viernes, 28 de agosto de 2015

35. HEREDEROS DE ROB ROY

"La canoa azul" Winslow Homer
(Museum of Fine Arts, Boston)



Cuando hace algún tiempo me puse a investigar sobre la vida de John Mac Gregor (Rob Roy) y su papel principal e iniciador en el turismo aventurero piragüista, en plena búsqueda de información me fui topando con algunas conexiones cercanas en el tiempo, que me fueron llevando por un intrincado mundo de aventuras y proyectos deportivos singulares, todos ellos con el kayak o la canoa como elemento común. Por lo que he podido ir leyendo, el final del siglo XIX y los inicios del XX, debió de ser una época de bastante dinamismo dentro del desarrollo de esta actividad deportiva, la cual, antes que nada, pareció crecer en su vertiente más viajera (precisamente la que a mí me atrae). En este capítulo pretendo presentar una muestra de lo que denomino herederos (casi directos) de Rob Roy. Son hechos, vinculados a personas y actividades concretas, que en algunos casos provienen directamente de la influencia de las aventuras de Rob Roy, y en otros, aunque ligeramente posteriores en el tiempo y alejados en la zona de influencia geográfica anglosajona, se mantiene un espíritu común, cierta inocencia pionera y altas dosis de valentía y decisión.

Baden Powell

Como la mayoría de gente sabe, Robert Baden Powell fue el fundador del movimiento Boy Scout. Aquello, en su día y su contexto, supuso toda una revolución de modernidad en la manera de entender la dinamización del ocio infantil y juvenil. Tal es así que dicho movimiento pervive con fuerza y carácter internacional (casi global podríamos asegurar; adelantándose en este atributo a muchas otras tendencias de la actualidad). Pese a las connotaciones que dichos movimientos puedan haber mostrado (o sufrido) en algunos países concretos, en momentos históricos precisos, al movimiento hay que otorgarle todo el mérito que se merece, y que es mucho. Enorme en mi opinión, pues configuró toda una corriente de educación y formación en un ocio activo, cooperativo y amante de la naturaleza, que permitía a millones de jóvenes desarrollar su potencial y colmar sus apetencias aventureras sin que tal posibilidad dependiera demasiado de su contexto familiar. Confieso que durante algunos años de mi infancia, yo mismo tuve la suerte de disfrutar de varios años de pertenencia a un grupo muy sano y activo de Boy Scout, nacido al abrigo de mi colegio, y a día de hoy, en el recuerdo, no tengo más que parabienes de aquella experiencia.

El movimiento Boy Scout, desde sus inicios demostró una clara y firme vocación de práctica y utilización de las actividades deportivas de aventura desarrolladas en el medio natural. La montaña, la orientación, escaladas, etc. Formaron parte evidente de sus contenidos. Y esto se hizo extensivo a otras muchas modalidades, como fue el caso del piragüismo. De entre todos los hermanos del fundador, el mayor, Warrington Baden Powell, fue un verdadero entusiasta de la práctica del kayak. Tal es así que ostento el cargo de vice-comodoro del Royal Canoe Club que fundó John Mac Gregor. Ambos eran buenos amigos y amantes de la práctica de aquel piragüismo recién nacido. Warrington alcanzó bastante fama dentro del mundo de la canoa por su pericia al navegar, demostrada en numerosos encuentros, regatas y travesías. A causa de ello, su hermano Robert, le encargó el desarrollo de todo el planteamiento de una sección piragüista (y de navegación a vela ligera) en el seno de la organización Boy Scout. La mencionada popularidad de este “palista” fue claramente compartida con la de su embarcación más habitual: el Nautilus. Aunque en cierto texto histórico he leído algún comentario referido a la particular filosofía de viaje que Baden-Powell y otro compañero parecierón mostrar en su viaje por el Báltico en las embarcaciones Nautius e Isis (tendente a eludir algo su uso, siempre que hubiera medios de porteo a mano; dando una importante función de icono a sus embarcaciones, más que como medio de disfrute constante de las mismas), no está en mi mano juzgarlo o siquiera tenerlo en cuenta, lo que es un hecho es que el mayor de los Baden Powell fue un ferviente y permanente practicante, así como uno de los principales agentes difusores del desarrollo de esta modalidad deportiva en su época.


 Warrington Baden Powell ante su Nautilus (imagen de un foro).

Una réplica actual del modelo Nautilus (Jonathan & Chris Wren)

Robert Louis Stevenson

Que Stevenson escribió “La Isla del Tesoro” lo sabe mucha gente, es cultura general. Que también fue el autor de “La Flecha Negra” y “El extraño caso del doctor Jekyll y el Señor Hyde”, también es ampliamente sabido. Algo menos conocido por el gran público es el hecho de que este afamado autor fuera escocés o que empleara gran parte de su vida en realizar sorprendentes e interesantes viajes y en escribir crónicas sobre los mismos. Stevenson viajó por medio mundo. Por los mares del Sur, por Europa, por los Estados Unidos. Viajó en barcos, caminando y hasta en un carro tirado por una burra. Pero lo que realmente viene a cuento aquí, es que en 1878, publicó el que quizá fuera su primer libro de viaje: “An Inland Voyage” (“Navegar tierra adentro”). Esta obra, aún antes de ser leída, presenta varios atributos que la hacen interesante. Para empezar no sólo es el primer libro de viajes escrito por el autor, sino también su primera publicación de cualquier tipo. En segundo lugar, y aquí viene la clave de estar hablando de ello, narra las peripecias del autor en un viaje real que realizó en canoa, en compañía de su amigo Walter Simpson, por los canales de Bélgica y Francia.

La influencia ejercida por Mac Gregor sobre Stevenson, proviene de la lectura del primero de los libros del segundo. Paro además, la presencia de Warrington Baden Powell, con sus viajes, sus promociones de la práctica del piragüismo y su fama, se hizo aún más directa y facilitó que Stevenson se viera seducido por la idea de recorrer diferentes territorios utilizando dicho medio de transporte. Apenas transcurre media década entre la ruta báltica de Baden Powell y el viaje descrito por Stevenson, aunque en medio también fue publicada alguna otra experiencia en canoa llevada a cabo por terceros.

La experiencia fluvial de Stevenson parece muy interesante al tratarse de una propuesta de viaje intensa que busca evitar en lo posible la ayuda externa y los sectores de porteo largos. Para ello se apoya en la utilización de los canales belgas y del norte de Francia. La ruta se inicia en Amberes, toma rumbo sur hacia Bruselas y Charleroi, para después navegar en dirección suroeste finalizando a unas 20 millas al norte de París. La idea resulta interesante aún a día de hoy, pues los canales en aquella parte de Europa ofrecen garantías, seguridad y una red amplísima de posibilidades de itinerarios. Por otro lado, la combinación de los aspectos deportivos, moderadamente aventureros y de enriquecimiento social durante el viaje, parecen una combinación de lo más rica a priori. Escribo esto en plena adquisición del texto de Stevenson, y a punto de iniciar su lectura. Así pues, no puedo adelantar nada sobre el desarrollo del viaje. Sin embargo, creo que la recomendación de su lectura resulta innecesaria, pues estamos refiriéndonos a un viaje en canoa, con el componente “retro” que le garantiza el haberse llevado a cabo en la década de los setenta del siglo XIX, y por si todo ello fuera poco, con la narrativa de un ilustrísimo autor de la literatura universal.

Frontispicio de una temprana edición
del libro de Stevenson.

Nueva Zelanda

En 1889 George y James Park cruzaron la isla sur de Nueva Zelanda con sendos kayaks de madera, desde la costa oeste, remontando el río Taramaku, atravesando el Harper Pass y más tarde descendiendo el río Hurunui y el lago Summer, hasta la costa este. A partir de allí, George se dirigió hasta Christchurch navegando por el océano.

En el año 2008, un sobrino nieto de aquellos aventureros, Steve Moffatt y su amigo Steve Gurney (especialista en kayak), decidieron repetir aquel viaje de 13 días y 330 km acarreando y navegando sendos kayaks. Especial mérito tuvo el primero de ellos, pues lo hizo con los materiales y recursos de la época de sus antepasados. Incluidas las ropas antiguas y una añeja vela como sistema de tienda para dormir y una embarcación de madera que fue construida como réplica idéntica de las que en su día utilizaron sus tíos. Entretanto, su acompañante disfrutó de las bondades del neopreno, el Gore-tex, la comida deshidratada… y un kayak hinchable, ideal para ser acarreado por la selva y la montaña. Ambas embarcaciones iban también equipadas con velas para la navegación marítima, pero al igual que en todo lo demás, cada una de ellas fiel a los modelos de sus respectivas épocas. El planteamiento, además de replicar una experiencia histórica cercana de gran valía, pretendía experimentar de primera mano las diferencias existentes entre los 120 años transcurridos desde un intento al siguiente.

Parte de la remontada inicial la hicieron a estilo “sirga”, con el equipaje colocado en los barcos, los cascos flotando en el río y los protagonistas tirando de ellos mientras caminaban por la orilla, portando un cabo suficientemente largo. Lo más penoso fue atravesar el “paso”, acción que les llevó dos días: uno para trasladar el pesado kayak de madera entre los dos, y otro para transportar el resto del material y el inflable. Hasta el quinto día no llegaron realmente a navegar, porque la parte alta del segundo río tenía poco caudal y muchas rocas. En aquella zona, la amortiguadora y flexible embarcación moderna resultó también mucho más ventajosa. Llegados al lago, ambos pudieron sacar partido al velamen y tomarse un cierto respiro. De vuelta al cauce del río, encontraron varios rápidos previstos, de los cuales algunos de ellos fueron bien negociados por el barco de madera, a excepción (por prudencia) de los tres más fuertes, que los pasó con cuerda. Entretanto, la embarcación inflable completó el recorrido entero a paladas. Cuando ya remaban por la parte más tranquila del río, Moffatt se vio enganchado en un árbol semi-sumergido. La situación se hizo peligrosa para él y su kayak, y Gurney debió echarle una mano para ayudarle a salir de la trampa y, poco a poco, recuperar la maltrecha piragua entre los dos. Los necesarios arreglos del casco se hicieron al viejo estilo, parcheando con piezas de madera, toda una demostración de competencia carpintera de ribera. El tramo marítimo se resolvió navegando a vela con el mar algo movido. Como percance final se produjo un vuelco del kayak de madera, al arribar a la playa con oleaje y el velamen desplegado. El barco volcó y piragua, vela, mástil y remero formaron un torbellino de materia que incluso provocó alguna herida sangrante en Moffatt. Al parecer la lección sirvió de práctica para conseguir que el resto de desembarcos playeros se superaran sin incidentes. El avistamiento de focas y la compañía de los delfines amenizaron su final. Ambos acabaron exhaustos pero encantados de la experiencia, y con un revalorizado sentimiento de admiración hacia los pioneros del deporte piragüista de travesía. Tanto es así, que posteriormente han investigado la realización pasada de numerosas travesías de lo más complicadas en su tierra y se están dedicando a replicar muchas de ellas.

Ambas historias me llamaron poderosamente la atención, porque, además del interés que por sí solas tienen, en lo que respecta a una práctica aventurera y nómada del piragüismo, constituyen un raro ejemplo de vinculación entre dos actividades similares separadas en el tiempo y en la historia, algo que precisamente este año, algunos hemos empezado a experimentar con nuestras bicicletas. Por otro lado, la segunda travesía se caracterizó por (en un 50%) utilizar material “retro”, pero dentro de una modalidad completamente diferente a aquella en la que yo acostumbro a hacerlo. Sin lugar a dudas, nos encontramos ante un caso que aglutina muchos de los atributos que tanto recreo, estudio y divulgo en mis textos.

 Ambos Steve paleando en sus kayaks (imagen Blog de
Steve Gurney).

 Pasado y presente viajando juntos (imagen Blog de
Steve Gurney).

Asturias

Dionisio de la Huerta Casagrán, barcelonés de ascendencia asturiana veraneaba en Infiesto. Y fue precisamente dirigiéndose hacia la estación en Barcelona, iniciando su traslado veraniego, cuando en los almacenes El Siglo, descubrió una piragua plegable. Corría el año 1929. Sin dudarlo, adquirió el artefacto y se lo llevó a Coya, con idea de disfrutarlo durante el verano por los ríos salmoneros del norte. Al poco de llegar a destino ya pudo divertirse con la embarcación en la presa del Molino. Días después, con sus amigos Benigno Morán (médico) y el “guaje” Manés Fernández (este último a bordo de una piragua de fabricación casera y dotada de flotadores laterales), decidieron acometer una excursión por el río Piloña, desde Infiesto hasta Coya. Unos 5 km en dos horas y media. La experiencia les “prestó” tanto que decidieron darle continuidad con una nueva tentativa, en este caso navegando hasta Arriondas en compañía de Alfonso Argüelles y de nuevo Manés Fernández, mientras algunos amigos los seguían en autocar. Aquello fueron ya siete horas de remadas y achiques, solventadas con bocadillos y culminadas porque se les hizo de noche en Soto de Dueñas.

Al año siguiente la experiencia se repitió por parte de los tres últimos protagonistas enumerados, descendiendo el Sella desde Infiesto hasta… Ribadesella o Soto de Dueñas (según las versiones de la historia consultadas). Aquella excursión constituiría a la postre, el I Descenso del Sella. En 1931 el final ya quedaba situado en Ribadesella y la salida en Soto de Dueñas, conformando un recorrido de 25 km que completaron en cuatro horas y media. Finalmente, en 1932 quedó instaurado el recorrido definitivo (el que se mantiene hasta la actualidad) entre los puentes de Arriondas y Ribadesella, de 19 km de longitud. En aquella ocasión se reunieron ya hasta trece palistas provenientes de diferentes puntos de Asturias, celebrando la primera edición competitiva del mítico descenso. Tras el parón provocado por la Guerra Civil, la competición se reanuda en 1944, adquiere carácter internacional en 1951, y va creciendo en popularidad, participación y organización año tras año, además de alcanzar el estatus de Fiesta de Interés Turístico internacional.

Esta bonita historia de origen local, me parece un inspirador ejemplo de cómo, algunas iniciativas personales, o de nivel de reducido grupo de amigos, con el paso de los años, el acierto, fidelidad y apego a su celebración, pueden llegar a transformarse en algo grande. Cuando el evento (oficial o privado) cumple con el objetivo de entretener y hacer disfrutar a sus protagonistas, tiene posibilidades de prosperar, o cuando menos, mantenerse vivo en el tiempo, aunque sea sólo a una escala “micro” y particular. En ocasiones, el boca a boca o la promoción premeditada, consiguen incluso darle divulgación y generar un creciente éxito de convocatoria y participación, como la historia del Descenso del Sella nos demuestra. La cuestión es que en muchas ocasiones, las competiciones de mayor encanto histórico y deportivo, suelen estar vinculadas a comienzos aventurados e ideas brillantes, lanzados por individuos emprendedores (no me refiero a un punto de vista económico sino de dinamismo humano). En su día expuse que John Mac Gregor fundó el primer club de kayak conocido. Aquí explico el nacimiento de la afamada prueba internacional del Sella. Y me gusta mostrar estas anécdotas porque en el fondo, algunos de mis amigos, o yo mismo, cuando abordamos aventuras “temáticas”, re-editamos quedadas, “replicamos” hazañas deportivas ajenas del pasado, u organizan (ellos) eventos formales, estamos haciendo lo mismo que aquellos admirados valientes de antaño, a los que tanto admiro y a los que tanto debemos, nosotros y muchos más. Don Dionisio, en realidad, fue una especie de Henri Desgrange del piragüismo, con otras motivaciones y otro carácter, pero un efecto multiplicador comparable una vez conocido el desenlace final.

 Imagen de Casagran con sus amigos en alguna de aquellas
históricas excursiones fluviales.(imagen: blog de Acebedo).

El Nilo.

Los libros de portadas amarillas de Editorial Juventud siempre ejercieron cierta fascinación sobre aquellos de nosotros dados a soñar con  grandes expediciones, insólitos viajes y singladuras oceánicas. Aunque la gran mayoría de los títulos que, a lo largo de varias décadas, ya fueran en tapa dura o blanda, han ido proponiendo una interesante oferta en esta línea, se hayan enmarcado en el ámbito de las travesías oceánicas a vela, rebuscando en su catálogo, de vez en cuando aparecen algunos títulos que se salen, de forma sugerente, de ese patrón. Así di hace ya bastantes años con un par de ejemplares que motivaron una compra inmediata. Uno era “Operación Impala” (1963), en el que tres motociclistas catalanes narraban su experiencia recorriendo el continente africano desde El Cabo hasta Túnez (pasando por Nairobi y todo el este continental) en unas Montesa Impala. Y el otro, “Por el Nilo en Kayak” (de John Goddard), en el que se cuenta la experiencia viajera vivida por tres piragüistas recorriendo prácticamente completo el mágico río africano. La odisea se inicia en el año 1950, con unos kayaks de tipo expedición, desmontables, que además de recordar ligeramente al mismísimo Rob Roy, utilizan la “patente” o diseño habitual de los dos principales fabricantes actuales de desmontables.

La aventura no tiene desperdicio: rápidos, laberintos fluviales, sucesivo contacto con diversas tribus y naciones indígenas, animales… En ella los hipopótamos cobran un especial protagonismo por el enorme peligro que supone la navegación ante su proximidad. Sin duda estamos ante una hazaña importante, más destacada aún si tenemos en cuenta la fecha de su realización y los materiales disponibles entonces. Quizás la vorágine de proyectos aventureros que se ha disparado en la sociedad actual durante las últimas décadas, pueda hacernos pensar que estamos ante una “aventura más”, pero no es así, las cosas hay que conocerlas y situarlas en su contexto temporal y geográfico. En la actualidad, quien más y quien menos, ya son miles de personas las que se embarcan en supuestas “grandes aventuras”. Pero los seguros, la inmediatez de la administración diplomática, la tecnología, las telecomunicaciones, los materiales y la “superpoblación” de aventureros, han desvirtuado tanto este fenómeno que ya resulta casi imposible vivirlo en las condiciones de siglos anteriores. De hecho, hoy en día, algunas grandes hazañas (como por ejemplo ascender al Everest) se han convertido en planes medianamente asequibles, previo pago a una entidad especializada que se encarga de su organización y desarrollo. El tema da mucho juego para debates y discusiones, en las personalmente procuro no entrar. La cuestión es que la historia de los tres palistas en el Nilo, está fuera de toda la polémica generada por los nuevos tiempos.

Cuando leí el texto hace años, disfruté mucho con ello. Aunque es difícil, para un piragüista sencillo y modesto, hacerse una idea de las dimensiones de todo aquello: geográficas, de duración del viaje, de gravedad de los peligros, etc. El constante salto desde anécdotas reseñables a detalles dignos de mención, es más que suficiente como para hacerte una buena idea de lo que aquella vivencia pudo llegar a ser. Y al menos en mi caso, espoleó la imaginación y las ganas de embarcarme en alguna experiencia similar aunque de dimensiones domésticas y viables. Esta lectura fue, sin duda, uno de los detonantes de mi actual afición al piragüismo viajero.

 Los tres protagonistas posando en sus kayaks
(imagen: libro de Goddard)

 Una parada en la selva (imagen: libro de Goddard).

Peregrinación

No nos hace falta ir muy lejos para dar con personas lo suficientemente aguerridas como para que se les ocurran ideas descabelladas en las que nuestras queridas embarcaciones ligeras se conviertan en eje clave del proyecto. En 1950, 16 palistas, a bordo de tres K-4, salieron de Palma de Mallorca y se plantaron en Roma. Así, por la buenas. La travesía tuvo algunas escalas en Mallorca, otra en Menorca y alunas más en Cerdeña y Córcega, ya que el trazado realizado fue en línea casi directa, atravesando el Mediterráneo sin el abrigo de la costa.

Se trataba de una peregrinación en Año Santo, compartida por estudiantes del SEU, apoyados por un barco de avituallamiento y en la que recorrieron 1070 km. Las embarcaciones se construyeron en madera contrachapeada y forradas de lona exterior para mayor impermeabilización. Su diseño fue responsabilidad  de José Sans Gironella, quién veraneante habitual de Laredo, se apoyó en gran medida para ello en los consejos aportados por los carpinteros de ribera de la villa marinera cántabra. La fabricación se realizó en unos talleres cedidos por el Ejército del Aire. Las piraguas iban equipadas con una pistola de señales, dos cantimploras de agua, una brújula, cuatro chalecos salvavidas, una linterna, cuatro bolsas impermeables, cartas marinas, sacos estancos, silbatos y algunos cabos. Las tripulaciones contaban con cuatro palistas de reserva para poder intercambiar eventualmente alguno de los puestos de paleo.

Las noticias de esta aventura me llegaron tras un par de saltos “internaúticos” que acabaron haciéndome “amerizar” en un blog en el que un hijo de los protagonistas en la descomunal remada, cuenta la historia reconstruida, tras una labor de investigación retrospectiva. Todo ello amenizado por bastantes fotos y un par de videos procedentes del NO-DO. La odisea tuvo un estilo organizativo muy propio de la época franquista, pues desde sus inicios tuvo la fortuna de contar con la simpatía de las fuerzas militares, lo cual les facilitó enormemente las cosas y les brindó todo el apoyo logístico necesario, además de espiritual (que en aquel momento venía necesariamente adherido a cualquier favor institucional). En todo momento contaron con barco de apoyo: primero un pequeño yate, después un remolcador y finalmente un buque de guerra, hasta que los propios italianos tomaron el relevo en la cobertura. La escolta les brindaba alimentos, bebida, asistencia médica, cierta protección contra viento, reposo para los relevos y hasta misa diaria en el caso de barco grande. Aún así, la empresa no resultó fácil en absoluto. Sufrieron fuertes vientos, oleajes, castigo del sol y todo tipo de dolencias propias del esfuerzo continuado. Tal fue el sacrificio que hubo momentos en que la acumulación de males y la fatiga provocaron que las piraguas avanzaran sin su tripulación al completo. Pero nunca fueron remolcadas ni obviaron tramo alguno del recorrido. La etapa más larga, entre el archipiélago Balear y Cerdeña, supuso la sucesión ininterrumpida de la navegación en periodos diurnos y nocturnos, en la que la luna llena facilitó ligeramente las cosas.

La protección institucional del proyecto tuvo otros y pros y algunas contras. La dependencia de mandos y medios ajenos, provocó retrasos excesivos en algunas de las escalas, así como ciertas concesiones a las agendas de determinadas personalidades. Eso, por ejemplo hizo que tuvieran que remontar el Tíber contra la corriente de una crecida, estando a punto de echar al traste el éxito de la hazaña a orillas de su final. Por otro lado, los apoyos dispusieron de los materiales, traslados de los kayaks en barco desde Valencia a Palma, vestuario para las recepciones oficiales y la audiencia Papal, vuelo de regreso de las tripulaciones, etc.

Hay detalles de esta historia que nos ayudan a darle el mérito que tiene y que es enorme. Si bien los participantes activos en ella eran jóvenes con un estilo de vida deportivo para la época (en una España algo tercermundista), no podemos considerarlos como deportistas profesionales o con dedicación preferente al entrenamiento. De hecho, alguno de ellos no sabía ni nadar. Una parte muy importante del colectivo de tripulantes eran pucelanos, lo cual no es un demérito (ni mucho menos), pero si el hecho de que los ensayos y pruebas previos se hubiesen llevado a cabo únicamente en algunas prácticas de remada en aguas de la Casa de Campo… nos podemos imaginar el cambio que supondría bregar contra corrientes, marejadillas, tramontanas y demás, en pleno mar Mediterráneo. A mí desde luego esta gesta me parece memorable, me ha sorprendido dar con ella y no he dudado en otorgarle aquí este simbólico título de heredera de Rob Roy.

Los kayaks embarcados entre Valencia y Palma
de Mallorca (imagen: recopilada por Alejandro
Sans).

Inicio de la travesía en Palma de Mallorca
(imagen: recopilada por Alejandro Sans).

 
Exitosa llegada a Roma (imagen: recopilada por Alejandro
Sans).

Por no mencionar al perro…
Voy a cerrar el asunto con humor. Con un guiño cómico y satírico. Dando cuenta de un viaje novelado que ignoro si está basado en hechos reales o es simple fruto de la irónica imaginación de un literato. Jerome K. Jerome, escribió en 1889 una novela titulada “Tres hombres en una barca (por no mencionar al perro)”. Se trata de un relato de viaje, del género de humor del absurdo, en el que partiendo de caracterizaciones autobiográficas (de él mismo y de dos de sus amigos) y una experiencia anterior (de su propia luna de miel en barco), el autor describe un caótico viaje en barca de de remos, realizado por tres jóvenes amigos, ociosos y ridículos. El proceso se convierte en un sinfín de peripecias disparatadas, aderezadas por una constante sucesión de discusiones, puyazos y faenas que los tres implicados se infligen sin cesar. El escenario es el curso del Támesis entre Kingston y Oxford, el periodo transcurre durante varias jornadas estivales, y el guión cristaliza en un absoluto disparate.
Ni siguiera el tipo de embarcación o acción motriz propulsora pueden encuadrarse dentro del concepto del piragüismo (kayak o canoa), sino  del remo de banco fijo en un bote. Pero aún así, la experiencia fluvial me parece cercana, así como la ubicación temporal, que coincide aproximadamente con los meritorios desempeños de Mac Gregor, Baden Powell, Stevenson y tantos otros prestigiosos precursores del turismo acuático. Las hilarantes situaciones descritas, tengo claro que surgen del ingenio del escritor y de una necesaria experiencia previa en lo que supone desplazarse por un río a remo. De eso no me cabe la menor duda. Sin haber pasado antes por ello, no creo que se tenga conocimiento de causa suficiente como para crear determinadas escenas. No me atrevo a recomendar la lectura de la obra, porque no es un humor apto para todos los públicos, ni mucho menos. Su estilo cómico, es solo para incondicionales, es de esos, tan-tan absurdos, que lo mismo hacen desternillarse a algunos lectores, que quedarse pasmados con cara de sentirse burdamente estafados a otros. Yo formo parte de los primeros. Lo bueno es que se trata de una muestra cómica de la época, coetánea de las canoas Rob Roy y de la práctica viajera fluvial de entonces.

 Fotografía antigua de los verdaderos personajes que sirvieron
de inspiración para la novela (autor incluido). (Imagen:
publicada por K. Hentschel)

 Ilustración sobre la obra (Paul Rainer).

La herencia ha quedado pues repartida, justa o injustamente, como tantas veces ocurre con los bienes materiales de muchas familias. La cuestión es que en este caso es inmaterial, y por lo tanto aprovechable para sucesivas épocas. En nuestra mano está el sacarle partido, cada uno en la medida de su interés y posibilidades. Por mi parte, hace ya tiempo que lo estoy haciendo.




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