viernes, 27 de junio de 2014

23. L’EROICA BRITANNIA 2014 (1ª Edición)

I want To Ride My Bicycle by Queen on Grooveshark



La sucesión de eventos de junio, no voy a decir que esté siendo estresante (esa no es la palabra adecuada), pero sí de una gran intensidad. No acabas de regresar de un viaje para sumergirte en las obligaciones de la vida corriente, cuando ya tienes que estar ajustando preparativos para poner en marcha el siguiente. Uno se va acostumbrando y adaptando a ese ritmo (a lo bueno siempre es más fácil la adaptación), pero lo malo es que los estímulos y vivencias originados en cada evento, hacen alejarse y rebajan las esencias de la presencia de los anteriores. Ignoro si algo como esto les puede suceder a los corredores profesionales de gran calidad, cuando van enlazando carreras y vueltas. Sobre todo a los de antes, aquellos que corrían calendarios ambiciosos sin dedicarse en exclusiva a una única gran vuelta. El caso es que a lo largo de este junio estoy viviendo esa sensación de consecutivas inmersiones en citas de gran personalidad y carácter singular, las cuales se van sucediendo país tras país, exigiéndome en cada momento toda mi atención e interés.

Hoy toca hablar de la primera edición de l’Eroica Britannia, un nuevo ejemplo de ese intento de expansión que la “franquicia l’Eroica” parece estar desarrollando desde el año pasado, cuando propuso l’Eroica Japan. Al evento asiático no puedo asistir por razones obvias: dinero y tiempo, aunque si se presentase algún tipo de patrocinio, no lo dudaría y pondría de mi parte todo lo posible. Ya hay rumores de una versión en España… me ha llegado un chascarrillo al respecto pero no puedo revelar mis fuentes. Entretanto, lo que sí puedo afirmar, rotundamente, es que la versión británica, en mi opinión, ha superado claramente, en casi todo lo valorable por los usuarios, a su supuesta hermana mayor toscana. Ha sido una maravilla.

Nuestro viaje empezó en coche a Bilbao para tomar un avión. Fuimos con tiempo y sin facturar, pues en esta ocasión he probado a viajar sin bicicleta propia. Todo resultó muy sencillo. Allí nos acabamos juntando con Roberto Folia, quien no habiendo podido resistirse a la llamada, había diseñado un rocambolesco plan de viaje para acudir a la cita. La combinación era imposible, pero con Roberto ya se sabe… hasta lo inverosímil se hace realidad. Mi mérito tan sólo fue localizarle un alojamiento económico de última hora y aconsejarse que alquilara un coche. El suyo, todo lo demás, que fue mucho, pero además, haberme hecho caso en apuntarse a uno de estos viajes ciclistas tan fascinantes. Contárselo a la gente y tratarla de convencer para que lo prueben, lo hago constantemente, pero son pocos los que me hacen verdadero caso o tienen las agallas suficientes para “hacer un poder”. Ellos se lo pierden. Y si no, que se lo pregunten a Roberto.

En Manchester cogimos el Clio de alquiler de nuestro amigo y en él nos metimos a presión, las tres personas, los equipajes y la tremenda maleta rígida en la que viajaba la Vitus de Roberto. Los primeros lances de la conducción inversa de nuestro anfitrión automovilístico fueron excitantes, caracterizados por limar las cunetas y tratar los bordillos de las aceras cual pianos de circuito de fórmula 1. El GPS nos dirigió con acierto y la luminosidad de una tarde completamente soleada nos facilitó salir al campo y empezar a disfrutar de unas carreteras idílicas por medio del Parque Nacional del Peak District. Estábamos allí, no nos lo creíamos, la previsión era de sol para todo el fin de semana y el domingo seríamos nosotros quienes pedaleásemos todo el largo día por tan hermosos parajes.

Nuestro “chófer” nos dejó en la rotonda central de Bakewell, justo a la puerta de nuestro estiloso hotel clásico de entorno rural. Por allí ya había buen ambiente y unos cuantos “Bianchis” montaban sus bicicletas, las ajustaban o las probaban. Por las calles y carreteras se veían ciclistas clásicos o cicloturistas “de verdad” disfrutando de lo que quedaba de tarde. Bakewell es una población típica de Derbyshire, con sus casas grises de piedra y pizarra, estilosas y añejas. Tiene muy cuidados sus jardines y paseos junto al río. La localidad estaba claramente preparada para el evento: decorada, engalanada y con la totalidad de sus numerosos comercios mostrando diferentes tipos de referencias o mercancía relacionada con el ciclismo clásico. De hecho, en el hotel, eran ellos quienes se anticipaban preguntando por nuestras necesidades específicas: horario especial de desayuno del domingo, guardabicis, etc. Roberto se fue en la azarosa búsqueda de su albergue y quedamos con él para cenar, al límite de la hora local, en un restaurante francés (los pubs ya no admitían pedidos de comida).

 Bakewell al anochecer (Foto Myriam)

Bakewell matinal (Foto Myriam)

El sábado nos lo tomamos con calma. Primero un suculento desayuno “brittish” con morcilla local incluida. En la calle seguía haciendo buenísimo, con sol desde las cinco de la mañana y bastante calor en las horas centrales del día. Nos dirigimos a la enorme campa en la que estaba montada toda la feria de l’Eroica, que habíamos explorado un poco la noche anterior. Un gran montaje y despliegue, instalado con mucho orden y buen gusto, y sobre hierba. El primer cometido era recoger mi bicicleta clásica de alquiler. Me asignaron una Viscount, modesta marca de bicicletas británica, que produjo ejemplares de carretera entre 1974 y 1982. Los platos eran de 52 y ¿42 o 44? (creo que lo segundo por lo que noté en los ascensos más duros) y las coronas, afortunadamente llegaban hasta un 24. La talla era clavada a la de mi Razesa habitual, al igual que el aspecto de sus racores. Me fijé en que tenía cubiertas nuevas (de 23) y pensé que bien hinchadas, siendo nuevas, aguantarían la variedad de firmes prometida en la descripción previa del recorrido. Tenía unos pedales muy clásicos, de esos en los que el extremo externo se te clava si llevas calzado ancho. Nada que no compensara la suela de goma de mis ya clásicas zapatillas Shimano de Btt, que calzo en ocasiones de riesgo especial (tándem, previsión de potenciales caminatas, etc.). Los frenos eran unos Sturmey Archer bastante antiguos, sin gomas de manetas y con unas incómodas cabezas de tornillos alen en las mismas. La probé por los alrededores y tuve que pedir que me bajaran y regularan el sillín y ajustasen el desviador delantero. Me pareció una bici sin personalidad estética pero auténticamente retro en todo, y aparentemente funcional y práctica. De ahí, a la carpa de registro, en la que me entregaron una bolsa con varios regalos interesantes, el precioso carnet de ruta, dorsales, etc. Ya podíamos regresar al hotel para guardar todo antes de reunirnos con Roberto para disfrutar del despliegue ferial.

Vista parcial de la campa ferial.

El montaje además de grande era de lo más diverso. El ambiente genial y multitudinario aunque gracias al espacio y a la generosa disposición de todo, sin ninguna sensación de agobio ni masificación. Nos llamó mucho la atención como la filosofía, cultura o estética británicas clásicas quedaba patente a la hora de vestir y decorar muchos de los “stands”, los cuales te hacían olvidar que estuvieras deambulando entre carpas, pues aparecías en saloncitos, tiendas, talleres, peluquerías, etc. Los “obsesos” destacarían la presencia de tales o cuales marcas de bicicletas, ropa o accesorios, así como el deambular de cientos de bicis de segunda mano, a la venta a buenos precios (todo se vendía allí). Sin embargo, para mí, que pese a mantener este blog de ciclismo clásico, muestro un vivo interés por la movilidad ciclista contemporánea y por la cultura vinculada a la bici, lo que más me llamó la atención fue lo siguiente:

  • Un puesto de bolsos, maletas y maletines de piel y diseño primoroso, especialmente adaptados para poderse colocar en un trasportín trasero cualquiera, sin que una vez separado de la bicicleta, se note o se vea el sistema de anclaje.
  • Otro espacio dedicado íntegramente a cestas de picnic clásicas, de todos los tamaños, formas y variedad de equipamiento. Una auténtica gozada. Confieso que una buena jornada de pic-nic me parece una de las mejores actividades de carácter socio-activo-entretenido que se pueden realizar en bicicleta.
  • Una propuesta de blusas femeninas reflectantes e impermeables ingeniosas y muy chic, así como un elegante traje de sastre (de falda) para mujer, con múltiples detalles de seguridad y protección para la lluvia.
  • Además, un taller para que los niños pudieran fabricarse cuerdas gruesas al estilo tradicional; varios “negocios” desplegados desde camionetas Piaggio de tres ruedas, ideales para puestos ambulantes; un negocio de cartografía impresa sobre telas; un atractivo puesto de productos ciclistas Holdsworth (en el que Roberto dejó mucho tiempo y algo de dinero); etc.
Detalle de uno de los maletines de diseño.

La feria la recorrimos los tres, alternando ratos juntos con momentos separados, ya que cada cual tenía algunos intereses o gustos compartidos, pero muchos otros bien diferentes. El ambiente era festivo y muy agradable. Hicimos una parada de descanso para tomarnos unas frescas pintas de cerveza y comernos unas pizzas, sentados sobre unas de las muchas pacas de paja que la organización había dispuesto por el recinto ferial. Aprovechando una siestecita de Myriam, Roberto y yo repasamos íntegro el mercadillo ciclista de segunda mano. Había mucha cantidad y calidad en la oferta, aunque he de confesar que tanto material acaba saturándome y aburriéndome, pues nunca compro nada en previsión, sino cuando lo necesito y porque no me obsesiono en absoluto con piezas concretas y menos aún con marcas o modelos determinados. Fetichista lo justo. Eché de menos la presencia de más ejemplares Dawes y Raleigh ¿será que sus satisfechos dueños no suelen desprenderse de ellas o que su clasicismo y estética propios las hace mantenerse siempre “jóvenes”?. En cualquier caso una gran presencia de Mercier, fabricante al que no había prestado mucha atención anteriormente y que el propio Roberto se encargó de descubrirme.

A media tarde nos separamos de nuestro amigo y nos fuimos a callejear por el pueblo. Paseamos junto al río, vimos tiendas y descansamos en el hotel. Más tarde quedamos de nuevo para cenar en un típico pub de los grandes. Una buena cena inglesa con cervezas lager generosas y larga sobremesa sobre bicis, cuadros y otras mandangas que Myriam soportó con un estoicismo meritorio. Desde aquí la pido mil perdones.

Llegó la hora de la verdad. Pese a pasar una noche muy mala, con poco sueño, bastante calor y algunos nervios, me levanté a las 5,30 de la mañana, bajé al patio de nuestro anexo, crucé el arco y la calle y desayuné en el hotel para después recoger mi bicicleta. Lo mismo que otros pocos huéspedes allí alojados. Ya en la plaza nos fueron indicando hasta llegar a una bonita calle antigua llena de banderas decorativas y en la que nos íbamos agrupando los madrugadores del recorrido de 100 millas (no vería a Roberto en bicicleta porque su agenda sólo le permitía acometer el recorrido de 50). El ambiente era bonito y excitante, y completamente luminoso y soleado pese a la hora. La verdad es que alojarse “in situ” sale siempre más caro, y sobre todo exige mucha antelación, pero para eventos en los que el éxito depende de una hora de partida tan temprana, resulta casi imprescindible. Tras el sellado y un par de oleadas previas (la salida la iban dando como en Italia, por grupos de gente cada cinco minutos), debí salir sobre las seis y diez de la mañana. Con el chubasquero puesto para evitar el frescor matinal. Todo empezaba con un callejeo inicial breve por Bakewell, para pasar después a una  carretera muy frondosa y algunos giros indicados por voluntarios, que nos fueron llevando hasta acceder al Mosel Trail. Se trata de una vía verde que utiliza un lecho de ferrocarril antiguo. Vegetación, túneles y viaductos por los que rodábamos en grupo, bien organizados y por un firme de tierra clara compactada que no daba problema alguno. Mi bicicleta daba el cante cuando metía el plato grande porque rozaba el desviador. Lo demás: bien. Salimos del “trail” y nos detuvimos en un primer avituallamiento al cabo de 10 millas. Era el desayuno, había opción británica o continental, y como yo ya había desayunado y además el primero de las dos tenía mucha cola, opté por el segundo, que despaché rápido y me volví a la carretera con una densa galleta de algo picante para entretenerme mientras tanto.

La salida a las 6 de la mañana

L’Eroica Britannia, al igual que ocurre con algunos de los eventos retro que he tenido la suerte de completar, entre otras cosas trata de homenajear o reeditar unas carreras antiguas que se diputaron por el Peak Distict a partir de 1942. Conviene recordar que durante gran parte del siglo XX las carreras en línea en pelotón, por carreteras abiertas, estuvieron prohibidas en Gran Bretaña. Y esto fue así hasta que un grupo revolucionario (la Liga Británica de Ciclistas de Carreras (BLRC)) empezó a organizarlas, precisamente por el Peak District y Derbyshire. Seguramente por ello, esta comarca sería posteriormente paso, casi obligado, del “Tour of Britain” (más tarde “Milk Race”). Por otro lado, el “Tour of the Peak”, fue la carrera más famosa de todas las clásicas británicas de una jornada. Así pues, al igual que pasara en Saumur el año anterior y en Oudenaarde el fin de semana pasado, en esta ocasión me volvía a encontrar rememorando un evento de ciclismo clásico relativamente concreto.

El recorrido matinal, a partir de entonces, discurría por una campiña maravillosa. Pastos inmaculados, vallas de piedra perfectas, pocas cabañas y paisajes abiertos y despejados formados por sucesivas lomas o colinas verdes. Para entonces circulaba ya sin chubasquero, en manga corta, a ratos a solas, en otros momentos coincidiendo con otros ciclistas  de forma breve o esporádica, cada cual a nuestro ritmo más adecuado y previsor, aunque con muchas ganas de rodar y disfrutar de todo el recorrido sin perder detalle. Durante muchas de estas millas me parecía estar en el paraíso ciclista, como siendo el personaje y protagonista de un atractivo folleto de viajes ciclistas por entornos paradisíacos, como si estuviera dentro del papel pero circulando, una gozada. Y precisamente entonces acometimos el ascenso más significativo de toda la ruta, el único que podríamos considerar como un puerto desde la perspectiva “continental”. El Nam Nick.

Este paso apenas alcanza los 4 km de longitud, pero se hace duro porque la pendiente es fuerte, llegando al 15% en varios tramos. Ha sido escenario de victorias memorables dentro de los campeonatos británicos: especialmente las de Tom Simpson y Barry Hoban. La carretera es buena y serpentea por una ladera montañosa en pleno paisaje del Peak District. Como viene siendo habitual, eran bastantes los que caminaban, incapaces de mover los desarrollos, otros se afanaban, estilo molinillo, con sus bicicletas clásicas trucadas (buena opción), y yo a mi ritmo iba pasando a algunos de ellos, aunque sintiendo que llevaba un desarrollo especialmente duro y trabado. O la pendiente es realmente dura allí, o aquel plato tenía bastantes dientes. Al coronar pasamos del sol a una suave neblina que nos acompañaría durante algunas millas valle abajo. Al principio apenas se descendía, más bien pedaleábamos por cordales o a media altura. Más tarde sí, los frenos demostraron su suficiente eficacia y un valle precioso nos acogió, entre campos, bosques y un paisaje sin poblar. Por allí coincidí con un grupo de italianos que tomó mi rueda en las últimas partes del descenso. Rodé a la suya algún rato, mientras circulamos por una pista de tierra al borde de un embalse, para después remontar una durísima rampa corta en la que te quedabas prácticamente clavado. Más tarde tomamos una carretera muy estrecha y encantadora que nos introdujo en uno de los territorios de aspecto menos civilizado y más natural de toda la ruta. Estamos completando el tramo más largo entre descansos de toda la jornada, el cual acabó en una parada sencilla en Derbyshire Bridge, en mitad del monte, en la que me tomé unos “cakes” y pedí a un mecánico que me retocase el desviador y me evaluase la cazoleta izquierda del eje de pedalier, ya que se movía de forma solidaria con el eje. Lo primero se solucionó, lo segundo no era un problema real, sino que la restauración mecánica estaba dispuesta así… 37 millas cumplidas y con más dudas por delante con respecto a la bici que a mí mismo.

Un detalle del recorrido matinal por el Peak District

Seguí solo, circulé por páramos verdes y elevados sobre el resto del horizonte, era una sucesión constante de toboganes de ascensos y descensos suaves. La mañana era eterna, aún pronto, y muy bonita y agradable. Las señalizaciones eran muy claras, aunque por aquí parecían escasear. De hecho ya no existían, salvo en el caso de que tuvieras que abandonar el camino, sendero o carretera que llevaras, lo cual me hizo plantearme alguna duda, aunque enseguida me acostumbré. Uno acaba reconociendo el “acento”, “pronunciación”, estilo del lenguaje  de señalización que utiliza cada responsable de marcar un recorrido, a medida que va haciendo kilómetros en él. Te acabas adaptando al sello personal de cada itinerario. La ruta entraba entonces en la “capital del Peak District” y se sucedieron varias poblaciones de diferentes tamaños, algunas de ellas especialmente encantadoras. Circulamos por los valles de Edale y Goyt, pero me resulta imposible asignar mis recuerdos a cada uno de ellos, se me mezclan las visiones con los nombres de los lugares reales. Para ello habría que haber ido pendiente constantemente de un buen mapa, algo que no tiene sentido ni practicidad en este tipo de etapas. En aquellos momentos ya alternábamos tramos de carreteras aún sin tráfico con largas rectas de “trails” sin asfaltar, pero en muy buen estado de rodadura, sobre antiguos lechos de ferrocarril.

Toda la jornada transcurría afectada por el madrugón. De tal manera que cuando se cumplía un poco más del ecuador de la distancia, 51 millas, alcancé el punto de avituallamiento principal, el que se correspondía con la hora de comer (y las ganas de comer), aunque apenas eran pasadas las once de la mañana. Estaba en Hartington Village, un agradable pueblo con una amplia plaza con estanque, en el que dispuestas señoras con cantarín acento inglés de Derbyshire nos sirvieron un almuerzo a base da puddings, salchichas, y elaborados dulces. Aquí ya servían también una especie de sidra tostada y el ambiente era mucho mayor porque ya compartíamos ruta con el pelotón de las 50 millas, del cual no nos volveríamos a separar más que en un bucle concreto, desde aquí hasta el final. Comí con un inglés amable llamado Mike, que vestía un maillot de punto de hace 40 años, “su” maillot de cuando de joven formó parte de un club ciclista. Quién guarda halla, estaba muy ilusionado con él. De vuelta a la ruta tomamos un sendero muy estrecho pero ciclable, auténtico “mountain bike” entre ortigas y espesa vegetación en el que me permití el lujo de, incluso adelantar gente, cual si de un ciclo-cross se tratara (muy divertido). El sendero, tras una bajada un poco trialera desembocaba en otro rápido “trail”. También hubo tramos de carretera y calor, algo pesados por la digestión, pero una estrategia de ritmo suave y desconexión mental me solucionan ese conocido momento en 20 o 30 minutos. En Ilam alcancé una parada de avituallamiento (en unas sellábamos, mientras que en otras no) preciosa. Era una gran y cuidada finca noble que rodeaba un castillo elegante que en la actualidad es sede de un Albergue Juvenil. Era el momento (que no la hora) de un té. Parada técnica para ir al baño, para que me engrasaran un pedal que no dejaba de silbar y para entablar conversación, entre repostería de tarde y mientras se enfriaba el té, con un grupito de agradables ingleses que “fliparon” con mi calendario y tomaron nota del blog.
Nada más abandonar la regia propiedad, llegaba una dificultad por escalar, inesperada y traicionera, de no más de uno o dos kilómetros pero fuertes porcentajes, en los que el refrigerio impedía disponer de todo el flujo arterial en la musculatura de los cuádriceps. Sufrí pero lo conseguí. Seguía vivo y superaba ya las 63 millas. Se fue presentando una larga sucesión de pueblecitos primorosos en los que en cada esquina daba la impresión de que fueras a toparte con Miss Marple. Las casas eran lo que por aquí denominaban “alpine cottages”, lo que viene a ser casitas o cabañas de montaña. Tras algunos descensos tomé el Tissington Trail, por el que pese a no estar asfaltado, rodaba “casi a plato” (con la anteúltima corona y a buena velocidad). En esos tramos el viento no existe porque lo anulan las trincheras o la vegetación que escondían la vía. De forma que en poco tiempo y sin gran esfuerzo se adelantaban bastantes kilómetros y pude alcanzar las 77 millas de recorrido, llegando a High Peak Junction tras un trialero descenso por mitad de un bosque sorteando viandantes, excursionistas, perros, jinetes, escalones de drenaje y divirtiéndome de lo lindo haciendo de la Viscount una montura de ciclo-cross una vez más. La parada era estupenda, daban helado, brownies y otras dulzuras. Había buen ambiente y un río con patos en una antigua estación de tren. Para salir de allí se cruzaba un puente y se reiniciaba el descenso técnico por el bosque. En todo momento fui consciente (menos mal, será porque mi bici corriente actual es británica) de que los mandos del freno están cambiados; algo fundamental para tener en cuenta cuando juegas al límite del derrape de la rueda trasera… para no irte de morros si la que pierde adherencia por error es la delantera.

En ese momento llegó lo más pesado del recorrido. Sucesivos tramos de carreteras, algunas de cierta anchura y otras estrechas y bonitas. El problema radicaba en que ya presentaban bastante tráfico, porque era la mitad de un domingo soleado previsto en Inglaterra, y allí no perdonan, todos salen al campo ante la tregua de los chaparrones. Aún así, y pese a que ya éramos numerosos ciclistas rodando de forma desordenada formando rosarios de unidades, pares o tríos, los coches nos respetaban completamente. Pero no dejaba de resultar incómodo, especialmente en los numerosos repechos. También aquí tuvimos un rato del “High Peak Trail to Conford”, para relajarnos. Pero antes de que el desánimo pudiera llegar, tras un cruce “protegido” (no todos, pero muchos lo estaban), entramos repentinamente en unas posesiones campestres impecablemente cuidadas, con un césped perfecto y unos árboles centenarios de especies variadas, a través de una estrecha y suave carretera privada. Eran los terrenos de Chatsworth House, propiedad del Duque de Devonshire, y nos daban acceso directo al último avituallamiento, a los pies de la mansión palaciega más valorada por la población inglesa. Allí nos agasajaron con champán rosado, sándwiches de diferentes patés, hamacas al sol mirando al tranquilo río que cruzaba la finca y un cóctel llamado “Pimm’s” (o algo parecido). La propiedad es de ensueño, no en vano es escenario de la miniserie que en 1995 produjo la BBC sobre la novela “Orgullo y prejuicio” de Jane Austen. En concreto, esto se suponía que era Pemberley (la propiedad del Señor Darcy – Colin Firth); algo de lo que cualquier aficionado (lo confieso, lo soy) a las novelas de la archiconocida escritora, o a las cuidadas adaptaciones que el cine británico suele hacer sobre obras literarias (también lo soy), se hubiera percatado de inmediato. Allí el ambiente era especialmente festivo, sabedores todos de que apenas nos quedaban 5 únicas millas para finalizar ¡y encima era pronto! Así que algunos se apalancaron sobre las hamacas y se dedicaron a repetir alguna que otra copa. Yo brindé con el champán y después disfruté de un cóctel mientras tomaba algunas fotos del emblemático escenario. Por los prados a ambos lados del río los visitantes de domingo nos observaban mientras disfrutaban de sus pic-nic y actividades de asueto.

 Brindis con champán en Chatworths

Una pareja de jovencitas de Peugeot que tuvo gran éxito

Del contacto parcial con la aristocracia salíamos pedaleando por una inmaculada pradera, para cruzar un bonito puente, atravesar un pueblo con encanto y acabar circulando por una carretera con gravilla y bastante tráfico dominical. Afortunadamente la abandonamos pronto para acometer la última subida de la jornada, la cual exigía levantarse del sillín en algunos tramos. Por ahí atrás hacia tiempo que empezaba a notarse un sordo “clonc” a cada golpe de pedal cuando me levantaba. No parecía nada grave, pero se percibía con cierta claridad. Superado el alto, un descenso sinuoso nos llevaría de vuelta a Bakewell, lo hice detrás de una preciosa BSA monocilíndrica que llevaba de paquete a uno de los fotógrafos, y que debía de frenar bastante poco, porque nos estuvo retardando claramente, a los que allí coincidimos, durante toda la bajada. Y sin casi tiempo de llanear, entramos en la campa circulando por tres tramos rectos. Los dos últimos de hierba y llenos de gente aplaudiéndote como si fueras un corredor importante y acabaras de hacer algo grande. Puedo decir que terminé muy bien, muy entero y enormemente satisfecho de todo lo vivido. En la llegada Myriam estaba allí, esperándome sonriente. La organización pronosticaba unas 10 o 12 horas incluyendo las paradas, eso nos había preocupado a algunos y probablemente nos había hecho ser precavidos y espabilar, el caso es que al llegar eran las tres de la tarde con lo cual mis previsiones se adelantaron muchísimo y al menos Myriam tuvo que esperar mucho menos. Me hice con mi bien merecida cerveza y el bocadillo de rigor y lo tomamos sobre la hierba dejando la bicicleta apoyada. Me topé con Roberto cuando se iba (ya demasiado tarde) y nos dimos una despedida fugaz. Cada vez había más gente y más alegría por doquier. Tras hacer tiempo fui a devolver la bici y me dejé un viejo y gastado bidón en ella (nada de lo que lamentarse). Paseamos un poco y me fui a duchar al hotel. Por la tarde caminamos por el ambientado pueblo y nos tomamos una pinta en un pub, yo contaba lo vivido, en forma de torrente desordenado de experiencias mezcladas, mientras Myriam me relataba su visión desde la fiesta central. Decidimos cambiar de pub para cenar y hacerlo al aire libre y con cierto retraso. Fue agradable y como la noche era cálida y daba pena irse a dormir pronto, regresamos a la campa a tomarnos un mojito y disfrutar del final de un concierto un poco country, a la luz del atardecer y rodeados de una atmósfera nostálgica de despedida.

Satisfecho en la llegada (Foto Myriam)

Carnet de ruta completamente sellado (100 millas).


Al día siguiente todavía rondaba gente organizando su vuelta a casa o aprovechando días de vacaciones. Nosotros desayunamos y preparamos las maletas, que dejamos en el hotel mientras fuimos de compras a un par de tiendas y al animado mercado de los lunes. Con la cerveza artesana grande que me habían regalado, un queso local poco curado y dos empanadas rellenas, nos calzamos los zapatos de montaña y tratamos de seguir las indicaciones de una ruta de senderismo que monte a través debería llevarnos a Chatsworth en apenas 4 o 5 millas. Y así fue, pese a un titubeo inicial, en un par de horas caminamos un poco por el Mosal Trail, atravesamos un campo de golf, ascendimos por un empinado bosque, cruzamos largas praderas elevadas y llegamos a las fincas altas de la propiedad. Todo ello siguiendo un agradable sendero con pasos de vallas muy cuidados y con todo el aspecto de mantenerse igualito que cuando los personajes imaginarios que la famosa escritora describió, los recorrieron en sus relatos. La vista de Chatsworth House desde el alto es magnífica. Nos acercamos hasta allí pero sin el tiempo necesario para su visita interior, por lo que nos conformamos con nuestro pic-nic de fortuna bajo un enorme árbol y regresamos en autobús.

La cultura británica del senderismo y del especio público se nota
en todos los detalles (Foto Myriam)

 
Paso por uno de las diferentes tipos de portillas.

 
 Apasionada de las novelas de Jane Austen posa en un escenario
mítico durante la ruta de senderismo
Chatworths (Foto Myriam)

En Bakewell hicimos tiempo de “wi-fi” en los salones del hotel. El Rutland Arms Hotel data de 1804, parece ser que allí estuvo alojada precisamente Jane Austen mientras escribía “Orgullo y prejuicio”; aunque Lord Byron y el pintor romántico Turner también gozaron de sus servicios (ellos con total certeza). La jornada se completó con un largo viaje en autobús hasta Manchester, en el que pudimos contemplar el proceso de metamorfosis que va desde el idílico Distrito de los Picos, hasta el centro de la ciudad, pasando por poblaciones primero pequeñas, después más grandes y finalmente un horroroso extrarradio con aspecto deprimido. Las fachadas grises de las montañas pasaron de repente a convertirse en rojas a base de ladrillos. El día terminó instalándonos al lado de la catedral, cenando tranquilamente y paseando por Deansgate Street y los canales, mientras me venían los recuerdos del año pasado.

 Manchester sigue en pleno desarrollo, aunque las obras lo
deslucen bastante ahora mismo.

El viaje termina con más paseos matinales, una compra muy acertada que Myriam espera estrenar en la Anjou Velo Vintage (y no se trata de una bicicleta, así que manténganse atentas las lectoras…), y un azaroso, pesado, incómodo y agotador viaje de vuelta que incluyó caminata, tren, aeropuerto, retraso, avión y coche hasta casa. Lo peor sin duda, el retraso del vuelo, la exasperante lentitud de los dos policías de la aduana española y la paranoia de los responsables de los controles de seguridad del aeropuerto de Manchester que impidieron que mi juego de llaves alen y un desmontable metálico regresaran a casa, pese a pretender hacerlo de la misma forma que viajaron hacia allí. Pero esos últimos avatares son flecos que sólo molestan en el momento, se olvidan pronto y no pueden ensombrecer en lo más mínimo, la fantástica experiencia que fue participar y vivir esta primera edición de l’Eroica Britannia. Además, quién sabe lo que deparará el futuro, como ejemplo el de un alemán con aspecto de jubilado al que vimos partir al día siguiente del evento. En su coche, con su bicicleta y sin ninguna prisa… eso sí que es vida.

Así ya se puede hacer una buena temporada de ciclismo clásico