viernes, 25 de abril de 2014

14. ARANDA DE DUERO

la voz del vino by Nuevo Mester De Juglaria on Grooveshark


Castilla es una de esas regiones (Castilla y León una de esas comunidades autónomas), caracterizadas por la discreción presencial de su amplio y rico territorio, así como por la naturalidad de trato de sus gentes, igualmente discretas. Cualquier disculpa y ocasión me resulta propicia para viajar allí y buscar unos días en los que disfrutar de su plenitud: de su paisaje tan diferente a este en el que vivo de forma cotidiana, de sus habitantes tan agradables y poco pretenciosos, de su patrimonio histórico y cultural, de su gastronomía, de sus costumbres, etc. Lo más habitual para nosotros, debido a la vecindad, es movernos con relativa frecuencia por Burgos o por Palencia preferentemente. Algo habitual en bicicleta o moto, y no demasiado raro a pié o sobre los esquís de montaña. Así pues cuando una escapada un poco más alejada se pone a tiro, no suelo dudarlo y se me hace fácil “hacer un poder”. Quizá sea nuestra ancestral vocación “foramontana”, puede que en alguna futura oportunidad me dedique a explicar qué es eso (enlace).
En esta ocasión partiremos hacia Aranda de Duero. La razón ha sido casual y no programada. Resulta que allí se celebrará el domingo una prueba de resistencia sobre patines: las 3 Horas de Ribera en el circuito de Kotarr. Se trata de un evento al que no tenía verdadero interés en asistir (mis lectores más habituales ya saben que eso de emplear el tiempo y el esfuerzo dando vueltas a un circuito corto no me va). Sin embargo, hace muy poco a mis dos hijas las dio por salir a patinar cerca de casa, una tarde que hacía muy bueno. No lo hacían desde hacía varios años, y vinieron tan contentas que las comenté que existía esta carrera y que si hacían un equipo para relevos, las llevaba. Dicho y hecho, el equipo se ha organizado, de paso participaré en individual, Jesús también se anima y su hija y Myriam se vienen de acompañantes. Total, que el viaje a las proximidades de Aranda está en marcha.
La localidad siempre fue y sigue siendo un punto importante en la Meseta norte. Un centro de intersección de comunicaciones, históricas y actuales. Se encuentra casi a medio camino entre Burgos y Madrid, y además, en plena ribera del río Duero. Lo primero, en lo que a mí respecta tiene mucha menor importancia, no pasa de recordarme cuánto falta para llegar a un sitio u otro durante el viaje. Lo segundo, al contrario, me parece un privilegio, por las connotaciones geográficas, agrícolas, históricas y enológicas que ello implica.

Por supuesto que durante nuestro, en ocasiones comentado, viaje en moto siguiendo el curso del río desde su nacimiento hasta su desembocadura, pasamos por Aranda. Y pernoctamos en Peñafiel, bajo la alargada silueta de las almenas de su castillo, que dibujan un “sky line” genuino, diferente y difícil de igualar, por mucho que se empeñen en “colocarnos” tantos otros urbanos y contemporáneos. De Peñafiel es el vino Protos, una delicia que tuvo sus épocas de descubrimiento, apogeo y actual normalidad en cuestiones de popularidad. En cualquier caso un fantástico tinto de Ribera, como muchos tantos otros que hemos tenido la suerte de disfrutar en numerosas ocasiones, allí o “exportados” a cualquier otra parte. Los tintos de Ribera suelen ser caldos con cuerpo, casi siempre ricos y muy recomendables para regar comidas sustanciosas. Durante muchos años han sido mis tintos preferidos, aunque con el tiempo reconozco que he conocido otras opciones, tipos de uva, geografías y esmeros productores, de manera que ya no me preocupo lo más mínimo de establecer preferencias, clasificaciones, o rankings. Eso lo dejo para Parker, sus seguidores y todos esos periodistas o críticos del vino, que con según qué grado de sinceridad y mayor o menor pillaje (los productores sabrán a qué me refiero), se dedican a ordenar a los vinos como a los deportistas que finalizan cualquier competición de puntuación, listarlos por jerarquía o rendimiento. Algo que me parece completamente absurdo, un comportamiento probablemente derivado de la esquemática concepción comercial que está organizando y configurando nuestro mundo desde un tiempo a esta parte. En la vida he tenido la suerte de probar vinos extremadamente caros y altamente valorados, así como otros muchos francamente económicos y desconocidos. Independientemente de ello he disfrutado de muchos y me han disgustado algunos, y ni el precio, ni la supuesta categoría otorgada por las guías, han acertado siempre en reflejar la impresión que me han causado. No soy un enólogo, ni un experto. Tampoco una aficionado especializado. Me gusta el vino, gran variedad de ellos: tintos, blancos y espumosos. Pero considero que cómo, dónde, cuándo, con quién, etc. sean bebidos, son factores y variables que influyen sobremanera a la hora de obtener un mayor o menor gusto de los mismos. Prueba de que soy un mero consumidor, es que del vino me gusta verlo y, sobre todo, beberlo. Lo de olisquearlo me da bastante igual. El olfato no es de mis sentidos favoritos o mejor educados, y eso de andar buscando (evocando) supuestos aromas que a algún gurú le ha parecido encontrar y que en muchos casos se vinculan a sustancias que ni sé cómo huelen por sí mismas, me trae al pairo, la verdad. También he comprobado en varias ocasiones, que determinados vinos, objetivamente buenos y reconocidos, mantienen un estilo que no es de mi preferencia, mientras que otros sí. Hay un Rioja muy conocido que siempre me gusta, desde hace años, y otro tan conocido como el anterior y de similar categoría que no acaba de convencerme. Lo sé porque ambos los he probado incluso en catas ciegas, y el resultado siempre fue igual. Digan lo que digan, esto del vino es realmente muy personal. Y dentro de lo personal, insisto, en la Ribera del Duero, y en los alrededores de Aranda de Duero, hay unos tintos fantásticos. Algunos los he disfrutado frecuentemente en casa, gracias a compra directa a la bodega, mediante un buen contacto familiar que tenemos allí (la última botella del último lote “cayó” el pasado fin de semana). Otros, en los diversos banquetes a los que he sido invitado, alguno de ellos, por cierto en una de esas renovadas bodegas que han combinado con acierto una producción basada en técnicas y saberes pretéritos, con control tecnológico innovador y una arquitectura de última tendencia.

 El coso taurino de Pñafiel. Una bella curiosidad.


En Aranda he asistido a varios banquetes. Espléndidas comilonas castellanas con ocasión de bodas y bautizos. He tenido amistades de allí y aún tengo algo de familia. Las celebraciones en aquella tierra tienen siempre dos factores que no fallan: los templos o edificios que acogen la parte religiosa, que siempre han sido dignos de visita, con disculpa de celebración o sin ella, pues suelen ser obras arquitectónicas de empaque, gran belleza, antigüedad y enorme valor. Las hay en abundancia, en el centro de la ciudad o en los alrededores a pocos kilómetros de distancia. Insisto, arquitectura medieval y bodegas, no escasean por allí. El otro elemento infalible es la comida en sí, que siempre es rica, generosa y suculenta. Siendo por lo general el lechazo, parte principal del repertorio, aunque ni mucho menos exclusiva.

Por la localidad no he parado mucho la verdad. Algún café o algún vino, y cortos paseos desde donde hubiera aparcado hasta el lugar de la consiguiente ceremonia. Pero sus calles más antiguas me han agradado, tranquilas, añejas y castellanas (cálidas o frías según cuando las recorras). He visto gente por las mismas, haciendo vida en común, encontrándose con ganas de mantener sus lazos sociales, en cualquier caso, poco puedo comentar al respecto. Algo bien distinto del anecdótico muestreo que la vida me ha presentado en lo que respecta a personas oriundas de Aranda. No he conocido a muchas, pero las que recuerdo, me dejaron huella. Desde un excelente profesor de geología, compañero de docencia y aficiones deportivas el año de mi debut como profesor; hasta una guapa e inteligente mujer que veraneaba en Santander y que compartía con nuestra pandilla de amigos vacaciones estivales memorables, repletas de andanzas, excursiones, comidas y actividades de lo más variadas y entretenidas. Tanto ella, como sus hermanas y con posterioridad su familia, fueron siempre gente de trato educado, agradable, enriquecedor y valioso. Mi primo podría dar toda una disertación al respecto, se casó allí, con una simpática moza local, de respetada familia y con quién ya ha generado descendencia autóctona que seguirá engrosando a esa población tan apegada a su territorio y costumbres admirables.

Precisamente gracias a ese matrimonio conocí Peñaranda de Duero, preciosa y pequeña localidad cercana a Aranda. Allí celebraron su boda, en una imponente iglesia, emplazada en un envidiable escenario medieval compuesto por una especie de plaza algo irregular, completamente conformada por edificios antiguos y de impecable apariencia. El pueblo está dominado por un cerro sobre el que se asienta una muralla castellana, por donde puedes entretenerte paseando y disfrutando de una panorámica más aérea de la población, y de la amplia extensión de la Meseta. Cerca de allí disfruté de otra ceremonia en el maravilloso entorno del Monasterio de la Vid, de eso hace ya alguno años más, en cualquier caso en enclave aún se mantiene en mi memoria por la belleza de su conjunto y su piedra construida.

Pero sin salir de la propia Aranda, podemos disfrutar de alguna que otra joya, como es el caso de su elegante y valiosa iglesia gótica de Santa María la Real, la cual forma parte de una plaza pequeña y coqueta en la que da gusto tomarse en vino. A la iglesia se accede por una escalera de piedra que creo recordar sirve de entrada por uno de sus flancos laterales. He estado en ella en dos ocasiones, la primera de ellas con obras en el interior, por lo cual su disposición, la recuerdo de forma algo confusa, por lo que pudiera equivocarme en los detalles. Sin embargo sé que me impresionó gratamente, tanto su interior como el mencionado exterior.

Lo que hasta hace muy poquito desconocía es que Aranda puede presumir de su “Plano de Aranda”, al parecer el mapa urbano más antiguo de nuestro país (de 1503), y que sirvió de patrón y modelo para la fundación urbanística de la colonización en latinoamérica (el ser humano y su afán globalizador). El plano en cuestión se custodia en el Archivo General de Simancas, del cual es su documento cartográfico más antiguo. Se trata de una representación plana del conjunto urbano, aunque con los edificios dibujados en perspectiva. Algo típico en determinadas expresiones cartográficas infantiles o habitual en los planos turísticos de conjuntos monumentales actuales. Para mí, que me confieso un apasionado de las producciones cartográficas (mapas, planos y tecnología asociada), la pieza tiene un gran valor e interés, ya que aúna mi afición por las “cartas” y por lo retro (en esta ocasión muy, muy retro).



De nuestro destino también es reseñable que es paso confirmado de la Cañada Real Segoviana, vía pecuaria que partiendo de la sierra de Neila (territorio de La Histórica), alcanza, tras 500 km de recorrido, la provincia de Badajoz. Se trata de una de tantas rutas que cruzaban parte de nuestra geografía con vocación de movilidad itinerante, en aquel caso para el traslado masivo de ganado de forma estacional. Rutas nómadas como ella ha habido muchas en España, en Europa y en el mundo, ya sea por motivos económicos, de descubrimiento, peregrinaciones, etc. El ejemplo de mayor repercusión mundial en nuestro caso es el del Camino de Santiago, convertido a día de hoy en un referente internacional de impresionante afluencia. Sin pretender llegar a tales cifras (¡no por favor!), sí que considero que se debería de hacer un esfuerzo serio por recuperar, de forma modesta y sostenible, pero eficaz, práctica y atractiva, tantas vías de larga distancia como sea posible, haciéndolas reproducibles para las personas de forma física, real y presencial, paso a paso, pedalada a pedalada, palada a palada… según los casos. Con unas buenas botas, una bicicleta, a caballo, cada itinerario se prestaría a un tipo de recorrido u otro, probablemente ajustado por su propio paisaje y su origen o sentido histórico. La cuestión es que estas vías de comunicación tuvieron un papel importante en la consolidación de nuestro presente, a menudo ajenas a fronteras y caprichos administrativos, abriendo mundo y cultura. Por ello forman parte de nuestro patrimonio común y representan una excelente excusa para cuidar un poco más del paisaje y revalorizar la cultura y algunas modalidades de viaje diferentes, activas y enriquecedoras.

Antes me refería a que Aranda se ubica en una especie de punto de confluencia entre caminos de interés. Si tomamos su localización como centro, podríamos dibujar una cruz en la que la mencionada localidad de Peñafiel supondría su punta occidental, mientras que San Esteban de Gormaz, a similar distancia se convertiría en la oriental. Se trata de otro pueblo castellano de gran belleza e interés histórico, acomodado bajo un cerro de aspecto árido y las ruinas de un castillo, y que el Duero refresca con su paso. Merece la pena una visita, un paseo por sus estrechas calles y un vistazo a sus cuevas o bodegas escavadas en las rocas y arenas del farallón. La hipotética cruz tendría su aspa norte en Lerma, ese conjunto vistoso cuya panorámica externa, con aires de elegancia y larga historia, nos ofrece la autovía Madrid-Burgos; mientras que al sur nos haría temblar el pulso por no disponer de una localidad tan finamente alineada y tener, quizá, que decantarnos entre Sepúlveda o Riaza. Ambas localidades son merecedoras de visita turística, ambas son francamente singulares y atractivas, y ambas, completamente diferentes entre sí. Resulta curioso comprobar cómo, mediante un ejercicio mental o geográfico tan sencillo como este de trazar una cruz, Aranda de Duero parece situarse a tiro de piedra (es un decir) de un importante conjunto de lugares de interés, de importancia pasada, de bagaje cultural y de identidad propia. Más curioso aún es comprobar como, pese a su relativa cercanía, de todas las poblaciones escogidas por ese azar geométrico provocado por la imaginada cruz, tan sólo Lerma se encuentra en la provincia de Burgos. Peñafiel está ya en Valladolid, San Esteban de Gormaz en Soria, mientras que Sepúlveda y Riaza en Segovia. ¡Ancha es Castilla!

 San Esteban de Gormaz

Sepúlveda.

Con Cristina en Riaza.


Ahora sólo queda ponerse en marcha, disfrutar de paisajes, sorpresas e indagaciones, majares y compañía. Y cruzar los dedos para que no llueva, para que podamos disfrutar de la prueba y del circuito con nuestros patines. Aranda no sé siquiera si lo llegaremos a pisar, pero de sus alrededores y cercanías, seguro que podremos disfrutar, encontrado novedades que hagan nuestra vida un poco más plena y emocionante.

viernes, 18 de abril de 2014

13. RESTAURACIONES



Estoy deseando regresar a mi espacio temporal de “artesano”. Lo pongo entre comillas porque soy consciente de que alcanzo un nivel de simple aficionado, y para mí el concepto de artesano, implica mucho respeto y reverencia hacia tal condición. Lamentablemente en este mundo que nos toca vivir, escasean los buenos artesanos. Aquellos que realizan su trabajo, no necesariamente manual, pero si personalizado, de una forma cuidada, cautelosa, paciente, eficaz y con clase. En definitiva: con maestría. Este tipo de personas están dejando de ser rentables para la economía globalizada, para el rendimiento de beneficio acelerado o compulsivo.  Así pues el sistema, poco a poco, va acabando con su presencia. En el mundo ciclista, especialmente en su vertiente clásica, aún quedan por ahí algunos buenos artesanos, aunque cada vez parecen ser menos. Hay artesanos del metal, de la geometría, de la estética, de la pintura… pero también del carbono, del montaje de ruedas, etc. La artesanía no tiene porqué estar reñida con la modernidad ni con la tecnología, diseño o innovación. Pero sí que lo suele estar con la sociedad de consumo, con el desarrollismo económico a ultranza y con la dictadura de aquellas tendencias de moda que no buscan más que quemar etapas lo más rápidamente posible. Afortunadamente, quizá como reacción al abuso y omnipresencia de las tendencias masificadas e hiper-comercializadas, aparecen artesanos escondidos en la Red, en locales poco preferentes o muy camuflados, algunos con encanto y otros sin él, tomando la forma de talleres, tiendas pequeñas, agentes modestos, etc. Algo revive en una cultura de la bicicleta en la que los “maestros” aún parecen tener algún hueco o madriguera donde subsistir.
Pero insisto, no soy un verdadero artesano, sino una persona sencilla que disfruta haciendo sus pinitos con la restauración, reciclaje o personalización de bicicletas viejas o clásicas. De ello ya he dado cuenta en alguna que otra entrada del blog. Y un enlace del mismo (Delmer Bikes) puede remitir a los visitantes a mi muestrario de trabajos. Se trata de una afición como otra cualquiera, completamente amateur y acorde a todas las limitaciones de conocimientos, dominio o recursos de taller que sé que tengo. Aún así, suelo quedar satisfecho con mis trabajos, así como aquellas personas que acaban disfrutando de los mismos como usuarios, ya sea por adquisición (las menos de las veces), por encargo o (sobre todo) como consecuencia de un regalo por mi parte. Mis “realizaciones” suelen caracterizarse por funcionamiento correcto, algunas imperfecciones no disimuladas, estética acorde con mis gustos personales y un importante componente de bagaje emocional en la bicicleta. Personalmente considero que en cuestión de bicicletas antiguas o viejas, la historia del objeto es un valor añadido a su riqueza presencial en forma de carga sentimental.
La cuestión es que desde que hace pocos años comencé con esta afición, descubrí que se trata de un entretenimiento que me complace enormemente y me hace encontrarme muy bien. Me hace sentirme un poco artesano aún sin serlo de verdad, y por regla general acabo satisfecho cuando termino cada trabajo, así como cuando compruebo que la bicicleta entregada es utilizada para los fines para los que se pensó, y con ello, salvada de un más que probable abandono, olvido o desaparición. Tras unos tres años de desempeño ocioso en el asunto, me voy conociendo, y he comprobado que sólo trabajo pasado el invierno, cuando la luz natural y el buen tiempo me invitan y permiten hacerlo en el jardín de casa. El garaje no es lugar para estas labores, está tan abarrotado que no queda sitio para instalarse cómodamente. El cuerpo y los sentidos parecen ser más sabios que mi cerebro, porque este comportamiento costumbrista no es algo fruto de mi reflexión, sino de mi ánimo. Cuando el otoño toma carácter invernal mis ganas se aletargan y en cuanto la primavera se anuncia con varios días buenos seguidos, el necesario estímulo creativo y manual se recobra y me comienza a picar de nuevo el gusanillo. Hoy, a modo de preparativo intelectual voy a compartir con mis lectores una especie de inventario de los trabajos que me esperan. ¡Muchos! y como trabajo sin plazos ni jerarquías, desconozco en qué orden irán siendo acometidos, aunque tengo ganas para todos, no es más que cuestión de tiempo.
Cuando preparé la BH Gacela de Myriam, en el mismo lote adquirí una Orbea de caballero de color similar y parecida probable fecha de fabricación (tempranos años 60). Su estado es algo peor, aunque funciona y la pintura en general se conserva bastante bien. Necesita un centrado de rueda trasera, un cambio de cubiertas, algún complemento, engrase, instalación de guardacadena y pintado parcial. Creo que con eso, nueva limpieza y poco más que surja, la bicicleta quedará fantástica, y me regalará excelentes momentos de esparcimiento y disfrute. Estimo que debería empezar por ella, ya que me encanta, requiere muy poco trabajo, escaso gasto y así podré utilizarla en alguno de los eventos “Tweed Ride” a los que pretendo acudir esta temporada. Me la vendieron con unas alforjas muy peculiares, que si bien son de imitación de piel (poco valor), muestran un acabado de lo más original, al más puro estilo del “Far West”, la envidia de cualquier aficionado a las motos tipo “custom”. La bicicleta la adecenté al poco tiempo de adquirirla, engrasé bien su original sillín de cuero, la limpié y ajusté de modo básico casi todo, por lo que funcionar funciona, pero no la voy a utilizar hasta completar las labores ya mencionadas. Estoy desenado irme a tomar un “vermut” dominical con Myriam y su Gacela cualquier día soleado.


Entre mis encargos ajenos, una cuñada me pidió hace tiempo que proyectase la recuperación, para su hija, de la que fuera su bicicleta de siempre. Se trata de una Torrot “deportiva de chica”, ese tipo de bicicleta del que siempre he dicho que sería la bicicleta ideal y más completa para la mayor parte de los usuarios, y que sin embargo, casi todos los fabricantes han dejado de comercializar, sin aportar ningún modelo sustitutivo que mereciera la pena a cambio. Os refrescaré la memoria, eran bicicletas similares a las de “corredor” pero sin barra horizontal, sustituida ésta por una doble barra diagonal de tubos muy finos. Por lo demás todo como las de “carreras” (frenos, cambios, pedales, finura de ruedas, ligereza…) salvo el manillar que era de tipo “plano” con estilosas curvas horizontales. El conjunto conformaba una bicicleta ligera, atractiva, versátil, ideal para la ciudad y práctica para excursiones por carretera de media distancia. Permitía además usarse con ropa convencional y rentabilizarla como bicicleta de viaje o para hacer ejercicio y distancias tirando a serias. Todos los fabricantes “de siempre” presentaban varios modelos con similar patrón. Españoles, ingleses, franceses, italianos… (anecdóticamente, una ciclista clásica que conocí en Austria, me dijo que en Bélgica no existe este tipo de bicis). La “Torrot” en cuestión es de los años 70. Se la trajeron los Reyes a mi cuñada, y ha sobrevivido en uso porque la utilizó hace algunas décadas en su etapa universitaria. Tengo que verla al detalle, hacerla funcionar, limpiarla, ajustarla mecánicamente y plantearme una reconfiguración estética que trate a la vez de mantener su encanto clásico y dotarla de un lustre que la de carácter de “semi-nueva” y una personalidad estética atractiva y propia. Creo que será factible y asequible con poco gasto. En mis viajes del año pasado he podido admirar muchos acertados ejemplos de ese estilo.

Myriam y la Torrot posando hace muchos años.

Ahondando un poco más en ese tipo de bicicletas, otra cuñada, hermana de la anterior, tiene otra. Una BH Gazela de los 80, que también quiere que le restaure. Lo haré encantado. Para empezar he de decir que el punto de partida de esta segunda: su color y acabado, me gusta aún más que la otra.
Mi buena amiga Rosa (apareció la temporada pasada por el blog, participando en la Histórica de Soria, estrenando una GAC de corredor de principios de los 80), recuperó (con permiso) un par de bicicletas muy curiosas, de un abandono manifiesto. Una Special de corredor que ya puse en marcha entonces para Javi su marido, y una bicicleta de paseo muy rara. Es una mezcla entre bicicleta plegable de los 70 (de aquellas con manillar alto en “uve”) y bicicleta de paseo casi holandesa de señora. La bici tal y como está ahora es bastante fea, todo sea dicho. Sin embargo ofrece muchas posibilidades para el juego estético. Posibilidades que espero aprovechar y que seguramente me permitan salirme bastante de mis cánones más o menos habituales. No puedo adelantar mucho porque no he pasado tiempo suficiente con la bici a solas. En esas “citas” tan personales es cuando voy descubriendo posibilidades y limitaciones, y se genera mi vena más creativa o gran parte del proyecto estético de cada caso. Tiene que quedar algo muy “chulo”, muy “pop”, muy “setentero”. Lo digo porque la bici es de esa época y su apariencia no puede negarlo, y porque la dueña, aún siendo mucho más joven, tiene también su “toque” y no se va a conformar con algo que no resulte muy singular.

Estas Navidades me cayó un regalo inesperado. Para aligerar garaje, mi hermana mayor, conocedora de mi afición, me ofreció quedarme con unos restos que pensaba tirar: un cuadro Colnago Megamaster, con movimiento central Shimano completo y tija de sillín, y un juego de ruedas anodizadas en tonos rojizos. Lamentablemente se trata de un cuadro de aluminio (hubiera preferido mil veces uno de acero), pero afortunadamente, uno de sus tubos principales (el horizontal) conserva el formato de sección de estilo “diamante” tan característico de la marca italiana. La pintura original parece de la “Selección Nacional” ya que toda la bicicleta es roja y amarilla. A mí no me gusta nada su aspecto, pero como la pintura se está desprendiendo en capa completa, castigada por la aluminosis en muchas zonas del cuadro, pienso aprovechar para pintarla completamente de nuevo y con un diseño que me satisfaga y que ya anuncio, será de tipo bastante clásico. Tengo sillín previsto para ella (gracias Fabio), necesitaré un manillar e ingeniármelas para instalar manetas de cambio y desviadores. Para conservar el movimiento central (de platos convencionales) tendré que montar al menos un 28 de corona grande. Los retoques estéticos de cinta de manillar, porta-bidón, etc. serán decisiones de última hora. Mucho más importante es buscar bien el grupo: frenos y cambios. Lo “suyo” sería localizar algún Campagnolo usado, por esto de montar una casi completa Italiana de carreras, pero no estoy dispuesto a gastar gran cosa. Así que si no lo encuentro asequible, recurriré a unos Weiman clásicos nuevos y siempre eficaces por frenos y Simplex o Triplex por desviadores. En cualquier caso, por lo que podéis deducir, aún falta bastante para que le llegue el momento a esta bicicleta. No creo que alcance a poder estrenarla en alguna “retro” de esta temporada.

Melchor sobre la Colnago coronando la Covatilla.


En el pueblo, funcionando y en un estado de conservación decente, tengo una BH Bicicross. Si, esa mezcla de bicicleta de “cross” y “chooper” que surgió como respuesta nacional a la llegada con cuentagotas de aquellas bicicletas americanas de importación. Aquellas con ruedas de tacos, imitación de amortiguadores, manillares extremadamente anchos, sillines con respaldo y, en ocasiones, palanca de cambio de tres velocidades, con aspecto de caja de cambios de coche. La “Bicicross” era un modelo rojo, muy llamativo y popular también en los setenta. Daba el pego en lo que a la estética del momento tiranizaba para muchos adolescentes. Y tan mal no lo debió de hacer BH ya que hoy en día sigo viendo por la calle algunas unidades en muy buen estado de conservación. La del pueblo en realidad fue una compra de segunda mano que mi hermano Guti hizo a algún conocido. La utilizábamos como bicicleta de entrenamiento de habilidad en la enorme terraza de la casa de mis padres. Con ella trazábamos sinuosas curvas de riesgo en cronometrajes aéreos, practicábamos caballitos o básicas maniobras de trial-sin. Todo ello en aquella época en la que ya algo mayores, o bien ya disfrutábamos de nuestra primera BTT o estábamos a punto de hacerlo. Hace pocos años, también deshaciéndose de lastre, mi hermano se la pasó a mi hijo Jacobo, quién apenas la utiliza aunque la “atesora” con emoción, y se da alguna que otra vuelta con ella en el pueblo. No sé si alguna vez me “pondré” a restaurarla. Para su funcionamiento no es necesario nada, ya solucioné todo hace tiempo, pero algo de lijado y quizá pintado le vendría bien. Así como algún cromado, aunque esto último no le llegará porque está fuera de mis capacidades. En cualquier caso, como icono del ciclismo histórico, permanecerá con nosotros.
Para el final he dejado “un hierro” para el que tengo grandes planes, pero para el que nunca encuentro momento ni dinero. Se trata del cuadro de la primera bicicleta de carreras de mi cuñado Bernardo. Se la compraron a principios de los setenta. La típica combinación montada en taller, sobre cuadro de acero desconocido de racores (artesano aunque tirando a pesado), con frenos de aluminio de doble tiro, y el resto del grupo en piezas de hierro cromado o aluminio. De todo aquello queda relativamente poco, ya que hace unos 25 años fue puesta en funcionamiento para uso callejero y las ruedas, por ejemplo, desaparecieron al ser de una medida incompatible con las cubiertas modernas. El caso es que el cuadro y algunos componentes están en mi poder y tengo planes para ellos. Pretendo montar una bicicleta de carreras de la época “Heroica”, es decir, con la estética y aspecto de los pioneros de las primeras bicicletas “de seguridad” (finales del Siglo XIX – principios del XX). Tendré que despiezar lo poco que hay, pintar el cuadro de un color (ya elegido), sanear y volver a montar eje de pedalier y dirección, y a partir de ahí, componer el nuevo conjunto. Dar con un manillar de carreras estilo antiguo, conservar el freno delantero, localizar un sillín de cuero antiguo, recuperar unos pedales viejos que tengo y decidir qué movimiento central ponerle (pero de único plato). Si me animo a ello creo que me decidiría por una rueda trasera de cambio en el buje y freno contrapedal. Y a ser posible montaría unas cubiertas de bastante balón, preferiblemente blancas o de color crema. No sé si sois capaces de “visualizar” el conjunto, a mí me parece atractivo, y además, puedo anunciar que desde mi última visita al mercadillo de l’Eroica, tengo la ropa adecuada con que disfrazarme si algún día la pongo en marcha.

Bernardo con su bicicleta cuando ambos eran muy jóvenes.


De todos aquellos proyectos que resulten finalizados, daré cumplida cuenta en el blog, aunque advierto desde el principio de que os hará falta mucha paciencia, pues trabajo sin plazos y sin demasiado tiempo libre para ello. Estoy ante una lista de siete bicicletas que recuperar, lo cual es mucho decir, y eso sin contar que algún otro trabajito se cruce por el camino o la asistencia de eventos de la temporada, me exija alguna intervención de urgencia en las que vaya utilizando a lo largo del año. De lo que más me lamento en esto de la restauración, no es de la falta de equipo o herramienta algo más profesional para los procesos mecánicos o de pintado. Pese a las limitaciones me conformo con lo disponible, insisto en que lo mío no es un entretenimiento de carácter o nivel profesional. Lo frustrante es no poder disponer de un buen, espacioso y atractivo lugar en el que disfrutar a la vista de la creciente colección de bicicletas, que tan nerviosa pone a Myriam y tanto cariño “objetológico” me provoca a mí. Me encanta echarlas un vistazo, sentirlas cerca y, por encima de todo, encontrar una buena disculpa y circunstancia para utilizarlas ¿tengo que recordar que todo este asunto de las Challenge y del blog nació como consecuencia de encontrar eventos en los que poder disfrutar de las bicicletas restauradas o revividas?