viernes, 4 de septiembre de 2015

36. NAVEGANDO POR CASTILLA

"Presa de San Andrés en Herrera de Pisuerga"
Francisco Pedro Roldán Morales.

Lo que tenía que llegar llegó. Toda la temporada abanderando un lema tan elocuente como es el de “nómada”, tenía que implicar algo más que un continuar yendo de aquí para allá con los bártulos deportivos a cuestas. Y finalizando el verano, por fin, un plan largamente madurando y demasiado tiempo reposando y esperando en las bodegas de la motivación aplazada, se hizo realidad. A lo largo de seis duras y trabajosas jornadas, tres amigos, recorrimos remando en kayak un importante tramo de la Meseta Castellana. Comenzando la singladura en Olleros de Pisuerga, completamos 172 km a través de una etapa inicial de descenso de un tramo del río Pisuerga, todo el Ramal Norte del Canal de Castilla y a continuación, sin interrupciones, el Ramal de Campos. Navegación interior, al estilo iniciado por Macgregor o Stevenson hace más de un siglo.

La idea de venía de lejos, de mucho tiempo atrás. A finales de los 80 con mi primera piragua recién estrenada y un par de amigos, descendimos como pudimos el mismo tramo del Pisuerga. Aquello me enganchó y durante años fui guardando toda aquella información relacionada con el tema que iba cayendo en mis manos. A ello se unió cierta fascinación personal por el Canal de Castilla como infraestructura hidráulica, valor patrimonial e interés histórico, así como una serie de inolvidables experiencias en navegación fluvial en pirgua o a través de canales en Francia. Cuando me quise dar cuenta, me había leído ya varios volúmenes con el Canal de Castilla como protagonista de cuentos, informes técnicos antiguos, guías de viajes, etc. Así que ya iba siendo hora de ponerse a ello. Y este verano programé calendario y quedó establecida la fecha. Afortunadamente me salieron dos acompañantes, dos buenos amigos que frecuentan algunas de mis andanzas, especialmente cuando éstas son a pedales: Javier y Manu, conocidos personajes para mis lectores más fieles. Mi intención era tan marcada que pretendía acometer el viaje aún yendo sólo, pero a la vista de las peripecias y aventuras pasadas, y la gran cantidad de dificultades de progreso superadas, he de admitir que no creo que hubiera podido completarlo en solitario.

La idea inicial era un recorrido aún más largo que el que finalmente cubrimos. Descender el Pisuerga entre Olleros y Dueñas, cambiar allí al Canal, remontar parte de su Ramal Sur hasta el Serrón, y ya desde allí recorrer todo el Ramal de Campos. Hubiera sido un trayecto más largo, de más días y con un interesante recorrido fluvial por el Pisuerga, sin embargo, desde un punto de vista temático, no podríamos afirmar, tal como ahora podemos hacerlo, el haber completado un concepto prácticamente pleno, como ha sido el recorrer al completo el Canal de Castilla en su versión de Ramales Norte y de Campos. La decisión de cambio de planes, vino marcada por el propio viaje, sus vicisitudes y en especial, un providencial encuentro al final de la primera etapa.


Primera etapa: Olleros de Pisuerga – Alar del Rey (19,5 km). Río Pisuerga.

La primera jornada empezó con retraso. El embarque estaba previsto a media mañana, pero finalmente lo realizamos después de comer. Cada uno nos acercamos a Olleros por nuestros propios medios, y allí, junto al puente, hay un una buena zona para echar las piraguas al río. Me sorprendió el elevado caudal del Pisuerga, y como consecuencia de ello, la velocidad general de la corriente y la aparición de algunos rápidos que no recordaba. Por todo ello, la primera etapa resultó la más complicada de todas en lo que a la propia navegación se refiere, teniendo que sortear algunos obstáculos, evitar rocas, trazar rumbo entre pequeñas corrientes y mantener el equilibrio en los rápidos (sencillos) que se fueron sucediendo. Las presas nos dieron algunos problemas. Especialmente la primera de ellas que solucionamos con un pesado proteo exterior por una era. Las demás las superamos por el propio río, desembarcando en su borde o en un lateral y manejando las embarcaciones con cabos, arrastradas por la corriente o semi-flotando entre rocas para hacer los porteos más llevaderos. El río estaba muy bonito, pletórico de vegetación y enérgico en su discurrir. Con mucho agua. Nos mojamos bastante y aquello distaba mucho del imaginario que la mayoría de nosotros tiene sobre lo que es pleno agosto en Castilla. Con tanto obstáculo la tarde se nos fue echando encima, pasamos la antigua fábrica de harinas de Nogales de Pisuerga y pronto alcanzamos las dos presas de Alar. La segunda nos dio mucho que pensar y al final la solucionamos con bastante ingenio, para acabar disfrutando de un último tramo algo rapidillo, antes de detenernos cerca del puente para acampar. La tarde pasó de fresca a heladora, algo increíble que nos exigió ponernos camiseta térmica, forro y hasta cortavientos. Disfrutamos de una copiosa cena campestre y nos pusimos a dormir al raso en un parque, mientras nuestros kayaks quedaban candados a una valla junto al río, a unos 100 metros de distancia. Fue nuestra jornada verdaderamente fluvial. Dura por la novedad y por la variedad de los esfuerzos, pero de gran belleza y algunas fuertes emociones (incluidos un par de vuelcos por parte de algún miembro de la travesía).

 Empieza el viaje: primera palada de Javier en el río (foto: Manu).

 Maniobrando la canoa en la presa de Alar
(foto: Manu).

 Cae la tarde en Alar del Rey (foto: Manu).

Segunda etapa: Alar del Rey – San Lorente de la Vega (29,5 km). CC Ramal del Norte.

Madrugamos, recogimos y empaquetamos rápidamente y bien organizados (la convivencia entre los tres fue perfecta a lo largo de todo el viaje). Hasta nos dimos el lujo de tomarnos un café extra en un bar junto al puente. La idea era regresar al río, pero entonces un hombre se nos acercó y nos propuso que antes echáramos un vistazo a la presa siguiente que estaba realmente próxima. Su paso tenía difícil franqueo, aunque no imposible, sin embargo, la conversación con esta persona, cambió el curso completo del viaje. Se trataba de José Luís Asenjo, piragüista desde los dieciséis años, y aún ligeramente activo pese ha haberse jubilado ya de su trabajo. Un hombre encantador y con evidente pasión por el piragüismo, y como consecuencia de ello, habitual miembro del comité organizador del Descenso del Pisuerga. El caso es que nuestro viaje le llamó la atención y nos advirtió que seguir por el río sería realmente peligroso por el ocasional exceso de caudal, combinado con la peculiaridad de encontrarse este sin “limpiar”, y por lo tanto, plagado de trampas potenciales, árboles cruzados, etc. Fue él quien nos recomendó encarecidamente que nos trasladásemos al Canal y utilizásemos esa alternativa hasta el final en Medina de Rioseco. El viaje se acortaría en kilometraje, pero posteriormente comprobaríamos que llevaría su tiempo, porque los complicados porteos reducirían mucho la velocidad media de avance.

José Luís se tomó la molesta de irse a cambiar de coche y portearnos, en dos viajes, barcos y equipaje. En la maniobra olvidamos dos sacos estancos en su maletero. Ya en la dársena de Alar, con un día espléndido, empezamos a palear con ganas y entusiasmo, como considerando que ese día aún con el viaje empezado, comenzaba otro asunto importante: completar la travesía del Canal de Castilla. El primer tramo del Canal es bonito, alterna zonas despejadas con otras de mayor vegetación y tiene mucho ambiente de ciclistas, paseantes y pescadores de cangrejos. Lo que ocurre es que es la zona de mayor desnivel de la infraestructura, lo cual le obliga a disponer de una gran sucesión de esclusas. Aquello supuso un constante detenerse para portear, y los porteos fueron bastante duros y complicados porque los embarques tienen maleza y, sobre todo, unos pasos muy empinados por los que tener que ir descendiendo las embarcaciones con sumo cuidado y gran esfuerzo. En cada esclusa nos deteníamos contrarrestando la corriente, me bajaba para estudiar un desembarco fiable, el porteo y el nuevo embarque. Sólo entonces procedíamos a la operación. Comimos algo en la zona de cruce del Canal con el Piguerga, un ensanche muy agradable con arbolado e infraestructuras arregladas y acondicionadas para un disfrute turístico, pero pocos metros después, de regreso al Canal, tuvimos una esclusa en Herrera, bastante difícil de superar. En ocasiones era por la vegetación, a veces por lo elevado del talud, los riesgos de corriente, la pérdida y posterior recuperación de un remo… el caso es que tras trece esclusas superadas, al cabo del día terminamos la jornada con una paliza física, digna de un “agro-campeonato mundial de cross-fit”. Tras dejar candadas las piraguas, caminamos hasta el pueblo (algo separado del Canal) y quedamos con José Luís para que nos llevara las dos bolsas olvidadas. Pese a la lata que le dimos, apareció con una sonrisa, excelente humor y su entusiasta amigo Jesús acompañándole. Tomamos una cerveza, charlamos sobre nuestro viaje, su afición al piragüismo y por supuesto… ¡el Canal! Y su potencial aprovechamiento ocioso, turístico y deportivo, apenas explotado. Se empeñaron en llevarnos a la esclusa a por nuestro equipaje esencial para pasar la noche, y desde ese día, vía telefónica, velaron por nuestras paladas, casi jornada a jornada, por si nos hiciera falta transporte, auxilio, remos de repuesto o comida. Con gente así por el mundo, la vida es sin duda mucho más humana y hermosa. No hicimos uso de tan desinteresado ofrecimiento, pero los mantuvimos al corriente de nuestros progresos. Tras la despedida, cenamos pasta y algunas cosas más y pasamos una noche confortable en el pórtico de la iglesia, con un grifo cercano, temperatura cálida y una mosquitera (en este caso prácticamente innecesaria) sobre nuestros rostros.

La jornada nos había dejado noqueados muscularmente, fue una auténtica paliza y un “postgrado” en porteos. Aprendimos mucho sobre el asunto, tanto que las sorpresas que nos esperaban en días venideros las superamos con ingenio, eficacia y soluciones imaginativas.

 Monumento al Descenso del Pisuerga en Alar del Rey.

 Javier y Manu con nuestro benefactor: José Luís Asenjo.

 Una de las múltiples esclusas de Ramal del Norte.

 En pleno porteo de una esclusa (foto: Manu).

 Otro porteo en acción (foto: Javier).

 Las piraguas atracadas en el cruce Pisuerga - 
Canal.

Tercera etapa: San Lorente de la Vega – Frómista (35 km). CC Ramal del Norte.

El día comenzó con un buen desayuno y la caminata de regreso hasta nuestras embarcaciones. Todo estaba en regla y un embarcadero nos facilitó comenzar a navegar. Fue un día de largos tramos de paleo, sin apenas obstáculos que salvar. Una jornada con vegetación variada y bonita, con avistamiento de fauna y con buenos ejemplos de construcción específica del Canal, pues atravesamos el espectacular acueducto de Abánades, pasamos junto al centro turístico de Melgar de Fernamental (incomprensiblemente cerrado, con barco y todo) y finalizamos en la cuádruple esclusa de Frómista. Los últimos kilómetros forman parte del camino de Santiago “oficial”, que utiliza el camino de sirga del Canal, y eso nos hizo coincidir con peregrinos sorprendidos a nuestro paso por el espejo de agua. Fue un día de mucho calor, en el que la dureza (una vez más), vino dada por haberse erigido en la primera jornada en la que prácticamente todo el esfuerzo consistió en pasar unas cuantas horas remando y remando, algo a lo que aún no estábamos del todo acostumbrados. Nos premiamos con una pernocta en habitación propia de albergue, un paseo por la hermosa e interesantísima localidad, unas cañas y una cena deliciosa en un jardín francamente agradable.

En Frómista recibimos un excelente trato, información y documentación, por parte de la oficina de turismo del Canal. Además, el responsable de zona del Canal (CHD) y su esposa, fueron muy amables y nos permitieron dejar nuestros barcos dentro de la propiedad de su vivienda, junto a la esclusa, para evitar hurtos o malas ideas de desconocidos.

 Los tres posando en el acueducto de Abánades (foto: Manu).

 Remando agrupados (foto: Javier).

Cuarta etapa: Frómista – Becerril de Campos (38 km). CC Ramales Norte y de Campos.

La etapa comenzó con un desayuno de bar, la recuperación de las piraguas y un largo pero sencillo porteo a un lado de la esclusa cuádruple de Frómista en una mañana que empezaba, un día más, soleada. Los primeros kilómetros de remada fueron deliciosos, pues el Canal ofrece una vegetación diversa y colorida por aquella zona y un trazado curvilíneo entretenido, sin las eternas rectas de otras partes que machacan psicológicamente al palista. Quizá el ingeniero Lemaur andaba menos controlado al construir este tramo, por acaso alguna ausencia del militar Antonio de Ulloa, tan aficionado este último a las rectas infinitas. Pese a una esclusa tempranera, no volvimos a encontrarnos más hasta alcanzar Calahorra de Rivas. Aquello es un paraje fascinante, una pugna entre el salvajismo vegetal y los vestigios de ingeniería hidráulica. Grandes edificios ruinosos y una enorme esclusa triple (probablemente la más vertical de todas las superadas en nuestro viaje), conviven con el arbolado, los zarzales, juncos y el irrefrenable follaje asilvestrado. El resultado es un lugar sugerente y de lo más interesante. Por si aquello fuera poco, pocos metros después de volver al agua tras el correspondiente porteo, la superficie acuática se ensancha repentinamente creando una especie de falsa laguna. El fenómeno se debe al cruce del Canal con el río Carrión, mezclando ambos cursos sus apacibles aguas, rodeado todo el lugar de denso arbolado. Al Canal se ha de regresar salvando una compuerta. Fue uno de los porteos más difíciles de todo el recorrido, a causa de un agresivo tramo de densa maleza para desembarcar y un muro excesivamente alto, y semiderruido, para volver a embarcar.

La ruta continuó con largos y duros tramos hasta el Serrón, paraje rico en arqueología industrial y en donde el agua del Canal se desliza bajo una compuerta de estilo guillotina con pocos centímetros de altura sobre la superficie. Aquí hizo falta trepar un murete algo (demasiado) elevado y trabajar cabuyería para que los kayaks pasaran deslizándose por el agua, mientras nosotros lo hacíamos, controlándolos, por tierra. Aquello marcaba el final del Ramal del Norte (ya podíamos felicitarnos por haber conseguido algo completo) y el inicio del de Campos. Al otro lado de aquella compuerta los juncos estrechaban tanto el pasaje que apenas cabía una canoa justa, y nuestras palas iban tocando las hojas de la vegetación a ambos lados. Una sensación agradable que mentalmente nos trasladaba a escenarios imaginarios mucho más salvajes que un canal artificial, eso sí, muy camuflado con el paso de los siglos y ciertas épocas de abandono. La tarde fue avanzando y el calor no parecía ceder, al contrario que nuestras fuerzas, que fueron viéndose mermadas kilómetro tras kilómetro. Nos detuvimos en Villaumbrales, aprovechando la sombra y el atraque del barco turístico del Museo del Canal, un hermoso edificio rehabilitado. Nos remojamos en una fuente y visitamos el edificio, que estaba abierto. Nos tomamos una cola fría mantuvimos una interesante charla con sus dos empleados, personas amables y que daban claras muestras de amar al Canal, de sentirlo y de desear para él lo mejor. El tramo final hasta Becerril de Campos se hizo muy llevadero tras el descanso y con los ánimos elevados, sabedores de que la llegada era inminente y asumible. El chasco vino por culpa de la engañosa publicidad que un propietario de una casa rural de allí, hace sobre su negocio, anunciando a bombo y platillo que se trata de un albergue, cuando en realidad no lo es, y tan sólo la alquila completa. Hasta a los informadores turísticos tiene engañados con ello. En definitiva, un mentiroso al que la correspondiente autoridad de regulación turística debería dar un toque de atención. En cualquier caso nosotros desembarcamos junto a un parque, en un buen embarcadero y nos fuimos a refrescarnos con unas cervezas artesanas de producción local, acompañados en esta ocasión por un entusiasta cuñado de Javier con el que pasamos un rato de lo más agradable, y que acabó dándose un paseo sobre el kayak individual. Hicimos cena campestre batallando contra los mosquitos hasta que el ventarrón se los llevó (temporalmente) y nos acostamos bajo las estrellas. El viento cesó después y las bandadas de ataque aéreo regresaron, por lo que yo acabé montando una tienda para protegerme y lograr dormir. Acerté, pues algo más tarde, el parque descubrió repentinamente más armamento disuasorio: surtidores de riego automático…

Había resultado una etapa muy interesante, caracterizada por la mayor longitud de remada de todo el viaje y por varios encuentros con diferentes personas.

 Detalle de una de las tres esclusas de Calahorra de Rivas.

 Manu mirando hacia las esclusas de Calahorra de Rivas,
una vez finalizado el porteo.

 Nuesttras embarcaciones nos esperan durante la visita al
museo de Villaumbrales.

Javier en Becerril de Campos (foto: Manu).

Quinta etapa: Becerril de Campos – Abarca de Campos (30 km). CC Ramal de Campos.

Aquella mañana desmontamos el campamento con eficiencia y volvimos desayunar de bar. La mañana transcurrió mientras remábamos por áreas desprovistas de vegetación. Paisajes dorados o pardos, sin apenas arbolado ni horizontes, hundidos en un canal que más bien parecía un río cruzando el Serengueti o el escenario de una película de indios en Texas o Nuevo México. Se sucedieron curvas y rectas, y al igual que en todas las jornadas anteriores, numerosos paisanos concentrados, con sus palos y reteles, afanándose en la pesca de cangrejos en ambas riberas. Algo más adelante nos animó una excepcional superpoblación de aves, en la que muchos vencejos se entrecruzaban volando, y al regresar el arbolado, pude ver varios ejemplares de martín pescador con su vuelo rasante y veloz. Llegados al acueducto Arroyo Mayor, dimos con otra compuerta de guillotina. La labor de franqueo la hicimos en compañía de una pareja de la Guardia Civil que sintió curiosidad por nuestro viaje y por nuestra ya dominada maniobra. La jornada fue cambiando y generando un viento en contra que a cada momento soplaba con más fuerza. Por si aquello fuera poco, también sufrimos algún tramo de corriente en contra provocada por una presa-aliviadero de canales subsidiarios de riego. El progreso se hizo pues, lento y muy costoso. Cada vez más. La corriente opuesta despareció tras una compuerta y aprovechamos para reponer fuerzas, pero el viento no sólo no cedió sino que fue haciéndose más fuerte por la tarde. El cielo se cubrió de nubes grises, cada vez más oscuras y amenazadoras. Las fuerzas empezaban ya a verse demasiado justas pese a las paradas de descanso, pues la superficie del agua presentaba hasta pequeñas olas de viento. Tras un termo de 5,3 km contra el viento, en una curva hacia la izquierda, de repente, nos topamos con un paraje de lo más singular e inesperado. Una vieja fábrica primorosamente rehabilitada, y reconvertida en restaurante y futuro hotel con spa, con su embarcadero para botes de remo, su surtidor de agua decorativo y hasta una especie de “agro-chill-out”. Desembarcamos Manu y yo, y sacamos la canoa del agua. Esperamos a Javier que venía bastante retrasado y Manu se fue adentro para intentar localizar algún alojamiento no demasiado alejado. Cuando esperaba a Javier, subido a la presa de desagüe de la esclusa que allí había, el ventarrón se transformó en “galerna cantábrica de meseta” y se desató una tremenda tromba de agua con un arremolinamiento incontrolado del viento. Temiendo por mi amigo, salí corriendo por el camino de sirga en su busca, calándome hasta los huesos. Lo vi a lo lejos, pero me costó dar con él al aproximarse a causa de la vegetación de la orilla. Lo seguí al trote mientras lo veía sufrir contra el huracán momentáneo, pensando que lo iba a hace volcar y concienciado para tirarme al Canal en caso necesario para salvar la embarcación entre los dos. Afortunadamente no fue necesario, pues con gran esfuerzo llegó “a puerto” y con Manu ya allí, sacamos el casco del agua y nos refugiamos avergonzados de nuestra mojadura en la puerta de un local tan chic. La verdad es que tanto el encargado como las camareras se mostraron absolutamente solidarios y nos facilitaron toda la información necesaria sobre alojamientos y taxis, y hasta nos dejaron un cuarto con ducha caliente para poder recuperarnos y cambiarnos de ropa. Incluso nos proporcionaron un local en el que poder dejar nuestras embarcaciones y equipajes durante la noche. Aquello sí que fue un verdadero ejemplo de buenos samaritanos. Finalmente acabamos en Autillo de Campos en casa de un matrimonio local al que pagamos generosamente por un servicio completo de transporte de ida y vuelta, cena, cama y desayuno.

Desde el punto de vista del paleo, cada jornada parecía estar caracterizándose por algún atributo significativo y diferente a las demás, en este caso, no cabe duda, lo destacable, por encima de cualquier otra cosa, fue la terrible tormenta desatada.

 Manu y Javier echando al agua una piragua. Comienza la
quinta etapa en Becerril.

 Compuerta en el acueducto de Arroyo Mayor.


 Manu conmigo en la doble (Foto: Javier).

Nuestros ángeles de la gurada en Abarca de Campos.

Sexta etapa: Abarca de Campos – Medina de Rioseco (29 km). CC Ramal de Campos.

La última jornada la recibíamos con los ánimos bastante elevados, sabedores de que, salvo esclusa u obstáculo insuperable, el objetivo se vería finalmente cumplido. Quedaban seis esclusas, pero todas ellas resultaron especialmente sencillas, porque el tramo final del Canal está bastante bien cuidado, no sólo por la proliferación de carteles informativos y decorativos, sino porque las riberas están mucho más libres de maleza, las proximidades de las esclusas bastante limpias y muchas de ellas disponen de embarcaderos de madera. Remamos con ganas y muy buen ritmo desde el principio. Saludamos a varios pescadores de caña, que nos comentaron que “iban a lucios”, y avanzamos muy rápidamente hasta que el viento, un día más, se propuso echarnos un pulso. Al principio la cosa se puso simplemente en contra, poco a poco fue arreciando hasta los niveles de la jornada anterior, pero a lo largo de los últimos kilómetros Eolo parecía estar jugando con nosotros, de forma que cuanto más nos acercábamos al destino final, con mayor fuerza e ímpetu soplaba, como queriendo hacernos “nadar para morir en la orilla”. La dureza se veía compensada por dos factores que nos ayudaron a conseguir finalmente el objetivo. Por un lado la belleza que el Canal hace suya en este tramo final, jalonado por esbeltos y poderosos árboles a ambos lados del curso de agua, ofreciendo una idílica cobertura cenital a base de hojas entonces verdes pero que te hacen imaginar un otoño de lo más bucólico. Por el otro, la certeza de que aquello era la despedida, el final, el último esfuerzo necesario para completar una gesta, que sin dificultades, lo sería menos. Y efectivamente, reagrupándonos a la vista de Medina de Rioseco, remamos juntos surcando las aguas de la Dársena, hasta alcanzar el muelle junto al actual centro de interpretación del Canal en la localidad. Aquella ilusión que personalmente atesoraba, la de repetir llegada sobre mi piragua, tras haber alcanzado varias veces este singular destino con mis bicicletas clásicas, se hacía ahora realidad.

El resto fue todo grata intendencia: abrazos, felicitaciones, fotos, recogida del material y una comida merecida. Después el café, el encuentro con Myriam, el viaje en coche hasta Olleros y la despedida definitiva. Pequeñeces, comparadas con los seis días de intensa convivencia y cargados de aventuras. La peculiaridad destacable de la jornada: el viento demoledor.

 Autoretrato entre la vegetación.

 Tierra de Campos fuera del Canal.

 Mis compañeros en un descanso.

Javier navegando ya en la Dársena de Medina de Rioseco.

Descritas las etapas no quiero cerrar el relato sin permitirme una reflexión personal sobre el Canal de Castilla, en relación con este viaje y con sus posibilidades de disfrute contemporáneo. El Canal, de por sí, y así, como está, sin más, es una verdadera maravilla. Un patrimonio civil, natural, comunicador, acuático y hasta artístico que nos ha quedado completo y funcional, y que por suerte sobrevive al tiempo transcurrido y a, en ocasiones, el abandono sufrido. A la vista de los edificios y sus restos, de las obras y equipamientos existentes, creo que hay que reconocer que todo ello se debe a que, seguramente, en su día las cosas se hicieron bastante bien, con inversión, excelentes técnicos y fe en el proyecto. He leído bastante sobre el asunto, y me consta que ha sido sucesiva o simultáneamente utilizado como vía de comunicación y transporte, fuente de producción de energía, recurso hídrico para el regadío y destino de uso turístico. Me parece bien y espero que a lo largo de los tiempos todo ello haya sido, sea o pueda volver a ser compatible. Sin embargo, recordar el Canal, volverme a proyectar mentalmente la “película” de este viaje, me produce un hondo pesar, porque pese a todas las bondades señaladas, pienso sinceramente que el estado de presencia y la utilización que de él se hace actualmente son, a todas luces (y lo de las “Luces” va con doble sentido) insuficientes. El patrimonio de edificios que acompañan al Canal es sencillamente fascinante y (esto resulta importantísimo para la cohesión social, cultural y equitativa del patrimonio y la acción social) muy distribuido. Deberían aprovecharse todos, rehabilitarse y explotarse cultural, turística o socialmente, ya sea con gestión pública directa o a través de concesiones. El Canal sería un excelente destino turístico por sí mismo si se le hiciera un poco más atractivo, se le promocionara dentro y fuera de nuestro país y se le enriqueciera con variadas ofertas de actividades complementarias. Si además de ello, se le conectara operativamente: con las localidades cercanas más atractivas, con los castillos, las bodegas y conceptos turísticos ya consolidados como el Camino de Santiago o la Semana Santa, zonas de interés natural, etc. El potencial sería tremendo. Todo ello suena bien y resulta sorprendente como aquellas personas a las que hemos ido conociendo, antes y durante este viaje, lo ven y lo sienten como nosotros, pero lamentablemente parece que “por arriba” la visión no es compartida. Quizá no se trate de un problema de personas con dotes, carisma y visión de mando (políticos de calidad), y la pobre supervivencia de esta envidiable infraestructura histórica se deba más al complejo entramado de la administración pública, que en este caso se ve enredado por dos dimensiones entrecruzadas: la de las diferentes competencias temáticas separadas y pocas veces trabajando en equipo (Medio Ambiente, Deportes, Cultura, Turismo, Servicios Sociales, Obras Públicas…); y la de los distintos ámbitos y jerarquías de gobierno (Estado, Comunidad Autónoma, Diputaciones Provinciales y Ayuntamientos), los cuales rara vez se ponen de acuerdo y dejan de lado sus rencillas y “postureos” cromáticos para ponerse, de verdad, al servicio de los ciudadanos, del territorio y del patrimonio común.

El “run-run” de ribera en muchas ocasiones culpa a “La Confederación” como si esta fuera la vecina que habita en el ático de lujo de una comunidad de vecinos. La Confederación no es una persona, es una compleja entidad, y no está sola, ni tiene todas las competencias ni llaves que abran o coordinen todos los engranajes administrativos necesarios para uno o varios grandes proyectos integrales. Es más, probablemente, entre sus funciones principales no estén ni la promoción turística, deportiva o cultural, ni siquiera la de preservar el patrimonio inmueble que ya no resulte necesario para el funcionamiento del canal desde un punto de vista hidráulico, hídrico, fluvial o como se diga. Así que no se la pueden echar todas las culpas, el liderazgo de algo de gran envergadura debería surgir de instancias superiores y ¡sobre todo! de la interacción entre varias entidades. En lo que a nuestro viaje se refiere, la Confederación Hidrológica del Duero (CHD) se portó estupendamente, tramitó los permisos solicitados sin pega alguna y cuando tuvo la ocasión (a nivel concreto y humano) nos echó una mano. Muchísimas y sinceras gracias.

Quiero cerrar con un ejercicio de aspiración quimérica menos ambiciosa y específicamente enmarcada dentro del piragüismo, algunas ideas que se me han ocurrido a raíz de esta experiencia. Incluyo en ellas previamente algunas reflexiones y pistas prácticas sobre el viaje:

  • El Pisuerga es una preciosidad desde dentro, si se cuidara y limpiara su cauce, creo que ofrecería una oportunidad maravillosa para poder ser disfrutado deportivamente por mucha gente.
  • El viaje por el Canal es todo él una caso de piragüismo de Aguas Tranquilas. Sin embargo ello no debe engañar a los usuarios y hacerles pensar que no estamos ante un curso poco deportivo. Sus grandes distancias, la posibilidad de navegar tan rápido como el palista esté capacitado para hacerlo, la casi inexistencia de corriente a favor y la eventual presencia del viento, hacen de él un recorrido exigente desde el punto de vista del esfuerzo que cada cual quiera aplicar.
  • El canal no me parece apto para cualquier tipo de usuario o embarcación. Lo es desde el punto de vista exclusivo de la navegación, pero si pretendemos incluir los porteos y el avance a través de las esclusas o compuertas, las dificultades y el esfuerzo se multiplican muchísimo. Hay maniobras de gran complejidad, pasos agresivos y situaciones en las que embarcar o desembarcar requieren de la utilización de cabos auxiliares y embarcaciones que además de ligeras, tengan suficiente estabilidad.
  • Para un disfrute sencillo pero práctico y bastante asumible por parte de la mayoría de la gente, no haría falta demasiada inversión, bastaría con desbrozar breves senderos en cada porteo, señalizar donde desembarcar y embarcar y, en algunos casos, instalar un pequeño y modesto embarcadero flotante.
  • Con lo anterior, el Canal quedaría dignamente apto para una utilización deportiva o de ocio activo más popular, y quizás hasta competitiva (nunca se sabe, y en esto animo a las federaciones de piragüismo a que se muestren mucho más imaginativas: ¿es que a nadie se le ha ocurrido organizar una gran prueba de K1 por etapas?).
Los tres posando finalizada la aventura, ante
un mapa del Canal de Castilla (foto: Manu).

2 comentarios:

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  2. Mariano Vicente16 de septiembre de 2015, 23:57

    José le dejo un par de fotos de La Retrovisor 2015

    José: Muchas gracias ya me las he descargado.

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