También con el porte y caprichosas formas de los diferentes árboles y arbustos presentes en muy diversas especies, según los rincones, espacios, etc. Pero además de todo ello, hay un elemento fundamental que parece dar vida ¡y personalidad! a todo el conjunto: ¡el agua!. El agua se distribuye de forma evidente o discreta, según los casos, por todos los jardines. Por los exteriores y por los interiores, por los llanos y por los que toman la forma de empinadas pendientes. El agua se muestra apacible en los estanques y juguetona en las canalizaciones. Sean estas a ras de suelo, escondidas, geométricas o de balaustrada de mano. Agua también significa fuentes. Y las fuentes (algunas de ellas) esculturas. La arquitectura complementa todo ello en los exteriores y el agua o lo vegetal también se introduce e integra en ciertos espacios interiores. Lo dicho, cualquier descripción resulta inútil, es algo que hay que sentir. Fundamentalmente oler y ver. Aunque también percibir al tacto (de las manos, de la piel salpicada, calentada, refrescada o aireada) y al oído. Y todo ello sin olvidar que recorrer aquellos espacios supone un auténtico viaje en el tiempo.

 
Un rincón de la Alhambra.

 
Jardines del Generalife.

El tercer parque elegido también era una deuda cultural obligada que tenía pendiente desde hacía mucho tiempo. Me refiero al Park Güell de Barcelona. Si la Alhambra era un viaje en el tiempo hacia un pasado remoto y oriental pero real, aquí nos trasladamos a un mundo imaginario, mágico y ficticio… pero de nuevo material y tangible. Nada de esas “realidades virtuales o aumentadas” que sospecho pretenden mantenernos cada vez más estabulados en nuestras casas o recintos de trabajo, a costa del deslumbre luminoso de las pantallas (2D) y hologramas (3D inmaterial), alejados de las acciones que cada vez más gente parece incapaz de acometer realmente. También aquí nos encontramos en un paraje eminentemente arquitectónico. De hecho, su origen fue el diseño de una gran urbanización muy especial, que finalmente tan sólo llegó a ver construidas dos viviendas particulares, y creo que tres casas más, que tenían funciones de servicio. Aún así, la arquitectura está amoldada al terreno, a la montaña, a las vistas y a la vegetación. Además, su estilo creativo es generoso en formas curvas, equilibrios insospechados y peculiares imitaciones o inspiraciones en lo natural y salvaje. Corredores de columnas inclinadas y rugosas, un vía crucis que trepa sinuosamente hasta unas peñas, respetando y jugando con el terreno natural y su vegetación. Senderos, pasarelas, escaleras y corredores que surcan en aparente desorden un bosque de ladera. También hay escultura luminosa con formas animales, bosques de columnas y bancos serpenteantes. Los colores de lo artificial se tornan tan arcillosos o de barro que se integran con lo terroso en algunas zonas, mientras que en otras resaltan y contrastan por sus colores vivos, sus superficies cerámicas o sus caprichosas formas. Modernismo y naturaleza fundidos de una forma indescriptible. Otro magnífico entorno por el que dejarse llevar aprovechando al máximo nuestros pies, nuestros sentidos y nuestra mente.

 
Detalle del Park Güell.

Cinco. Una cantidad incierta de chamanes.

Los chamanes son las personas responsables de la gestión de lo mágico dentro de las tribus. Son esos seres humanos más familiarizados con los misterios, los enigmas, los espíritus y las fuerzas sobrenaturales. Por eso ellos mismos resultan a veces algo escurridizos, parcialmente no humanos y quién sabe si fácilmente cuantificables. En ocasiones están, pero al rato se evaden. Quizás hayan muerto o desaparecido de este mundo, pero surgen, reaparecen o establecen comunicación en momentos concretos, en ocasiones señaladas. Por eso, aunque aquí voy a escribir sobre otro tipo de chamanes  mucho más materiales, tampoco sé a ciencia cierta si son cinco, seis o más, y en cualquier caso, nunca me acompañan a la vez.

Chamán es el nombre que el fabricante de kayaks Omei (Guipuzcoano) dio al que se convertiría (probablemente) en su modelo de piragua individual más popular. Es un kayak muy estable, de fondo bastante plano, construido en fibra de vidrio y con el casco en forma de piragua de río turística, esto es, prácticamente sin arrufo (el “abananamiento” característico de las embarcaciones de mar inspiradas en las inuit originales). Todas estas propiedades, junto con una manga no excesiva y una eslora suficientemente larga (cuatro metros holgados), la convierten en un barco muy estable, relativamente ligero, suficientemente fácil de dirigir en rumbo recto y muy seguro y polivalente. Va bien en cualquier tipo de aguas tranquilas, cojan éstas movimiento temporal o no (rápidos leves, oleaje, etc.). Aunque el modelo actualmente está descatalogado (típico de los chamanes), su presencia prolifera por nuestro territorio y aparecen casi en cualquier punto del mismo, cambiando de ubicación repentinamente con un simple ¡click! ¡gualapop! O lo que sea que los chamanes hacen cuando se teletransportan. Yo no tengo ningún kayak de este modelo. Tampoco me hace falta, porque mis necesidades individuales las cubre mejor un kayak de mar, algo más largo y equipado, y con la mencionada forma característica. Sin embargo, las propiedades del Chamán, sus grandes existencias en el mercado de segunda mano, así como el gran cúmulo de ventajas mencionado, hace que en varias ocasiones haya sido mi recomendación para bastantes amigos que se iniciaban en esto del piragüismo ocioso y viajero. Han sido ya unas cuantas las personas a las que he liado con esta actividad. Pero todas ellas han de reconocer que no ha sido empeño mío, sino todo lo contrario, insistencia suya cuando han sabido, conocido de cerca, o incluso probado la experiencia a través mío. Uno es Javier. Con su Chamán rojo completó nuestra travesía del Canal de Castilla. Pero Javier es uno o son dos, porque al final el barco le convenció tanto que acabó adquiriendo otro más para Isabel, con la que aún no he tenido el placer de navegar. Otro es Manu, quien tras disfrutar en Ciudad Rodrígo, de unos paseos sobre una Struer que le presté, acabó comprándose un Chamán azul verdoso claro, que aunque aún hoy reposa en mi jardín, ya ha estrenado en aguas santanderinas. Precisamente esta tarde he ido a ver otro Chamán, para comprobar su estado y decidir si Manu adquiere otro más para Nuria. Total que con estos, y otros dos más de los que hablaré a continuación, vuelvo a no saber cuántos son a ciencia cierta: cuatro, cinco, seis… dejémoslo (por conveniencia o licencia literaria) en el número primo. Los otros dos son los que, sin propiedad del todo definida, utilizan habitualmente mis amigos Juan y Marcos. Y tales utilizaciones en ocasiones son compartidas conmigo, ya sea en forma de largo paseo de ría aprovechando una pleamar viva, o incluso circunnavegando la Isla de Mouro con su alumnado. Juan lleva siendo un palista esporádico y esquiador asiduo, desde hace varias décadas. Marcos es otro polivalente con el que en ocasiones comparto el esquí de travesía o los viajes en bicicleta de montaña. Sus pretensiones piragüistas son esporádicas, y los Chamán les dan un perfecto servicio. Así pues, algo indescifrable me tiene vinculado al Chamán, a ese kayak misterioso que tan cerca siento últimamente pese a no formar parte de mi flota. Nuestra relación es buena, el hace crecer mi grupo de amigos palistas y yo a cambio, ocasionalmente, me doy alguna remada en uno de ellos y lo sigo recomendando para que no se extingan y haya gente que los mantenga activos.

 
Los Chamán de Manu y Nuria reposan en mi jardín.

Siete. Bicicletas.

Que nadie se asuste que no voy a componer aquí una larga ristra de contenidos ordenados por los sucesivos números primos. Pienso quedarme en el siete. Y lo voy a hacer presentando tal número de bicicletas con las que me he topado a lo largo de los últimos meses y que, por una u otra razón, han reclamado mi atención.

Las tres primeras corresponden a una modesta pero interesantísima colección privada. La de Canales. ¿Qué quién es Canales?. Pues Canales es Canales, el nombre da lo mismo porque a él le conocen por ese apellido. Tanto en Bilbao, donde desarrolló una larga carrera como propietario de una tienda y taller de bicicletas, y como director deportivo de escuelas y equipos menores por los que pasaron numerosos campeones ¡Y campeonas! de nuestro ciclismo. Como en Colindres y en Laredo, que son las villas más cercanas a su lugar de residencia actual, una casa a la que se accede por una cuesta de incalculable porcentaje, que se encarama sobre la desembocadura del río Asón. Su garaje está lleno de cachivaches y tan desordenado como el mío, pero algo más lleno. Y allí, lo que abunda por encima de otros tipos de enseres, son bicicletas. Bicis con historia e interés. Máquinas de entre las que he seleccionado tres para presentarlas aquí.

BICICLETA DE VICENTE BLANCO “EL COJO”.

La historia de Vicente Blanco es divertida, dramática e interesante casi desde cualquier punto de vista, pero no la voy a contar aquí, porque no es el momento y porque a mí me encanta como la narra Ander Izaguirre en su libro “Plomo en los Bolsillos”. Pero una de las cosas por las que se hizo famoso fue por su temprana participación en el Tour de Francia, en 1910. Aquella participación fue durante mucho tiempo considerada como la primera de un corredor español en La Grand Boucle, hasta que se descubrió que José Mª Javierre, un joven natural de Jaca que llevaba tiempo viviendo al otro lado de los Pirineos, fue inscrito con el nombre de Joseph Havière en el Tour de 1909. Detallitos históricos aparte, la cuestión es que circulan por ahí varias fotografías de Blanco posando con su bicicleta (o diferentes bicicletas) con motivo de numerosas pruebas en las que participó por territorio nacional. Ninguna de ellas es aquella con la que compitió en el Tour de Francia, ya que se sabe que al llegar allí, un solidario mecánico le prestó otra bastante más ligera que la que él llevaba. De poco le sirvió, porque el bilbaíno no terminó ni la primera etapa (bastante etapa había hecho previamente para llegar en bicicleta hasta París). Tampoco parece saberse si regresó a casa con su bicicleta original o con la que allí le prestaron. En cualquier caso, de lo que si tenemos certeza es de que Canales tiene una bicicleta de Blanco. Una Olympique (Cycles Oympique). La certeza deriva de que fueron los propios descendientes de Blanco los que se la entregaron a Canales. Por cuestiones de fechas, resulta imposible que la bicicleta en cuestión fuera la del Tour, ya que la carrera disputada fue la de 1910 y Oympique nació como marca en 1923, como preludio a la celebración de los Juegos Olímpicos de París del año 1924. En cualquier caso la bicicleta es una auténtica joya. Tanto por provenir de tan significado propietario original, como por el valor histórico de su propia marca. Se trata de una bicicleta muy antigua de carreras, con guardabarros de madera y cambios de buje tipo Sturmey Archer.
 
Vicente Blanco en el Tour de Francia con otros corredores (Foto: elmundo.es).

 
Detalle del plato y movimiento central de la Olimpique.
Publicidad de Cycles Olympique en 1924. (Imagen: “kristoff” – tontonvelo).

 
Buje trasero con cambio interno.

 
Bicicleta de Vicente Blanco “el Cojo”. El sillín es un Ideale y las llantas de madera.

 
Canales junto a su bicicleta.

COLNAGO ARABESQUE.

Colnago es un fabricante de bicicletas con enorme prestigio, pero con una historia más bien escueta si la comparamos con la de algunas (bastantes) otras marcas, ya que comenzó en 1952. Por eso no deja de ser algo chocante que despierte tanta admiración y mantenga tanta presencia entre las comunidades de ciclistas retro, cuando hay unos cuantos fabricantes que datan de 50, 60 incluso más años antes. Lo que seguramente sucede es que desde su fundación, Colnago ha elaborado hasta ahora magníficas bicicletas y siempre se ha mantenido ligado además a la “crème de la crème” de los competidores del máximo nivel. Y ello sin duda ha generado que muchos de nosotros, de chavales, pudiéramos tener una Colnago como objeto de deseo. Y parte de la vocación de los ciclistas retro actuales es la de ver cumplidos viejos deseos de infancia o juventud, en especial si quedaron entonces frustrados. Por eso tantos forofos, y en especial los recién llegados a este mundillo, quieren lucir una Colnago. Pues Canales tiene varias, de las cuales hoy voy a presentar dos. Vamos con la primera.
La Colnago Arabesque es lo que tradicionalmente se llama un ejercicio de estilo o una bicicleta de colección de las que las más prestigiosas firmas diseñan y montan para ser expuestas en los grandes salones internacionales de la bicicleta. Se trata de una bicicleta de carreras con cuadro de acero Columbus de la máxima calidad y fabricado con primor y multitud de pequeños detalles de pintura y acabado que, en su día, pretendían sugerir exclusividad. Los racores son delicadamente barrocos (dibujando arabescos), algunos pintados y otros cromados. El grupo entero es el Campagnolo 50 aniversario, ese que lleva incrustadas unas moneditas doradas en muchos de sus mecanismos. Sin duda una bicicleta elegante y única que, si la memoria y el cálculo no me fallan, es del año 1983 u 84, dependiendo cuando se montara.

 
Detalle de algunas piezas Campagnolo 50 aniversario.

 
Tubo de dirección con racores cromados.

 
Colnago Arabesque. Va equipada con un cuentakilómetros mecánico colocado junto al eje delantero.

COLNAGO CARBITUBO.

La segunda Colnago de Canales es una Carbitubo, aquellas prestigiosas bicicletas que el fabricante italiano construyera tanto en aluminio y titanio como con tubos pegados de carbono, allá por los años 88-91. El sistema se denominaba “dual” o “bitubo” porque el segmento inclinado del cuadro presentaba dos tuberías finas dispuestas una al lado de la otra, en vez del clásico tubo único de mayor diámetro. Lo que ocurre es que aquella disposición pronto se desarrolló más fabricada con carbono, porque era una época en la que este material empezaba a imponerse sobre todo lo demás, tras el éxito iniciado por Alan y Vitus, y cada vez más fabricantes con tuberías TVT. Esta bicicleta en cuestión fue utilizada por mi amigo Iñaki Gastón, aunque la cinta de manillar ha podido variar más de una vez.

 
Colnago Carbitubo ex-Iñaki Gastón. Montada con Shimano 600.

 
Detalle de los dos tubos inclinados.

 
Iñaki Gastón con el maillot verde del Rey de la Montaña en el Giro de 1991. (Imagen: “baroncheli” en parlamento ciclista).

GAITÁN.

Francisco Gaitán fue un sevillano muy emprendedor y creativo que nació en 1915. Sus primeros pasos comerciales los dio sobreviviendo a costa de vender caramelos y baratijas, hasta que con 19 años heredó el trabajo de su padre que consistía en cargar y descargar sacos de cemento en el muelle. En cuanto tuvo ahorros fundó, en 1936, su empresa Construcciones Gaitán S.L. dedicada a la fabricación y reparación de bicicletas, y más adelante al diseño y montaje de vehículos ligeros a motor (como su mítico y original Auto-tri). Entre sus creaciones podemos destacar una bicicleta de carreras que más allá de la configuración “bi” de Colnago (y varias décadas antes), presentaba un tubo vertical sustituido por tres finas tuberías soldadas al inicio y final de ese, casi completamente desaparecido, tubo. De esas bicicletas se ven muy pocas, pero afortunadamente para todos, una de ellas suele ser habitual en muchas marchas o encuentros retro, porque ya sea montada por Óscar o exhibida por Dani (Bicicletas Clásicas Leo) se encuentra en perfecto estado de restauración y enriquece el panorama habitual.

 
 Bicicleta Gaitán: vista de su aspecto más característico, el tubo vertical que enseguida desciende en forma de tres tubos finos. Propiedad de Óscar Ramos y restauración de Daniel (Bicicletas Clásicas Leo). (Imagen: Daniel – Bicicletas Clásicas Leo).

  
 Vista de la Gaitán completa. (Imagen: Daniel – Bicicletas Clásicas Leo).

 
El modelo en cuestión era popularmente apodado “Flauta” y no hay más que echar un vistazo al tubo central de los tres verticales para encontrar la causa de tan singular apelativo. (Imagen: Daniel – Bicicletas Clásicas Leo).

 
Esta vista de perfil nos puede dar pistas (suposiciones) sobre lo que el diseñador y constructor pretendía con tan exclusiva configuración: ¿Mayor ligereza, mejor compromiso resistencia-flexibilidad…? ¿o quizás también una aproximación máxima de la rueda trasera hacia el tubo vertical? Esta última idea también fue posteriormente buscada por los modelos Pentax de Otero, y por bastantes más fabricantes. Pero claro, la Gaitán es bastante anterior en el tiempo. (Imagen: Daniel – Bicicletas Clásicas Leo).

 
Equipo ciclista Gaitán de los años 40. (Imagen: “Cantabria ciclista. 100 años de Gloria”. FCC: Armando González Ruiz).

GAZELLE REPLICA OCAÑA.

Entre los aficionados a las bicicletas clásicas en mi tierra se encuentra Carlos Maza. Es amigo de dos amigos míos (Carlos Arozarena y Enrique Aja), pero yo en realidad no había pedaleado con él hasta una breve salida a principios del verano. Y fue ese día precisamente cuando casi estrenaba una preciosa bicicleta Motobecane, restaurada como réplica de una de las que utilizara su gran ídolo Ocaña corriendo con los colores del Bic. La bicicleta está preciosa y por ello merece aquí una mención.

 
Motobecane de Carlos Maza, réplica de bicicleta de Luís Ocaña en el Bic.

TORROT.

Con datos de la marca Torrot no pretendo enrollarme, ya escribí sobre ello en el capítulo titulado Bicicleta Eibarresa. Recuerdo simplemente que procedía inicialmente de bicicletas Iriondo y posteriormente Cil. Lo que viene al caso es que hace pocas semanas, paseando yo por Zaragoza, en un viaje realizado por cuestiones laborales, inesperadamente me topé con un escaparate de la renacida marca Torrot. Desde 2011 este grupo se dedica a la fabricación de modernos vehículos de movilidad urbana, diversión y off-road siempre sobre dos ruedas. De hecho incluye a la marca Gas-Gas, bien conocida en el mundo de las motos de campo. En el escaparate en realidad me di de bruces con una auténtica mini-moto de cross, pero con las particularidades de que lucía el nombre Torrot (que fue lo que me llamó la atención) y que su propulsión era completamente eléctrica. Después, consultando la página corporativa de la nueva marca, he podido comprobar que entre sus actuales productos se incluye una moderna bicicleta plegable urbana y eléctrica.

 
Tienda de la nueva Torrot en Zaragoza.

 
Moto eléctrica infantil Torrot.

 
Croquis de la bicicleta eléctrica plegable Torrot. (Imagen: torrotelectric.com)

PANNETTON.

La bicicleta con la que me despido es una Pannetton de 1910, la cual, a falta de ruedas y pedales originales, y disfrutando de unos frenos sin estrenar, pero de la época correspondiente, está en funcionamiento, aunque parezca estar pidiendo una recomendable restauración. No existe demasiada información sobre la marca, probablemente porque desapareció de forma muy temprana, pero en los albores del siglo XX fue una referencia de prestigio, con concesionarios de importancia, presencia habitual en las grandes ferias e incluso puestos de honor en las primeras ediciones del Tour de Francia o por ejemplo más de 600 victorias a lo largo del año 1913. La factoría estaba ubicada en Morteau, y en ella se fabricaba una importante variedad de máquinas, incluidas las de coser.

 
Dos páginas de un catálogo de Cycles Pannetton. (Imagen: ¿?).

 
Factoría Pannetton en Morteau. (Imagen: “biciklo” – tontonvelo).

 Tres ciclistas posan ante el escaparate de un concesionario de bicicletas. El establecimiento y uno de ellos lucen la marca Pannetton. (Imagen: “nicolas” – tontonvelo).


Me hace especial ilusión saber que a los pies de la fábrica, edificada ésta en una ladera, había un lago de gran altitud y rodeado de montañas, el cual, cada invierno, se convertía en reclamo para los patinadores sobre hielo. En las montañas del Jura (comarca vecina de Suiza), donde estaba situada la factoría, abundan los lagos de montaña. Si los inviernos son fríos y secos, pueden darse temperaturas de en torno a los quince, veinte o veinticinco grados bajo cero. Cuando esto sucede, los “Villériens” (las gentes locales) evalúan el espesor del hielo para ver si se puede patinar en el Doubs. Frontera natural entre Suiza y Francia, las "Piscinas Doubs" o el "Lac des Brenets" se transforman en una pista congelada a lo largo de “Saut du Doubs” y se convierten en la mayor pista de hielo natural en Europa. Su "temporada abierta" es variable, dependiendo del clima, oscilando entre uno y cuarenta días factibles al año. Sobre el hielo, patinadores, jugadores de hockey, caminantes y otros usuarios algo más peculiares, comparten superficie. El paraje referido fue escenario de tan populares reuniones de patinadores que en las fotografías supervivientes de hace más de un siglo (bastante más), puede contemplarse cantidad de gente y diferentes tipos de actividades de ocio activo al aire libre. Allí se concentraban muchas personas, y hasta se disponían vestuarios portátiles. Hoy en día los inviernos se presentan más suaves y por ello no todos los años puede repetirse la experiencia, pero aún así, cuando se da la posibilidad, la gente sigue acudiendo a patinar y los alquileres de material perviven.

 
 Alrededor de Morteau, Invierno en las Cuencas de Doubs . Patinaje en la cuenca de entrada (cerca de los Brenets). (Foto: Charles Pierre - delcampe.net).

 
 Entrada de las Cuencas de Doubs - La salida de los patinadores - Los vestuarios. (Foto: Ch. Simón - gite-france-jura.fr).

 
Otra estampa de los patinadores. (Imagen:gite-france-jura.fr).

 
Más imágenes. (Imagen:  gite-france-jura.fr).

La bicicleta a la que me estoy refiriendo se encuentra afortunadamente a buen recaudo, y a no demasiado tardar, será retocada para que recupere parte de su esplendor pasado, y desde luego, utilizada con cierta frecuencia.

 
Auténtica bicicleta Pannetton de carreras de 1919.

 
Ciclista de competición posa con su bicicleta y maillot Pannetton, junto a un cartel publicitario de la marca, en 1912. (Imagen: “Royal” – tontonvelo).

 
Stand Pannetton en el Salón de la bicicleta de 1913. (Imagen: “mdcollection” – delcampe.net).

 
“Faivre” y “Duffait” posan con dos Pannetton. (Imagen: recorte de prensa desconocido).

Dicen los matemáticos que cualquier excusa es buena para jugar con los números, las funciones, la geometría y demás contenidos de su particular ciencia. En este caso simplemente nos han servido como disculpa para contar cosas, pequeñas historias, algunas recomendaciones e incluso homenajes. Aunque dedicado a la literatura, José Luís Sampedro sabía de números porque era economista, pero abogaba por una práctica de la misma mucho más solidaria y humana. En cuanto a Chus y Ana, ambos estudiaron carreras universitarias de “ciencias” y han acostumbrado a sus organismos a calcular con exactitud el esfuerzo que supone y la dosificación que hace falta para superar cifras representativas de distancias, altitudes y desniveles. Los árabes fueron la cultura que más matemáticas aportó a la occidental. Y las creaciones de Gaudí hubieran sido imposibles sin su conocimiento del cálculo y otras competencias matemáticas, imprescindibles para cualquier buen arquitecto. ¿Y los chamanes? Esos no estudiaban matemáticas, su dominio de lo espiritual procedía en gran medida de sus habilidades perceptivas, de un aprendizaje hereditario y de una sabia observación del mundo que les rodeaba. Pero en el aire queda una interesante pregunta ¿qué hubiera dado de sí Francisco Gaitán, de haber disfrutado de una vida académica completa? ¿Las matemáticas y otras materias lo hubieran convertido en un genio del diseño e invención mecánicos? ¿O acaso nuestro machacón sistema educativo lo hubiera anulado por completo?.