viernes, 6 de febrero de 2015

6. INDOOR-OUTDOOR

"Tempestad de nieve, barco de vapor frente a Harbour's Mout".
(Joseph Mallord William Turner. Tate Gallery).

En enero hemos estamos teniendo fuertes temporales. De esos en los que el invierno se hace sentir tal y como lo solemos evocar cuando pensamos en él en cualquier otra estación, frío, desapacible y generoso en precipitaciones. En el Cantábrico estos temporales cobran especial plasticidad, pues muchas veces integran una rica variedad de inclemencias, tal y como está sucediendo en aquellos a los que me refiero. La cota de nieve (en estas ocasiones, acertada por las previsiones, y por lo tanto consumada realmente) ronda ahora los 100 metros de altitud, lo cual ha dejado un blanco manto sobre la práctica totalidad del territorio de mi región. Pero es que los frentes están trayendo además mucha precipitación, lo cual quiere decir que arrojan mucha lluvia, en forma de intensos y sucesivos chaparrones, en las zonas donde no hay altura suficiente para que nieve. Por supuesto hace frío, en algunos un poco más de temperatura que en las soleadas y tranquilas semanas previas, no mucha más, así que la sensación térmica, espoleada por la humedad y por el viento, va siendo de intenso frío, esa que no te sugiere más alternativas que quedarte en casa disfrutando de algún plan invernal interior, con o sin chimenea, pero con líquidos reconstituyentes (por temperatura o graduación alcohólica) y placeres acostados o recostados, como la lectura sin ir más lejos. Por si la estampa descrita hasta ahora pareciera aún floja, la adversidad climatológica en el anteúltimo frente trajo consigo igualmente fuertes vientos, que en nuestro caso soplaron preferentemente del oeste, aunque con viradas hacia el norte. No fueron los típicos vientos huracanados, aunque secos y cálidos, del sur, sino otros menos veloces, pero fuertes y mucho más fríos y desapacibles. El cuadro se acababa de detallar con temporal en la mar, con una agitada, brava, oscura y amenazante actitud de la superficie, que no dejaba de dar forma a grandes olas de cinco o seis metros en las costas. Temporales tenemos muchos por aquí. Cada cual de una intensidad y naturaleza propia, y los dos últimos, cada uno a su manera, con tan completo catálogo de inclemencias, sí que me han exigido adaptaciones en mis sesiones de entrenamiento y, sobre todo, me han hecho reflexionar sobre la práctica deportiva al aire libre y bajo techo, “outdoor” e “indoor” que dicen los anglosajones.
Para cualquiera que me conozca no puede haber dudas al respecto, soy un deportista casi exclusivamente “outdoor”. No sólo de exterior, sino que además con especial querencia por espacios y entornos de características mucho más naturales que artificiales: montañas, ríos, valles, el mar, la nieve, las pistas forestales o las carreteras más recónditas. Mis preferencias deportivas así lo confirman: esquí (mejor de travesía que de pista); bicicleta (aunque prefiero la de carretera que la de montaña, siempre buscando rutas solitarias, abruptas, rurales o deshabitadas); kayak (aguas tranquilas, pero de mar, lago o río); senderismo o “montaña” (costero, forestal, rocoso, de media o alta montaña…); y así sucesivamente hasta llegar a los patines, que aunque también son una actividad eminentemente “outdoor”, requieren de una infraestructura bastante artificial. Con ese sello personal de “necesidad” y pasión por los ambientes abiertos, por la intemperie y por la naturaleza, cada vez que nos visita un temporal o un frente invernal, mi ocio cotidiano se complica, pues muchas de mis opciones de actividad física se convierten en impracticables, peligrosas o demasiado desagradables. Con algunas de ellas soy más tolerante a la adversidad que con otras. Si la cosa está muy fea puedo recurrir a la carrera a pié, y desde luego el caminar por la montaña, pues esto último lo practico casi ante cualquier adversidad atmosférica. Pero la primera me limita mucho la motivación y la preparación, y para la segunda se requiere más tiempo por sesión, del que puedo emplear en días de labor. El resto tienen todos inconvenientes: tolero relativamente bien la lluvia en bicicleta cuando no queda más remedio porque me pilla a medio camino, pero la odio y por lo tanto no me expongo a ella cuando hace acto de presencia antes de salir de casa; el viento fuerte me impide (por seguridad) embarcarme en el kayak; y de los patines ni hablamos…

 Escapada con esquís por el bosque de Proaño tras una nevada.

Así que en situaciones así, a pesar de alguna carrera por la costa y del cotidiano (y demasiado breve) paseo con los perros (haga como haga, que para eso tengo katiuskas altas, visera de lona embreada y gabardina larga con perneras), no me suele quedar más remedio que optar por el entrenamiento “indoor”, del que saco beneficios de puesta en forma (menos, porque las sesiones son siempre bastante más breves), pero nada de diversión o entretenimiento.

Mi “indoor” puro se reduce a los ergómetros (rodillos o simuladores). La piscina está descartada porque aunque me defiendo en ella y soy capaz de trabajar de forma aeróbica largas duraciones, me aburre mucho, y además, supondría un gasto extra que no estoy dispuesto a pagar porque no me hace ninguna falta. Por el contrario, los ergómetros los tengo en casa, lo cual me permite robarle menos tiempo al trabajo on-line y poderlo hacer cuando mejor me venga a lo largo del día. Pero insisto, esta es, siempre, la última y desesperada opción, pues me aburre soberanamente. La clave es disponer de películas (o documentales) suficientes que poder ver en el ordenador mientras me ejercito, en tal caso la sesión puede durar más, porque sin ese entretenimiento complementario, los minutos se hacen eternos (la música ayuda pero no basta). Claro que han de ser filmes en los que no haya que estar muy pendiente de la conversación o el sonido ya que éste siempre anda compitiendo por destacarse por encima del que genera el aparato.

Mis ergómetros son dos. Un viejo Cateye para bicicleta, en el que tengo instalada de forma permanente mi vieja Trek de carretera, y que procuro evitar siempre que puedo. Precisamente esta temporada había decidido no utilizarlo nunca, pero la Cofradía Velocipédica me ha puesto dos muescas en el calendario invernal y, o me subo al rodillo un poco, o no voy a llegar a cenar con los demás en ninguna de ellas, porque hasta ahora en bicicleta apenas he dado algunos entrenamientos-paseos bastante cortos. Las ventajas del rodillo son: que me permite manejar el ratón para buscar nuevos videos de Internet si se me acaban pronto los que veo, que me mantiene la adaptación al pedaleo y la postura a lo largo de las semanas, que me posibilita acumular algunos kilómetros y que facilita que el “recuerdo” al asiento se mantenga. Pero de hecho, puestos a trabajar en ergómetro, prefiero el de remo. No sé explicar porque pero lo llevo mejor, además este año resulta especialmente importante  ya que ofrece bastante más transferencia con el paleo en la piragua, al incorporar un importante trabajo del tren superior durante el esfuerzo. En este caso tengo que elegir previamente una película suficientemente larga y a ser posible en DVD, para no tener que levantarme del aparato a la mitad. En cualquier caso ambas máquinas y ejercicios demuestran ser un aburrimiento, cuando demandan un complemento mental extra. Lo dicho, no me gusta nada el deporte “indoor”.

Pero fue precisamente este invierno, recurriendo a las sesiones con simuladores, cuando pude por fin disfrutar de una experiencia cinematográfica a la que tenía ganas desde hacía casi un año. Me explico, en un texto que escribí la temporada pasada, hacía referencia a la fabulosa carrera de patinaje sobre hielo de “Las once ciudades” (Elftendentocht), la cual, exclusivamente en los escasos inviernos en los que las temperaturas (suficientemente bajas) lo permiten, se celebra sobre los canales helados de Friesland (Holanda) a lo largo de 200 km. Entonces aporté algunos datos sobre tan peculiar evento, y expliqué que la de 1963, resultó ser la edición más legendaria de todas las celebradas, por lo durísimo de las condiciones atmosféricas. En aquella ocasión Reinier Paping fue el brillante vencedor, tras una espectacular demostración de coraje y pundonor, y en el blog entonces, incrusté un interesante documental de la época sobre su victoria (aquella edición fue también la primera que se televisó en directo. En blanco y negro, por supuesto). Pero cuando buscaba información del asunto, me encontré con que se había rodado una película comercial moderna sobre la prueba de aquel año. La cinta se llama “De Hel Van’63” (El infierno del 63), y tras muchas dificultades y búsquedas, por fin, recientemente, la he conseguido. Es holandesa, idioma en el que no me desenvuelvo en absoluto, pero gracias a la tecnología, ofrece la opción de los subtítulos (en inglés), lo cual la convierte en una opción perfecta para verla mientras me esfuerzo en los simuladores, ya que no tengo que estar pendiente de escuchar las conversaciones. La película no puede ser considerada como una gran obra de cine, sin embargo, alcanza calidad suficiente como para ilustrar con rigor y entretenimiento los sucesos de aquella histórica carrera. Se echa de menos mayor proliferación de escenas de verdadero patinaje “outdoors”, pero la ambientación está muy conseguida. El argumento es bastante clásico, una típica narración del evento, vivido paralelamente desde el punto de vista de varios participantes. Lo interesante de la trama, es que esta se centra en protagonistas populares, no en los campeones o en los famosos, sino en los participantes del montón, en un puñado de ellos, escogidos de entre esos 10.000 que forman toda la masa de patinadores que salen para intentar lograr la hazaña. Es pues un homenaje al deporte popular de gran resistencia, de reto personal. Ese con el que tan identificado me siento, que tantas satisfacciones me ha dado, y que se respira por todos los poros de mis escritos. Alguna escena de la película hasta me hizo reír, al verme reflejado (yo y tantos otros conocidos) en la absurda forma de pensar de uno de los protagonistas. Resulta irónico haber comprobado como una epopeya deportiva “outdoor”, me ha ayudado a soportar el tedio de un par de sesiones de entrenamiento “indoor”.

Del invierno no me quejo (nunca lo hago, pues es una estación que me encanta desde pequeño). Es más, este ha sido, hasta parte de enero, especialmente seco y agradable, permitiéndome mucha actividad deportiva “de puertas afuera”. Recuerdo una estupenda mañana de domingo, que al tener que llevar a mi hija Ana a jugar un partido de baloncesto, metí mis patines en el coche con idea de ir a rodar un poco alrededor del aeropuerto de Santander. Pero aquel día me esperaba algo mucho mejor. Tras dejarla en el pabellón de un pueblo, a los pocos kilómetros me topé con un carril-bici que desconocía, aparqué el coche, me calcé los patines y me puse a investigar. El trazado era divertido por la sucesión de giros angulosos en el polígono industrial de Guarnizo. Después se volvió espeso de vegetación y acabó convertido repentinamente en un estrecho pasillo de tierra patinable. Gracias al espíritu indagador con el que me había levantado aquella mañana, bajé con cuidado una corta cuesta de piedras para desembocar en otro carril de ribera de ría que me llevó agradablemente hasta Astillero. Desde allí fui acumulando kilómetros estupendos hasta el Parque de Cabárceno, disfrutando a tope de las cualidades del trazado, del sol de la mañana, de los colores aún otoñales de los árboles y, sobre todo, del placer de patinar libremente y con seguridad en un trazado completamente nuevo para mí. Después di media vuelta y regresé eufórico hasta la cuesta de piedras. Aún me la pasé de largo voluntariamente para remontar el carril de la ría hasta su final (unos pocos kilómetros más), dar otra vez media vuelta y ya regresar hasta el coche por donde había venido inicialmente. En resumen, una de las mejores e inesperadas sesiones deportivas del invierno, la cual por cierto, quedó ubicada dentro de mi periodo de transición, es decir, en la época en la que no entreno de forma continuada, sino que hago deporte de forma desordenada, tranquila y cuando puedo y me apetece.

Para el patinaje no hay simulador que valga, al menos yo no lo conozco, y aunque lo hubiera, no me lo compraría porque ni me cabe en casa, ni le encuentro mucho sentido, pues seguramente sería tan aburrido como los otros. Sin embargo, la casualidad ha hecho que disponga, eventualmente, de una instalación “indoor” en la que poder entrenar. En mi pueblo vive Quique. Es un entrenador personal que con mucho trabajo (también personal), ingenio, saber hacer y carisma, ha creado lo que él mismo denomina el CAR de Galizano. En un inmueble modesto y de aspecto exterior poco sugerente para la práctica deportiva, mi amigo, con sus propias manos y recursos, ha levantado una verdadera instalación de entrenamiento espectacular, que poco, o nada, tiene que envidiar de la mayoría de los gimnasios urbanos. Allí tiene casi de todo, pero nada de ello es lo que a mí me interesa (salvo una cosa). El caso es que recientemente me llamó para pedirme consejo sobre el entrenamiento “en seco” de esquí de fondo. Me enseñó unos “roller-ski” de clásico, le expliqué las diferencias, hablamos bastante y un segundo día quedé con él para enseñarle unos ejercicios de progresión de patinaje en línea, con gran transferencia hacia el esquí de fondo de modalidad “skating” (los videos de la escuela alemana de esquí de fondo son estupendos en este tema). Al hacerlo comprobé que su instalación ofrece un recurso eficaz, y muy divertido para poder entrenar algo el patinaje cuando el exterior está mojado. La instalación es estrecha y alargada, y en ella, rodeando gran parte del aparataje de entrenamiento, y rodeada a su vez por más elementos variados, hay trazada y construida una especie de pista de atletismo de 3 calles y en hormigón satinado ideal para patinar. Cada recta es casi de 50 metros, y en sus extremos hay sendas curvas de 180º con un radio interior que no creo que pase de los 2 metros, y bastante peraltadas. Total que te pones a patinar, y cuando ya superas los 20 km/h te llega la curva, te pones a huevo y la trazas lo mejor que puedes, para salir de ella cruzando la pierna exterior y acelerando otra vez. Y así sucesivamente durante vueltas y vueltas. La sensación es de mucha más velocidad de la que realmente llevas. El ejercicio es entretenido porque ves a gente, porque no te puedes relajar en el emocionante y continuo paso por curvas y porque aunque bajo techo, estás patinando realmente. A todo esto hay que añadir que el esfuerzo resulta intenso porque al salir de cada curva te exige una nueva aceleración. Eso sí, conviene dividir la sesión en al menos dos mitades, para cambiar de sentido de giro a la pista. En definitiva que gracias a Quique, de vez en cuando, quito el gusanillo del patinaje y mantengo la costumbre, en su “velódromo” particular.

Contraseña para ver el video: nomada
CAR de Galizano

Y hablando de patines, ciclismo, entrenamiento, “outdoor” e “indoor”, aquí os dejo con este espectacular video de motivación deportiva. La voz creo que está en japonés y la duración alcanza los 12  minutos. Pero da igual, el conjunto resulta espectacular, mostrando imágenes preciosas y/o poderosas en cuestiones de entrenamiento o desempeño deportivo.
  

No hay comentarios:

Publicar un comentario