viernes, 28 de marzo de 2014

10. LIBROS Y BICICLETA





Mi afición por el ciclismo, y más especialmente aún por la bicicleta como medio de transporte y vehículo de viaje u ocio es evidente. Sería redundante seguir hablando de ello en un blog que, preferentemente, trata sobre esos temas. Pero para mis lectores habituales, en especial los que siguen mis andanzas y crónicas desde hace tiempo, y a lo largo de todo el año anterior, no debería ser nueva la noticia de que la lectura es otra de mis grandes aficiones. De igual manera que los libros, las librerías, escritores, editoriales y demás objetos, personajes o espacios gremiales relacionados con los textos, se convierten en destino de mi interés y curiosidad. Ya he manifestado en más de una ocasión, que mis preferencias lectoras son bastante variadas. Que no se centran en lo deportivo ni en lo ciclista. Es más, que ninguno de dichos temas se convierten en mis asuntos predilectos a la hora de leer. Sin embargo, no sólo no les hago ascos, sino que procuro estar atento a las novedades, antigüedades o a la sorprendente presencia de libros o ediciones que aborden su tratamiento. Aún así tampoco leo todo lo que se publica en relación con la bicicleta, ni mucho menos. Procuro elegir fiándome de mi conocimiento, instinto y alguna que otra crítica previa, o el más fiable aún, boca a boca de mis amistades o conocidos. Aún así algún bodrio o insulso trabajo me he tragado, pero en general la cosa ha ido bien y he podido disfrutar de excelentes lecturas ciclistas: tanto de ficción, como de ensayo, reportaje o documentación con cierto carácter técnico.

La entrada de hoy la voy a emplear como si de una actualización informativa se tratara. En relación al mencionado binomio de libros y bicicletas. Dando cuenta de alguna novedad para mí o de algunos hechos que merece la pena descubrir para aquellos que no lo hayan hecho ya por su cuenta. Empezaré por mencionar un par de libritos breves y ligeros, pero con entidad suficiente como para ser recomendados y tenidos en cuenta si se quiere disponer de una breve pero interesante biblioteca personal sobre la cultura ciclista. El primero se titula “Elogio de la bicicleta”, y es obra de Marc Augé. No es una novedad, ya que fue editado en 2009, aunque por alguna razón a mis manos llegó hace poco menos de un año. Se trata de un ensayo que busca dar un empujón filosófico y sociológico a la utilización de la bicicleta como medio de transporte urbano, como recurso de convivencia, entretenimiento y promoción de la salud, y sobre todo, como dinamizador ciudadano de la cultura y de una nueva ordenación cívica de las relaciones humanas. Es un libro de ideas, de optimismo y de reivindicación moderada. Un texto planteado por un intelectual, sensato, veterano (casi ochenta años actualmente) y activo. Con contenido útil para reflexionar, entretenerse con cierta dosis de cultura y poder argumentar posibles actuaciones promotoras de la utilización de la bicicleta, formales o informales.

El segundo título es un clásico recuperado (“re-ciclado”: es decir reciclado y “vuelto a ser montado o pedaleado para disfrutar con él”, si atendemos al título de la colección que lo reedita). Me estoy refiriendo a “Mi querida bicicleta” de Miguel Delibes. Sobre el autor no me voy a extender. No me parece necesario. Su calidad está más que de sobra reconocida en el mundo de la literatura. Es un escritor de prosa rica y fácil a la vez, que cuenta muchas cosas y las cuenta estupendamente. Que te hace meterte en el relato y que convierte situaciones, hechos y lugares sencillos, en arte y en sentimientos o vivencias dignas de experimentar o recordar. La obra de Don Miguel es amplia, rica y diversa, y dentro de ella podemos encontrar un “rincón” de su biografía dedicado a su relación con la bicicleta. Esta relación está plagada de anécdotas familiares para cualquier persona: desde el momento de aprender a montar, a las derivadas de una utilización cotidiana o rural de la bici. Todas ellas temporalmente ajustadas a las épocas en las que el autor vivió cada momento, lo cual las dota de detalles significativos y suficientemente importantes como para saber qué significaba nuestra adorada máquina en nuestro pasado reciente, a nivel de usuario: niño, joven o adulto. El texto es una delicia, ameno y entretenido. El contenido original podía encontrarse hace ya algunos años en dos ediciones bien diferentes, aunque muy recomendables. Una del mismo título que se ceñía a los textos ciclistas y que venía ilustrada por Luís de Horna. Y otra más larga, aunque sin ilustraciones, porque aunaba múltiples relatos autobiográficos del autor, todos ellos relacionados con diversas modalidades de deportivas disfrutadas al aire libre a lo largo de su dilatada vida. El título no llevaba a engaños: “Mi vida al aire libre”. Y en mi humilde opinión es una cómoda y agradable lectura que debería acometer cualquier persona que guste de disfrutar del reposo suficiente como para emplear parte de su tiempo leyendo y a la vez sea un apasionado de las actividades de ocio en la naturaleza. Personalmente utilicé mucho esta obra como texto de lectura complementario para mi alumnado de Educación Física. En esta ocasión se ha reeditado la primera de las dos versiones, ilustraciones incluidas. De la mano de La Biciteca, una aventura editorial de la que pasaré a dar cuenta dentro de un momento.

Antes quiero rendir homenaje a una publicación periódica que ojeo de vez en cuando y es merecedora de todo mi respeto y muchos elogios. Me refiero a la revista “Ciclosfera”. En mi opinión es una bendición poder disponer trimestralmente de una publicación dedicada íntegramente al ciclismo ciudadano, es decir al uso de la bicicleta como medio de transporte cotidiano, recurso laboral, elemento relacional o entretenimiento urbano. La función informativa que cumple esta revista, a través de la especificidad de contenidos que trata, no la cubre ningún otro medio en España. Mientras que en otros países europeos sí que podíamos encontrar quien lo hiciera desde hace muchos años. Pero es que además de los contenidos, me gusta mucho el talante mostrado por su redacción: comprometido pero con clase, respeto y educación; con un saludable equilibrio entre la publicidad (imprescindible para la subsistencia) y el contenido real (físicamente bastante descontaminado gracias al acierto de maquetación). Y por último me gusta tanto su periodicidad (que no empacha), como su formato manejable y fácilmente portable (en la bici) para su lectura en cualquier parte. ¡Mis felicitaciones!. Por si fuera poco mantienen una web llena de noticias relacionadas y en la que podemos disfrutar de todos los números de forma gratuita y electrónica. Insisto, una publicación más que recomendable.



Siguiendo con mis recomendaciones y o reseñas-homenaje, toca el turno de hablar de una editorial exclusivamente dedicada a la publicación de libros de ciclismo. Si, reconozcámoslo, suena descabellado, pero aún así, ya anticipo que además no es la única. Se trata de una iniciativa muy modesta, casi “artesana” desde un punto de vista conceptual (en la búsqueda, negociación, traducción, configuración… de su catálogo, no en la impresión de los ejemplares). A través de esta iniciativa, su responsable: Bernat  López, mientras se declara profesor de universidad, apasionado lector y forofo activo del ciclismo (ignoro si por orden jerárquico), nos está aportando auténticas perlas de este sub-género literario. La iniciativa editorial tiene un nombre que suena en cierta medida reivindicativo: “Cultura ciclista”. Yo apoyo el grito, el llamamiento, la idea y la editorial. Lo hago moralmente, ahora aquí por escrito y a través de la compra algunos de sus libros. El catálogo disponible, si bien aún no es muy extenso, me parece muy rico y dotado de algunas joyas singulares. Sin entrar en clasificaciones sí que podemos vislumbrar ciertas líneas de contenido. Por un lado están las obras de marcado contenido histórico, que son mi debilidad, en las que, a través de su lectura podemos llegar a hacernos una verdadera idea de lo que ha sido el ciclismo en épocas pasadas o incluso muy remotas. Y por otro una propuesta más oscura, con algunos títulos testimoniales que narran dramas personales y nos ayudan a cruzar la línea (documentalmente hablando), hacia el lado oscuro del deporte del ciclismo. En la mayoría de los casos los textos propuestos son de carácter biográfico o autobiográfico, aunque hay excepciones. Personalmente me ubico claramente en la primera de las dos tendencias, de hecho todos los libros que he escogido hasta ahora han ido por ahí, y ya han sido dos, aunque otros dos están en camino.

Pero tal y como acabo de afirmar, “Cultura ciclista” no está sola. Gracias a Manu surge otro salto del adocenado pelotón lector, y lo hace “con todo metido”. Su “escapada” se configura como una micro-editorial ciclista, una librería ciclista on-line, un blog y una especie de iniciativa proactiva también relacionada con las bicis. Todo ello lo podéis encontrar en “La Biciteca”. Vayamos por partes, el ramalazo hiperactivo relacionado con los pedales lo “trata” en facebook a través del “Bicio Racing Team”, no me preguntéis demasiado por el asunto, porque no soy de los que se muevan por dicho entorno virtual. Su blog acostumbra a dar cuenta de algunos asuntos interesantes, a través de él he encontrado algunos otros “lugares” que me han aportado detalles curiosos; pero lo hace sin prisa, espaciando sus entradas, no es ni compulsivo, ni tan regular como yo. En lo que respecta a la librería, el proyecto ya se convierte en palabras mayores. Me refiero a que nos presenta un catálogo y oferta nada desdeñable, con muchas referencias en las que elegir y la posibilidad de buscar y encontrar mucha literatura ciclista, tanto en obra de ficción (novela), como en ensayos, libros de viajes, etc. Y con la importante oportunidad que supone el hecho de introducir en nuestro país un flujo de novelas ciclistas americanas, que aunque en inglés, vienen a enriquecer nuestro universo ciclista-literario. Y he dejado para el final comentar su apuesta editorial. Por el momento ha comenzado con la puesta en marcha de una colección denominada “Re-Ciclados”, apelación muy acertada ya que en la misma, al parecer, se van a suceder algunas obras descatalogadas, recuperadas por Manu, con la intención de que no desaparezca su disponibilidad (uno de los males que sufrimos los lectores en la actualidad, a causa del progresivo carácter mercantil y de la obsesión por el constante crecimiento de óptica capitalista de las grandes editoriales). La misión ya ha comenzado con la reedición de “Mi querida bicicleta”, del que ya he hablado antes, pero por lo visto hay más proyectos en cartera. ¡Ánimo Manu! (como diría Delafé: ¡Dale gas…!), que no decaiga.

Pero si hablo de libros, editoriales y librerías, no puedo pasar de largo a mis libreras. Maleni, Paz y el resto de la familia Gil. Desde que su madre levantase una fructífera empresa de librería, a partir, según tengo entendido, de un modesto mostrador en el que despachaba novelas y revistas, la familia Gil ha conseguido desarrollar y hacer sostenible un negocio mediano en el que emplear personas y dar un excelente servicio librero a su ciudad. El negocio consta de varias librerías en Santander. Alguna “de barrio” y dos con auténtica vocación librera y personalidad propias. Yo me fui consolidando primero como cliente y más adelante también como amigo en una de ellas, la que quedaba más cerca de la casa de mis padres. Allí fui siempre muy bien atendido, asesorado y hasta entretenido. Con los años, cambios de hábitos y de desempeños laborales, el anclaje geográfico a mis libreras se trasladó a la librería que regentan en la Plaza de Pombo, en el centro de Santander y muy cerca de la Bahía. Es lo que suele denominarse como una librería con encanto. Es bonita, bien surtida, independiente, cómoda, agradable y espaciosa. Te atienden muy bien pero no te agobian en absoluto. Te asesoran, te buscan los títulos que no encuentras o no tienen. Se dejan sugerir y no tienen reparos en preguntarte sobre lo que sospechan que tú puedas conocer y ellos no. Precisamente gracias a que entre su exposición interior hacen bastante caso a la literatura deportiva, tuve la suerte de dar con algunos títulos ciclistas, y con la editorial “Cultura Ciclista” que de otra forma pudiera habérseme escapado largo tiempo.

Por si fuera poco todo esto, especialmente con Paz me siento a gusto colaborando en algunas de sus propuestas de dinamización cultural, o cuando así me lo sugiere, participando en encuentros o presentaciones de autores u obras. Gracias a ello he podido charlar amigablemente con Ramiro Pinilla, pedalear un par de etapas del “Tour del Plomo” con Ander Izaguirre e incluso tomarme unos vinos con otros escritores. No es pasión de amigo, por algo será que recientemente la librería Gil ha sido galardonada con el Premio Nacional a la librería cultural del año 2013.

Jesús (a la derecha) y yo (amarillo), con Ander Izaguirre (en el centro), finalizando la 2ª etapa del "Tour del Plomo" a su paso por Cantabria, en la Plaza de Pombo de Santander, con la librería Gil detrás, bajo los arcos.

Con tanta gente intentando abrirse camino en el difícil entorno del mundo del libro, trato de ser justo y repartir mi ínfima cuota de consumidor. A los editores lo que es de ellos: escoger sus libros cuando me gustan o me resultan sugerentes. A los autores leerlos con ganas, atención y momentos de calidad o de tiempo que de otra forma resultaría desaprovechado. Y a los libreros comprárselos. En esto último no soy estratega del precio, no busco gangas ni ahorrar a costa de deslocalizaciones, distribución al por mayor o ahorro de puestos de trabajo. Compro a quién conozco, on-line o presencialmente, fomentando (aunque en minúscula medida) el comercio y servicio locales, o en su caso las iniciativas que me parecen admirables y respetables. Gil se lleva la palma porque es mi librería de siempre y de casi todo tipo de temas y géneros, pero aunque se me enfaden un poquito, reconozco que en materia de ciclismo, parcialmente le he hecho un hueco de consumo a “La Biciteca” para darle un merecido empujón por haber comenzado su etapa cuesta arriba.

Las referencias de hoy:
Librería Gil. C/ Hernán Cortés 23 (Plaza de Pombo). 39003 Santander
 

viernes, 21 de marzo de 2014

9. VIENTO SUR

[Notas prácticas:somos varios los que ya nos hemos inscrito a la Maratón de Vitoria de patines, recuerda que el precio sube a partir de final del mes de marzo. Otros eventos requieren inscribirse antes de que se acaban las plazas. He descartado asisitir a la Travesía de las Landas en patines (lo dejo para la temporada que viene con más calma y preparación), pero me estoy inscribiendo en algunas clásicas europeas de bicicleta. Quién tenga dudas que contacte

¡Última hora! acabo de descubrir una prueba de patines muy atractiva y de fácil asistencia para el día 6 de abril en la zona del Tajuña (al este de Madrid). Se llama "101 km Rolleando" (http://www.101kmskating.com/p/ultimas-noticias.html); la anuncian como de caracter muy popular así que Jesús y yo, hambrientos de a actividad "oficial" en estas fechas del año, nos hemos pre-inscrito].

Viento sur by Lito Vitale cuarteto on Grooveshark



No soy aficionado a las teorías de la conspiración. Sin embargo, a nivel familiar, jugando mentalmente con mis hijos, o incluso de vez en cuando con algunos amigos, en ocasiones sí que utilizo dicho formato para divertirme. Vamos, que lo que si me va es ir creando y complicando progresivamente disparatadas teorías alrededor de algún anclaje real del que quiero reírme. Podríamos calificarlo como una especie de género denominado algo así cómo “Teorías cómicas de la conspiración”. Jamás escribo sobre ellas. Me limito a ir componiendo alguna y la estiro en tiempo lo que da de sí, pero siempre de forma verbal, utilizándola para amenizar o insuflar de buen humor, momentos familiares cotidianos, estableciendo iconos de complicidad familiar periódicos. Casi siempre se trata de un humor no exportable, ya que se va generando poco a poco, en un contexto bastante íntimo o particular (la familia, los compañeros de trabajo, etc.), y en demasiadas ocasiones puede que absurdo para quien no disponga de claves suficientes para interpretarlo o encontrarle sentido.

Un ejemplo reciente tiene mucho que ver con el tiempo. El clima. O mejor dicho la información meteorológica. Más concretamente la televisiva. Y para ser exactos la programada por Televisión Española en la 1 por la noche. Sí, Mónica y compañía. A medida que han ido pasando los años, el Telediario ha ido cediendo progresivamente un mayor porcentaje de su espacio temporal hacia las noticias deportivas (por llamarlo de alguna manera, ya hablaré sobre ello en alguna futura ocasión). Hasta haber llegado a un punto en el que el deporte ocupaba en ocasiones hasta un tercio del tiempo total disponible para todo el conjunto informativo. Pero en la actualidad, las noticias no deportivas están sufriendo otra importante reducción porcentual, a manos de la información meteorológica, la cual ha llegado a rivalizar en atención y tratamiento con el deporte, y más de una ocasión superándolo. Desde hace no mucho tiempo, la información meteorológica nos la dan dos veces, y además seguidas. Es algo cuya causa no acabo de comprender muy bien. El caso es que al final del Telediario, pero se supone que dentro de él, hay un espacio en el que nos informan de cómo ha sido el día en las diferentes regiones del país desde un punto de vista climático. Y acto seguido, una vez finalizado el noticiario, hay otro espacio añadido en el que se nos informa de los mismo, aunque poco a poco van añadiéndole otros contenidos. La acumulación de tiempo televisivo que este conjunto de información meteorológica ha ido acaparando es llamativa. En poco más de un año, se ha pasado de 3 o 5 minutos a duraciones de 10 a 20. Todo ello dirigido por la tal Mónica quien ignoro de que poderes sobre la administración mediática goza, para castigarnos así, con tanta contundencia y, lo que es peor, reiteración.

Y aquí viene la teoría intrigante: sospechamos que al final va a haber un examen. Y la mayoría de los telespectadores relajados, poco atentos o adictos frecuentes a las “pellas”, vamos a suspender sin remedio. Y seguramente nos castiguen por ello vía hacienda pública, o través de cualquier otro brazo “armado” de la administración. La cosa parece ser evidente. El espacio del tiempo incluye cada vez más contenidos que, a modo de programa académico, son vinculados a diferentes materias o asignaturas: refranero o literatura, toponimia o geografía, cartografía, meteorología, imagen, historia… hasta recientemente “meteorología forense”. Quienes no tengamos claros conceptos ya corrientes en “clase” como ciclogénesis explosiva, hectopascales, u otros mucho ejemplos, creo que ya hemos perdido el tren del aprobado. Hace poco hasta tuvimos prácticas de laboratorio con matraces y todo. Incluso una actividad extraescolar en la que nos llevaron a la nieve (aunque no nos dejaron esquiar). El corcho de clase lo decoramos con nuestras propias fotos, aunque al igual que sucediera en el colegio hace años, suelen exhibirse las fotos de los mismos empollones de siempre… Y lo más aterrador de todo es que esta especie de academia camuflada nos abruma con una compleja combinación de estrategias escolares ancestrales y ultramodernas. Por un lado no se cansan de repetir y repetir las lecciones, y por el otro pretenden seducirnos con detalles de redes sociales, “Twitters” y demás. En fin de semana todo este proceso se relaja bastante, pero en jornadas lectivas… es tremendo. Están consiguiendo hacer de la información meteorológica una cultura nacional, a este paso vamos acabar todos hablando del tiempo, como los británicos del tópico, en vez de sobre muchas otras cosas. Entretanto, lo que no ha variado demasiado es su grado de acierto en los pronósticos. Al menos en provincias tan variables y diversas como la mía, conviene consultar otras fuentes.

Sea bienvenida tanta ironía para compensar un poco el clima que hemos estado sufriendo este invierno por el Cantábrico. Como autóctono, residente y enamorado de esta costa, no soy persona que se queje prácticamente nunca del clima. Es más, debo ser de los pocos que disfruta del mismo en casi todas sus expresiones, que lo considera una bendición y que no añora otros más secos, soleados, tropicales, tórridos, polares, ecuatoriales, continentales, etc. Me gusta la nieve, no me molesta demasiado la lluvia, prefiero las temperaturas suaves (por arriba y por abajo), etc. Gracias a un clima variable, gozamos de un paisaje acorde con el mismo. La diversidad nos exige ser adaptativos y versátiles con el ocio, y eso es algo que me gusta. Soy inquieto. Sin embargo, este año, como alguna vez ocurre cada cierto número indeterminado de años, hemos estado sufriendo un clima caracterizado por una larga sucesión de borrascas con un marcado componente de viento sur o suroeste. Y esa es, casi con total probabilidad, la característica climática que menos me agrada de las de por aquí.

El viento sur en Cantabria es un fenómeno de atributos muy marcados, caracterizado por fuertes velocidades del aire que pueden oscilar tranquilamente entre los 70 y los 130 km/h de manera bastante habitual. Es un viento que proviene de la Meseta, atraviesa las alturas de nuestra cordillera y se acelera progresivamente mientras desciende por laderas y valles, hasta hacerse fuerte y molesto en la costa. Normalmente se identifica por resultar seco y cálido. Para hacerse una idea no hay más que saber que en día de sur, localidades como Santander, alcanzan en pleno invierno temperaturas máximas de 20-22 grados. De hecho siempre hubo una leyenda urbana que decía que la presencia de viento sur en la ciudad podía ser considerado como un atenuante judicial en algunos casos, pues “como todo el mundo sabe” trastorna a la gente o acentúa los brotes de locura que en mayor o menor medida todos padecemos. Este viento puede romper estructuras, desprender cornisas, estropear fachadas y cometer todo tipo de fechorías. Las brigadas se mantienen alerta ante su presencia y han de acudir a realizar podas de urgencia o retirar troncos o quimas de calles y carreteras.

Hay quien le saca ventaja. Los aficionados a la fotografía tienen a su disposición excelentes jornadas despejadas, exentas de nuestra calima o bruma habitual. La visibilidad atmosférica aumenta y el sol puede lucir con calidez. Además, el viento, salvo que lo persigas con estrategia, normalmente no sale en las fotos. Son casi las únicas personas que sacan provecho de estos aires. Bueno, ellos y los escasos windsurfistas que aún perviven por la bahía de Santander. El Campanero, Paco, algunos otros e incluso Juan Luís si anda por aquí, sacan sus tablas y sus velas tan planas y surcan el oleaje roto a toda velocidad. Recientemente se les unen algunos jinetes del “kite”, aunque cuando realmente pega fuerte, quizá sea Abel el único arriesgado de todos. Es curioso como en esos días el mar puede incluso estar tranquilo pero la superficie de la bahía se vuelve rabiosa e incontrolada.



 Todo esto, en principio, fiel a mi declarada vocación de amoldarme al clima, me daría igual. Sin embargo, cuando la pertinencia de este viento se hace cargante, acabo sucumbiendo y sintiéndome un poco harto de ello. La razón no es otra que la incompatibilidad que el mismo mantiene con la mayoría de mis aficiones deportivas. Para empezar, este viento es el principal responsable de que la nieve de las montañas se funda a gran velocidad, siendo capaz en un solo día, de hacer desaparecer decenas de centímetros de espesor. En ocasiones (extrañas, como este año), viene instalado en algún tipo de frente y es capaz de dejarnos precipitaciones de nieve. Lo hace cargando más laderas orientadas al sur, que las que lo están hacia el norte, las cuales habitualmente gozan de más nieve. Es algo que está bien porque puedes disfrutar de itinerarios no tan habituales. Sin embargo, su presencia, con nieve o sin ella, hace impracticable el esquí mientras sopla.
Pero es que además, respecto al resto de disciplinas, tan sólo me deja correr. La bicicleta con sur es engorrosa, desagradable y peligrosa, pues vayas por donde vayas el viento intenta tirarte o convierte tu avance en un calvario sin sentido, en el que las habituales sensaciones de libertad y ligereza del pedaleo, se transforman en una especie de trabajos forzados absurdos, pesados y trabados. De la piragua ni hablamos… el vuelco está garantizado, e intentar palear contra esas velocidades del aire puede acabar propinándote algún estacazo en la cabeza con tu propio remo. Y en lo que respecta a los patines, qué puedo decir, que resulta un sacrificio y una tremenda frustración, pues cada vez que te da de frente (o a la ida o a la vuelta), vas casi literalmente andando. Y no hay nada más absurdo que ponerse unos aparatosos patines para caminar.

El caso es que así viene marcado el invierno, con surada tras surada, separadas entre sí por breves precipitaciones de norte (lluvia y más lluvia) o algún viraje de oeste que enfría el aire, reduce su velocidad sólo un poquito y nos llena de nubes. Un escenario francamente malo para entrenar. Sin embargo, nuestra capacidad de adaptación parece no tener límites. No me preguntéis cómo lo estoy consiguiendo, porque ni yo mismo lo sé, pero el caso es que entre el rodillo, el remoergómetro, los patines, los esquís de travesía, las zapatillas de correr, etc. el caso es que entreno casi a diario, y salvo que no practico casi ciclismo, voy acumulando horas de ejercicio variado y cada día me voy encontrando mejor. Lo de la bicicleta no me preocupa, estando en forma, a pocos días que la utilice, en seguida alcanzo una resistencia suficiente para poder acometer mis retos. Además la cogeré con muchas ganas a causa de la prolongada espera. Y en cuanto a los patines, será un incógnita, pues podría decirse que los días que me los pongo, me someto a sesiones de castigo ante eólicos embates. Sobrevivo, la cuestión será comprobar más adelante, cuando el viento esté ausente, si eso me habrá convertido en un patinador fuerte y eficaz o en alguien torpe incapaz de saber rodar con estilo en condiciones adecuadas para la velocidad.


Afortunadamente la primavera está siendo “anunciada” por un clima de lo más conveniente para entrenar. Los vientos del sur o del oeste han dejado de acercarse cíclica y reiteradamente. Nos ha llegado buen tiempo y sobre todo soplos del norte y del nordeste, mucho menos fuertes. Aunque a veces llueve, aunque las temperaturas son bajas por la mañana o al anochecer, resulta mucho más fácil practicar deporte al aire libre, en la mayoría de las modalidades que me gustan. Reconozco que estoy enlazando unas cuantas semanas bastante buenas en este aspecto. ¿Habrás dicho el sur adiós para esta primavera?.

viernes, 14 de marzo de 2014

8. MI PADRE



José Luís probando una de nuestras primeras bicicletas de montaña
(una MBK. En Alto Campoo, allá por el año 89-90.



Hace unos días vendimos una casa familiar. Su estado era lamentable, con parte de las cubiertas caídas, el interior semiderruido, y todo el conjunto abandonado a su suerte desde 1950. He de decir que no era culpa nuestra, porque el inmueble pertenecía a un familiar cercano que se limitaba a no perder la propiedad, pensando en traspasarla en herencia, tal como le fue legada, aunque sin mantenerla. La casa data del año 1900 y resultaba interesante porque en su día fue la tienda y almacén comercial de un pueblo del curso alto del río Besaya. Se ubicaba en el barrio de la Venta Nueva, y no descarto suponer que precisamente el apelativo de Venta Nueva le viniera dado al barrio por las funciones de la propiedad. Aún conserva el mostrador y un mueble de estanterías que estamos restaurando para la casa familiar del mismo pueblo (esa sí que la conservamos y cuidamos como sede de eventos y esparcimientos rurales). La venta ha sido debida a la necesidad. No una necesidad desesperada por la ruina económica, sino otra relacionada con la ruina estructural. Era un inmueble muy grande, costoso de rehabilitar y desatendido a causa de que en la familia disfrutamos de otras opciones habitables por la zona. Total, que la mejor opción era intentar vender antes que asumir gastos o perder la propiedad derribando. Para nosotros siempre fue “la tienda”, y aunque realmente nunca la disfrutamos o utilizamos, las posibilidades de la misma eran enormes, ya que el almacén anejo daba para poder acondicionar un salón de reunión enorme, un taller para trabajar con amplitud en restauraciones y un piso superior donde quizás poder exponer una larga colección de bicicletas, eso por no hablar de las imaginativas posibilidades que se me iban ocurriendo para su patio-jardín amurallado, que con terreno en dos terrazas descendentes hacia al río hubiera dado juego para un coqueto jardín minimalista, una salita de invernadero y alguna cosa más. En esa casa nació mi padre, y la casualidad, o algunos designios no interpretados, han hecho que nos hayamos desprendido de ella a lo largo de los días en los que él ha fallecido.

No pretendo aquí escribir un panegírico. Necesitaría el espacio de un amplio libro para ello, y además, tengo claro que mi capacidad redactora no estaría jamás a la altura del mérito de mi padre. Tampoco busco realizar un ejercicio de duelo que me sirva como catarsis o excusa de desahogo. No lo necesito, hemos sido muy afortunados en este proceso final, ya que pese a la lógica tristeza del hecho, su guión y proceso han sido ideales, lo que cualquiera de su amplia lista de hijos y nietos (además de mi madre) hubiéramos deseado de antemano. Me ha dado tiempo de sobra para despedirme de él. Viéndole a menudo, pudiéndole ayudar, homenajeándole con un documental que monté para él y hasta mimándole en la cama durante sus últimas horas. Tal es así, que siento que me he quedado en paz y disfruto con intensidad de sus recuerdos, de todos ellos, desde los primeros a los últimos.

Sin embargo su partida sí que me ha hecho reflexionar bastante sobre el sentido de la vida de las personas y el significado de eternidad que el ser humano siempre ha tratado de desear, buscar o racionalizar. Le pese a quien le pese, la humanidad siempre ha tenido, y sigue teniendo un fuerte componente de espiritualidad. A lo largo de los siglos se ha venido manifestando conformando una amplísima diversidad de religiones. Incluso ahora, en la época de la postmodernidad, en la que el agnosticismo, ateísmo, racionalismo, laicismo y demás posicionamientos ante las cuestiones espirituales, son mayoría, aparecen corrientes en las que los humanos buscan oportunidades para dar rienda suelta a sus necesidades de trascendencia vital, de sentido cósmico y de continuidad extracorpórea o inmaterial. Las tendencias “New Age”, el repentino posicionamiento de lo “emocional” en muchos órdenes de la vida, el éxito comercial de los productos narrativos con altas dosis de magia, simbolismo o eternidad (tanto en cine como en literatura); esas y otras muchas manifestaciones sociológicas parecen justificar que para muchas personas, no basta con lo terrenal ni con la apabullante oferta material de la sociedad de consumo, para llenar sus vidas, ni para dotarlas de un significado suficiente.
Mi padre en ese sentido lo tuvo fácil. Supo maridar sin fisuras su evidente mentalidad técnica y científica de ingeniero, con un profundo sentimiento religioso (católico), ferviente y arraigado que le acompañaría a lo largo de toda su vida, sin impedirle, por otro lado, sorprendernos con claras y originales muestras de liberalidad de pensamiento (estaba seducido por la innovación, tanto por la técnica como por la humanista). Por todo ello, a medida que se aproximaba su hora, se le podía ver tranquilo, casi hasta impaciente, mostrando una especie de aura de deber cumplido, de ciclo vital aprovechado, de satisfacción de artesano de la vida, quién acabada su obra, tan sólo espera descansar y no ensimismarse o alargar la misma con retoques innecesarios. Estaba convencido de que después de esta vida, vendría otra. Y aunque sea difícil imaginarlo, una mucho mejor. De otro nivel, otra dimensión. Algo clave en los fundamentos del cristianismo.

Pero dejando aparte las creencias de mi padre, tal y como he señalado, estos días he tenido muchos momentos de reflexión personal y me ha dado por encontrar (que no buscar) diferentes formas en las que entiendo que mi padre va a ser eterno. Comenzaré por una perspectiva biológica. Todos llevamos mucho de nuestro padre en nuestros genes: aspectos de su forma de ser, muchos atributos fisiológicos, características físicas, etc. Un ejemplo de ello es el enorme parecido de uno de mis hermanos con él (como dos gotas de agua). La “carga” genética de mi padre proviene de la herencia, de la transmisión de todos sus antepasados. Él fue una acertada integración y combinación de la misma que lleva camino de perdurar y eternizarse a través de sus seis hijos y los sucesivos descendientes de los mismos (en la actualidad ya 14), enriquecida en este caso por la de mi madre. La evolución del ser humano se basa en este sistema de transmisión y de supervivencia temporal de los orígenes genéticos. En su caso, la difusión ha sido extensiva, lo cual nos permite aventurar que al menos, a medio plazo, mi padre, muchas de sus características y esencia biológica, van a estar presentes en este mundo de forma extendida y amplificada.

Desde una perspectiva de constructivismo humano, su legado se me antoja tanto o más potente que el anterior. Siempre alegó que sus inversiones (temporales y dinerarias) se empleaban en la educación de sus hijos, familiar y académica. Por tal motivo, la educación que nos inculcó actualmente regula, ordena, cuida y sostiene territorios públicos, bosques, ríos y montañas; está pendiente de la salud de las personas; educa a su vez a sucesivas promociones estudiantiles y mantiene una intensa actividad social, comercial y deportiva con miles de personas. Trataré de explicarme mejor. Ignoro lo que sucederá en otros casos, pero en el nuestro, tanto mis hermanos como yo, somos un “producto educativo” que, sin quitar mérito a otros agentes participantes en el proceso, se fundamenta profundamente en muchos de los principios (¡y detalles!) de lo que fue mi padre en vida. Lo cual significa que a día de hoy, en nuestra forma de actuar, de relacionarnos, de comportarnos, de trabajar, de crear y de educar a nuestros hijos, mi padre sigue plenamente “vigente”. Del éxito que consigamos en aquello último, dependerá que esa vigencia siga viva en futuras generaciones. Y todo ello se plasma ahora mismo en nuestras familias y desempeños profesionales.

Una de las cualidades que lo caracterizaban era una extraordinaria habilidad manual e ingenio práctico para los mecanismos y el tratamiento de materiales como la madera, el metal, etc. De pequeño se fabricó sus propios juguetes y a lo largo de toda su vida no paró de acometer “chapuzas” que solía resolver con eficacia, ingenio y gran calidad de acabado. Frutos de todo ello permanecen funcionando a día de hoy por las diferentes casas familiares e incluso en algunos objetos emblemáticos. Esa capacidad “fabricante o reparadora” tuvo su lógico paralelismo en el ámbito de su desempeño laboral, lo cual ha hecho que algunas instalaciones industriales, mecanismos, etc. se mantengan aún funcionando o rindiendo. Como todo lo material, este legado no será tan duradero como algunos de los otros mencionados, pero ya que existe, no está de más recordarlo. A veces, las cosas, cuando las tocas, las ves o las hueles, hacen más presente a su creador, reformador o reparador, que los recuerdos racionales.

Y hablando de recuerdos, ha llegado la hora de incluirlos en este inventario de permanencia de mi padre. Empecemos diciendo que, a juzgar por la respuesta mostrada por la gente durante su enfermedad, actos fúnebres y jornadas posteriores, no me cabe la menor duda de que va a ser recordado por muchísimas personas. Esto significa que su vida o detalles de la misma, van a perdurar en sus mentes y memoria. El almacén de anécdotas, historias, situaciones… parece inagotable. Cuando nos encontramos con alguien que lo conoció puede fácilmente sorprendernos con algún relato completamente desconocido para nosotros, de modo que, aún presencialmente desparecido, su vida nos sigue aportando contenido, en ocasiones completamente nuevo. Los recuerdos son un fenómeno curioso y complejo para el ser humano. Personalmente siempre han tenido mucha fuerza e importancia a lo largo de mi vida. Son uno de los “sistemas de referencia” que más estabilidad me dan, me “recuerdo” a mí mismo muy apegado a ellos desde siempre, aunque de forma natural y sin pretenderlo. Ahora además, se van convirtiendo poco a poco en un componente fundamental e importante de mi vida, un patrimonio rico y basto que me gusta cultivar, cuidar y ampliar. Quizás me esté volviendo viejo, pero el caso es que desde hace algunos años, dedico parte de mi tiempo a indagar, a preguntar, a escuchar, leer y buscar recuerdos relacionados con mi vida. No sólo familiares, también laborales, institucionales, deportivos, etc. No creo que sea ni nostalgia ni retiro, si alguien duda de mi capacidad  para entretenerme, abordar retos nuevos, o embarcarme en aventuras de toda índole no tiene más que repasar el blog desde el principio o conocerme un poco más en otros muchos ámbitos. Más bien lo achaco a que tras disfrutar toda la vida de su utilización, la madurez me está ayudando a revalorizarlos, considerándolos como un elemento clave de la riqueza de mi existencia humana. Los recuerdos hacen que todas las experiencias y vidas anteriores, de las diferentes personas que he conocido, me han precedido o han participado en la configuración de mi existencia, se integren de forma consiente en la percepción y conocimiento que tengo de la misma. Sin duda mi padre ha sido una de las más influyentes, por lo que se hace presente en una enorme cantidad de ellos y con especial intensidad. En ocasiones olvidamos que la humanidad ha basado parte de su progresión, desarrollo o evolución, en los recuerdos. Estos han conformado el bloque preferente de su cuerpo de sabiduría. Ya fuera a través de la transmisión narrativa oral o escrita, los mitos, las leyendas, las tradiciones… los archivos, las publicaciones… los informativos, los datos… el ser humano siempre anda pendiente de vincular el pasado con el presente, de no olvidar, de recordar. Lo que se recuerda perdura, se mantiene y actúa como influencia. Esto es algo que se da tanto a nivel colectivo (de civilización, cultura o sociedad), como individual (de la persona). Y ello parece pues demostrar, una vez más, aunque de otro modo, que mi padre, por la intensidad de recuerdos generados a lo largo de su vida en otros, y por la cantidad de gente sobre la que los impregnó, va a trascender durante largo tiempo.

Para alejarme un poco de tanto pensamiento abstracto, quiero cerrar esta entrada con algunos recuerdos ciclistas concretos. De mi padre, y de una tía a la que jamás llegué a ver montada en bicicleta. Empezaré por una anécdota de ella. Aida era una de los ocho descendientes de mi abuela materna. En aquel entonces, años de postguerra, y en el entorno rural de la cuenca alta del mencionado río Besaya, la economía familiar se basaba en un aprovechamiento minucioso, acompasado con los cambios estacionales y diverso, de las diferentes posibilidades que río, campo, montaña, bosques y ganado podían ofrecer. Lo mismo se mantenían colmenas que se recogían avellanas silvestres, se pescaba alguna trucha y se criaban vacas u ovejas para producir leche o comer carne. En cualquier familia, y más en una tan numerosa como aquella, a los menores les tocaba trabajar y colaborar a tope, independientemente de que tuvieran que dedicarse a estudiar. En tales circunstancias mi tía Aida era una gran usuaria de la bicicleta. Debía de moverse bastante por la comarca, y tanto desplazamiento lo solucionaba caminando (en el caso del monte), a caballo o en carro (cuando requería transportar carga) o en bicicleta si implicaba ir por la carretera. En cierta ocasión se dirigía a Molledo (pueblo en el que Miguel Delibes ubica alguna de sus historias “ciclistas” y muchas narraciones de su infancia), con 15 kg de quesos de oveja en el trasportín, con la intención de venderlos por encargo de mi abuela. Aprovechando el desnivel a favor proporcionado por la serpenteante carretera de las Hoces (la antigua), pedaleaba a bastante velocidad. El peso suplementario, la pendiente y la motivación extra proporcionada por el temor a que los “maquis”, con Juanín a la cabeza, la interceptasen, favorecían un descenso rápido y ligero. Tanto, que a la altura de la presa del Parbayón, se saltó un control de la Guardia Civil. ¡Tiempos aquellos en los que una bicicleta de paseo lanzada resultaba un vehículo eficaz para incluso huir de la policía! El caso es que tal y como reza el dicho, “la policía no es tonta…” Y en Molledo ya estaba otro pequeño destacamento esperándola con la barrera del ferrocarril bajada. Allí tuvo que convencerlos de que no había visto el “alto” emitido por sus compañeros, y de que los quesos que transportaba eran de oveja. Por aquel entonces estaba prohibido elaborar queso con leche de vaca (cuestión de la necesidad y el racionamiento). El asunto no pasó a mayores, aunque no evitó una posterior visita de la “benemérita” a la casa de mis abuelos para asegurarse de que se cumplían las ordenanzas en lo relativo a la elaboración de los quesos.

Con respecto a mi padre, no sólo fue un pertinaz usuario de bicicleta en su juventud y primera etapa adulta, sino que sentía cierta debilidad por su concepto y un gran respeto y reverencia por su eficacia técnica y versatilidad. Aunque de mayor nunca volvió a tener ninguna, siempre se mantuvo atento a la evolución de las nuestras y a las anécdotas que de su disfrute pudieran surgir. También mantuvo cierto interés por las Grandes Vueltas, algo destacable para una persona que, salvo en sus últimos años de vida, vivió siempre al margen de acontecimientos deportivos ajenos. Finalizados sus estudios de ingeniería, pasó una temporada en Rotterdam (una especie de primitivo Erasmus), donde siempre cuenta que lo alojaron en una pensión en la que disfrutaba de cama, baño, comidas y bicicleta. Durante años y años nos ilustró sobre el inteligente y cívico uso que de dicha máquina hacía aquella sociedad tan avanzada. En cualquier caso, fiel a su austeridad natural, convencida y permanente, en realidad sólo llegó a poseer una bicicleta en toda su vida (lamentablemente desaparecida hace ya muchos años). Se la compraron cuando tenía 13 o 14 años. Más como un medio de transporte y autonomía personal que como un juguete o entretenimiento deportivo. Fue una buena compra, con criterio casi empresarial, una inversión de futuro por parte de mis abuelos. Se trataba de una GAC negra (en 1943 aproximadamente), de caballero, con frenos de varillas  y ¡cambio de tres coronas! (18 – 20 -25). Con esa bici disfrutó de sus correrías juveniles (pescar y bañarse en el río), realizó cientos de recados por la comarca y mantuvo un largo noviazgo con mi madre, que vivía en un pueblo vecino. Uno de los mayores retos era cuando tenía que subir a Aguayo, por una carretera que en aquel entonces no estaba asfaltada. Se trata de un ascenso de unos 3 kilómetros, con una pendiente sostenida que resulta bastante dura, incluso cuando ahora la realizas con bicicleta de corredor. Nada imposible para un joven motivado… creo que ya sé de dónde le vino su proverbial fuerza en las piernas que le permitió disfrutar del esquí alpino hasta los 82 años. Siendo ya padre de familia y viviendo en Los Corrales de Buelna, siguió utilizando la bicicleta para ir a trabajar, en plan paseo urbano, hasta que con el paso de los años, la chavalería procedente de su propia prole y otros allegados se encargaron de hacerla desaparecer.

En definitiva recuerdos, experiencias pasadas que la tradición familiar revive de vez en cuando, haciendo circular las imágenes y acciones de mi padre entre los presentes, de manera que formen parte de sus vidas actuales, sobrevivan al tiempo y aporten, aunque de modo modesto, alguna influencia sobre el devenir de todos nosotros.