viernes, 4 de abril de 2014

11. VIAJE A LA ALCARRIA





De pura casualidad, consultando algunas de mis fuentes habituales de Internet, me topé hace pocos días con un evento inesperado. Los 101 km Rolleando de Ambite. Pese a la preocupación de no saber si ser capaz de alcanzar, apenas comenzada mi temporada de entrenamiento, tan larga distancia patinando, el evento me llamó poderosamente la atención y me resultó especialmente apetecible. Además, lo reconozco, mayo se me antoja aún lejano como para tener que esperar tanto tiempo para debutar en algún reto “oficial” este año. Así pues, ni corto ni perezoso, se lo comenté a Jesús, y sin dudarlo nos inscribimos. Y ahora andamos a punto de viajar hacia la Alcarria para tomar parte en tan peculiar evento.

En realidad la prueba discurre por la Alcarria madrileña, desde el borde justo del límite provincial con Guadalajara, a orillas del río Tajuña. Primero iremos en dirección oeste para regresar hacia el este, dibujando doblemente una especie de y griega tumbada, de ida y vuelta. Para mí es un viaje hacia lo desconocido, ya que apenas he visitado una zona que, sin embargo, desde hace años me ha intrigado y con la que tengo algún que otro apetecible plan pendiente. Jesús por su lado hasta ha vivido por allí, tanto en Alcalá de Henares como en Arganda del Rey (extremo occidental de nuestra ruta), como consecuencia de su paso como profesor de la Universidad de Alcalá hace ya unos cuantos años. Aunque nunca me ha hablado especialmente de haber realizado rutas o actividades deportivas al aire libre por allí. Ya me contará durante el viaje, si hubo algo de ello.

Madrid es una provincia francamente interesante. Demasiado olvidada por la omnipresente celebridad de su capital, muchas personas, especialmente los visitantes, no suelen prestar atención a sus alrededores, error además acrecentado por el hecho de que otros destinos urbanos de fama mundial como Toledo, Segovia o Ávila, se encuentran a tiro de piedra de la capital. Sin embargo hay mucho que recorrer y explorar si uno tiene ganas de naturaleza. Por mi parte conozco relativamente bien toda la zona de la sierra, tanto en sus áreas del norte como del oeste. La bicicleta de carretera, la de montaña, el senderismo y el esquí alpino, me han permitido descender sus laderas, ascender algunos picos, recorrer itinerarios clásicos de la montaña y asimilar el paisaje circulando por amplias rutas rodadas, alternando el pedaleo entre las provincias de Ávila, Segovia y Madrid. Desde el norte también he circulado en moto hacia Guadalajara. Partiendo de la Sierra de Guadarrama, por las inmediaciones de Riaza, para conocer los “pueblos rojos” y “los negros”, comarca que visité por vez primer en Vespa y a la que decidí regresar en moto grande poco tiempo después. Por si alguien no lo conoce, aseguro que merece la pena, y de paso, para aquellos “kamikazes” del descenso rodado, que no dejen de aprovechar la cercanía de la estación de esquí de La Pinilla, que funciona como centro de actividades para bicicletas de esa modalidad.

Ahora bien, ese amplio sector circular que podríamos, a groso modo, dibujar entre Guadalajara capital y Aranjuez, extendiéndolo hacia el este, se escapa a mi conocimiento previo, lo cual me parece una auténtica lástima que, tarde o temprano, debería remediar. No en vano son destacadas las referencias que de toda esa zona tengo archivadas. Este plan será una primera toma de contacto. Espero que agradable y confirmadora del interés que la zona merece, aunque a todas luces insuficiente, especialmente teniendo en cuenta que nuestro plan de viaje será fugaz, con traslado de víspera y regreso en el mismo día de la gran patinada. Cerca de allí estuve una vez, pero encerrado en un aula impartiendo un curso de entrenadores de triatlón. En Rivas-Vaciamadrid concretamente. Y no me dio tiempo para ver nada de nada, salvo transitar deprisa por la autovía de ida y vuelta hacia la capital. Ya va siendo hora de arreglar tanto desdén juvenil.

Nuestro evento, pese a tan solo rozar la provincia de Guadalajara, creo que puede considerarse como ubicado en la Alcarria (tal y como dejo claro, no soy experto en la región), aunque se encuentra más al sur que la zona que describe la reducida literatura que sobre tan afamado territorio dispongo en casa. Recorre la Vía Verde del Tajuña, de la que ya hace tiempo me habían llegado excelentes referencias para su disfrute circulando sobre ruedas. Sobre sus bondades y atractivos, espero poder escribir a la vuelta, tal y como acostumbro a hacer. Por el momento voy a entretenerme dando cuenta de algunos de los atractivos románticos y desconocidos que la amplia comarca que he tratado de localizar hace unas líneas, hace ya tiempo que me sugiere, y cada poco, a través de resonancias mentales internas, parece invitarme a visitar, una y otra vez, con persistencia, sin descanso.

La Alcarria “clásica” se me antojaba siempre un destino sugerente para el cicloturismo desordenado y de interior. Ese que con alforjas y ganas de descubrir carreteras muy olvidadas, te hace sumergirte en la profundidad rural de nuestra península, en la búsqueda de maravillas sencillas de sabiduría ancestral entre la gente, las viviendas añejas, la gastronomía y el paisaje natural sostenible y no arrasado. Sin embargo me cuesta encontrar alguna orientación que me aclare como acometer la ruta, con alguna lógica estratégica, ya sea circular, lineal o de cualquier otro modo. Mi desconocimiento es tal, que se me hacen imprescindibles consejos previos o lecturas pausadas, y sobre todo, encontrar una época poco extrema para una visita en formato de viaje de nómada, lo cual creo que descarta tanto el verano como el invierno (y esto dificulta un poco más el planteamiento para alguien que cómo yo, disfruta de un formato vacacional llamémosle “escolar”). Entre mis escasas referencias dispongo de una guía cicloturista muy vistosa pero poco práctica y otra mucho más “realista” aunque obsoleta. Creo que lo suyo será ponerse a ello decididamente, en una futura ocasión, y convertir temporalmente el ático  de casa en un gabinete geógrafo para, combinando las guías con un gran mapa provincial, establecer algún itinerario con cierta lógica y que trate de recorrer aquellos parajes más recomendados, a través, eso sí, de carreteras o pistas que combinen la posibilidad de ser rodados con mi Dawes con la ausencia de tráfico motorizado veloz o abundante. Pero todo ello partiendo de una guía emocional, que en este caso no será ninguna otra que la del “Viaje a la Alcarria” de Camilo José Cela, escritor del que apenas he leído un par de clásicos, motivados por la exigencia académica de mi lejano bachillerato y ya casi olvidados, así como una apócrifa edición de cuentos que el Premio Nobel dedicó al fútbol. Si a Don Camilo, un gallego de pro, y con el carácter tan singular que parecía lucir, esta comarca le sugirió tal interés literario, es que perderse por ella, casi con total seguridad, será una aventura que merecerá la pena. Algún día… no lo debería demorar demasiado.

De nuevo la literatura me invita a acercarme a tan desconocida tierra, aunque en este caso en la búsqueda de un destino fluvial. El del Alto Tajo. “El río que nos lleva” es una novela que José Luís Sampedro, recientemente fallecido escritor y una de las voces más “indignadas” de los últimos tiempos en España, basa en la actividad desarrollada por los gancheros cuando trasladaban los troncos de madera flotando aguas abajo, en dirección a Aranjuez. Sampedro es un literato de culto, y aquella novela fue elegida por Antonio del Real, para adaptarla al cine, consiguiendo un laureado largometraje. Viajar utilizando un río como guión de itinerario es una experiencia vital diferente que recomiendo a todo el mundo. Es algo que he tenido la suerte de experimentar en varias ocasiones y a través de diversos medios de locomoción: bicicleta, traje de neopreno, motora, barcaza habitable, moto e incluso kayak o canoa. En cualquiera de tales modalidades la aventura lo merece, y la perspectiva y el sentido del viaje cobran especial significado. Ya sea un río corto, de montaña, largo y pausado, o un canal, seguir su curso (o tratar de hacerlo lo más fielmente posible), te evita plantearte otras alternativas, te concentra en la misión, te aporta otra perspectiva visual, otro ritmo y te ofrece la posibilidad de vivir el paisaje con las progresiones naturales que por mutua influencia, el curso de agua y el territorio experimentan.


Jesús en nuestro viaje por el Navia en canoa.



El Tajo se me antoja un río interesante, largo y lleno variedad. Hace pocos años decidimos seguir el curso del Duero en pareja a lomos de nuestra motocicleta. Comenzamos ascendiendo, caminando por los bosques sorianos hacia su fuente, y acabamos navegando en un barco turístico hacia su desembocadura en Oporto. Entre ambos puntos: miles de curvas, cambiantes ambientes geográficos y humanos, y una rica variedad de vinos de Ribera, Toro, Oporto… fue una experiencia realmente plena y recomendable, y eso que se trataba de un recorrido bastante conocido parcialmente por nosotros. Replicar lo mismo en el Tajo, supongo que sería aún más sugerente, pues la mayoría de las comarcas que recorre resultan mucho más desconocidas para mí. Partir de su nacimiento cerca de Albarracín, en los Montes Universales (por allí sí que disfrutamos de un paso fugaz en moto hace algunos años), recorrer el Alto Tajo (al que me estoy refiriendo más en esta ocasión), sus cursos medio y bajo (Toledo, las vertientes sur de las Sierras de Gredos, Béjar, el Parque Nacional de Monfragüe, etc.) y alcanzar su desembocadura en Lisboa (ciudad de la que también he podido disfrutar en un par de ocasiones), parece un plan de viaje más que justificado. Tan sólo dependiente de cuánto tiempo disponer, para en función de lo cual elegir un medio de transporte u otro.

Buscando las fuentes del Duero.

Y por si todo esto fuera poco, hace algún tiempo, ya no recuerdo ni como, di con la existencia de una ruta de senderismo de lo más atractiva, denominada “Senderos de la Miel”. Indagando un poco al respecto, encontré que la misma configura el sendero de largo recorrido GR-10 a su paso por Guadalajara y que fue marcado y topografiado por el Club Alcarreño de Montaña, que en 2002 publicó una guía actualizada, que tengo en mi poder y a la que hasta ahora tan sólo he prestado una atención de aspirante poco decidido a partir. Es un mal típico de quienes como yo, sufren un permanente desequilibrio entre la acumulación de destinos (o mejor dicho trayectos) deseables que cubrir, y la cantidad de compromisos vitales de los que responsabilizarse. De tal forma que acumulamos planes, proyectos y material informativo al respecto y no damos abasto para hacerlos realidad, por mucho empeño que pongamos en ello. Por si fuera poco, además, siempre se nos cruzan alternativas que surgen por sorpresa en cualquier parte o momento. Quizá por nuestra predisposición a captar esas señales que tan sólo percibimos aquellos que nos caracterizamos por buscarle cierto sentido nómada a nuestra actividad viajera. Lo cual en mi caso contrasta con el estable afincamiento de la historia de vida cotidiana personal, que apenas ha sufrido cambios geográficos. Un contraste interesante, que por otro lado tiene muchas ventajas.

En definitiva que sobre ese amplio territorio al que me estoy refiriendo hoy, tengo tantas potenciales posibilidades pendientes, que he decidido leerme el relato de viaje de Cela para ambientarme. Acabo de finalizar un libro tan diferente, que el radical cambio temático se me presenta sugerente y quizá sea una culta forma de provocar mayor motivación aún de la que ya de por si llevo. ¡Falta me hará! Según defienden en la web del evento, se trata de un esfuerzo factible en el que lo físico representa tan sólo el 20% mientras que lo mental alcanza el 80. Mucho mental es eso, teniendo en cuenta que yo dudo de mis posibilidades físicas para soportar 101 km patinando en una única jornada. Tanto para Jesús como para mí se trata de un reto singular y novedoso. Lo normal es que nuestras sesiones de entrenamiento sobre patines oscilen entre los 20 y los 30 km sin parar. Parece que podemos mantener velocidades medias suficientes como para completar este largo recorrido con cierto margen sobre los límites horarios establecidos. La cuestión es cómo nos afectará la fatiga acumulada. Nuestra única experiencia similar fue hace dos años con ocasión de las 24 de Le Mans. Allí superamos ligeramente los 100 km cada uno, pero era otra historia pues lo planteamos a base de constantes relevos, de una vuelta cada uno, entre cuatro patinadores. Hubo fatiga muscular, desde luego, pero también hubo poco dormir y el estar 24 horas ininterrumpidas pendientes de la actividad. Esto será diferente, y esperemos que asequible. Una verdadera incógnita. Ya os contaré.

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