viernes, 7 de junio de 2013

23. VIENA (AUSTRIA)

“La mayoría de los hombres poseen escasa imaginación. Todo lo que no les afecta de una manera inmediata y no hiere directamente sus sentidos, cual dura y afilada cuña, apenas logra excitarles; más si un día, ante sus ojos y en una proximidad palpable, acontece algo insignificante, estallan inmediatamente en una pasión desmesurada. Entonces, en cierto modo, su apatía se trueca en vehemencia frenética y extemporánea”

Stefan Zweig ("24 horas en la vida de una mujer")

Para alguien que se ha pasado toda la vida disfrutando del esquí y considerando su práctica no competitiva como la actividad deportiva más placentera para ocupar su tiempo libre, Austria ha supuesto siempre uno de esos destinos idealizados, a los que uno siempre sueña con ir. Lo curioso del caso es que, después de todo, hasta el momento no he estado esquiando allí nunca. Sin embargo sí que he viajado un poco por Austria, pero… en verano.

Hace ya muchos años (más de un par de décadas) cruzamos el país en una Suzuki 500, cargados de maletas y bolsa de depósito, en medio de un largo viaje de bodas que recorría gran parte de Europa en moto. Así comprobamos que se trata de un país con dos territorios completamente diferenciados: la parte alpina y el resto ocupado por extensiones completamente llanas y surcadas por el Danubio con todo su generoso caudal. Nuestras paradas con pernocta se limitaron a las que quizá sean sus tres ciudades más turísticas: Innsbruck, Salzburgo y Viena. De la tercera hablaré después, sobre las otras dos me voy a permitir unos breves comentarios.
Innsbruck es la capital del Tirol austriaco, es una ciudad extensa, alejada del concepto idealizado que pudiéramos tener desde aquí de lo que imaginamos que es una ciudad alpina dedicada a los deportes de invierno. Fue sede de unos Juegos Olímpicos. Aquellos que comenzaron con la medalla de oro en descenso conseguida por su héroe local Franz Klammer (recuerdo que lo vi en directo por la televisión, me pilló en plena adolescencia). Allí visité el museo de los juegos Olímpicos de invierno, la verdad es que es bastante poca cosa; y otro amplio y sorprendentemente interesante, y cargado de contenido, sobre la etnografía propia de los Alpes austriacos, que nos aportó mucho más. Innsbruck tiene un centro callejero muy coqueto, del que además sale una sucesión de tres teleféricos consecutivos que en pocos minutos te dejan realmente alto y en el corazón de los Alpes, muy por encima de los 2000 metros de altitud. Sales de la cabina y estás, si lo deseas, haciendo “trekking”. A la ciudad llegamos atravesando un puerto de montaña muy bonito desde Munich, un pasaje recomendable: bosques alpinos, montañas, enormes casas de madera parcialmente forradas de leña y cristalinos y ajetreados ríos que se precipitan por las laderas, escavan valles y muestran ese azul turquesa característico del deshielo glaciar.
Salzburgo es completamente diferente. Está en las llanuras, no lejos de las montañas, pero no en ellas. Es una ciudad antigua, dominada por un promontorio rocoso vertical sobre el que está edificada su característica fortaleza. Salzburgo tiene mucho ambiente en verano, es un destino turístico habitual y hay mucha gente ociosa por la calle. Es una ciudad vinculada a la música y con oferta de festivales. Pasear con calma por allí es motivo sobrado para su visita, así como tomar el funicular que da acceso a la fortaleza, desde la cual se disfruta de generosas vistas.

Antes de referirme a la capital austriaca, permítaseme una anécdota minúscula. Hace unos pocos años asistí a un curso para docentes, de esos que sostiene la Unión Europea, a través de la Agencia Sócrates, que se celebraba al sur de la República Checa. El curso trataba sobre educación en el entorno natural, aunque resultó bastante pobre, todo hay que decirlo. Era en régimen de semi-campamento, en una especie de albergue de campo. Una tarde nos la dieron libre, y un pequeño grupo de asistentes pedimos prestadas unas bicicletas a la organización y un plano detallado de la zona. Así pertrechados, pedaleamos por llanuras de campos verdes y entramos en zonas boscosas de altos abetos, con alguna que otra loma. Finalmente, accediendo por alguna pista forestal acabamos encontrando una senda balizada, que en un puente de madera sobre un diminuto arroyo en medio del bosque… alcanzaba un paso peatonal y natural a la frontera con Austria, pasé ambos pies y nos hicimos alguna foto antes de regresar. Ese ha sido mi segundo paso por aquel país, hasta el momento.

Pero de lo que más voy a hablar hoy es de Viena. Y es que muy cerca de esta ciudad es donde se celebrará en próximas fechas la Velo Veritas, una de mis citas “clásicas” de este año. Una cita que por cierto me preocupa un poco, pues su recorrido alcanza la nada despreciable (al menos para mí) cifra de 170 km, distancia que hace siglos que no completo en una jornada. La ruta discurrirá por un territorio de viñedos, una zona rural de la Austria llana, en donde se elaboran sus vinos de mayor fama. Entiendo (quizá me equivoque por ignorancia) que preferentemente se trata de blancos, tal y como ocurre, aún tratándose de cuencas diferentes, con los principales vinos alemanes de la ribera del Rhin. Ya daré cumplida cuenta de mi impresión del paisaje, la zona y a ser posible los vinos. Pero ello será al regreso de la ruta. Ahora, voy a centrarme en Viena.


Viena es una capital europea cargada de historia y de personajes. Sus edificios dan muestras de haber acogido como sede de reinado a algunas de las dinastías monárquicas de mayor influencia en la historia europea. Viena fue el corazón del imperio austro-húngaro y a lo largo de su historia (para bien y para mal) ha estado vinculada o ha sido considerada como un puntal estratégico para la política de algunos otros “imperios”. Por sus amplias calles podemos visitar numerosos palacios y edificios oficiales, salas de conciertos, jardines y museos. De su época clásica hay tres referentes que me llaman poderosamente la atención y me causan gran admiración:

1. WA Mozart. Probablemente el compositor musical más prolífico y genial que haya existido. Su música me hace disfrutar, y aunque la escucho muy de cuando en cuando, no deja de sorprenderme y hacerme gozar de nuevo cada vez. La casualidad hizo que estando allí, pudiéramos visitar una macro-exposición especial sobre Mozart, a través de sus instrumentos, viajes, sonidos, inventos, partituras, etc. Me parece absurdo emplear esfuerzos en hablar sobre el que quizás sea el genio de la música más conocido en el planeta, por lo que el asunto lo doy por zanjado.

2. El concierto de año nuevo de la orquesta filarmónica de Viena. Es una de mis citas televisivas de cada año (¡y tengo muy pocas o casi únicamente esa!). Cada uno de enero, desde hace algunos años, me instalo sólo en casa, y preparo la comida para la familia. Hago un menú degustación a base de crepes. Todos con rellenos salados excepto el último, que es dulce y nos sirve de postre. Para beber, cava rosado muy seco. A mis hijos les encanta esta comida, no puedo librarme de ella. A mitad de los preparativos, paro o trabajo un poco delante de la televisión y me veo entero el concierto. Me fascina todo el espectáculo: la música de la familia Strauss; la realización televisiva; la sala tan barroca, luminosa y palaciega; la elegancia del público; el tradicional protocolo de los momentos típicos del concierto (brindis incluido); las escenas de ballet que lo acompañan o los documentales que incorporan en algunas piezas y en el descanso; hasta el personal estilo que nuestro locutor nacional sostiene durante la retrasmisión. Un placer asequible y positivo para comenzar cada año. ¿Ir allí algún año? Ni me lo planteo… por ahora me conformo con dar las palmas de acompañamiento durante la marcha Radetzky desde casa, y ponerme una chaqueta austriaca para comer en nuestra mesa decorada para la ocasión.




3. La Escuela Española de Arte Ecuestre. Se trata de una de las academias de equitación de doma clásica más famosas del mundo. Su estilo es tan clásico que resulta anterior a lo que en el deporte de la equitación se entiende por doma clásica como disciplina de competición, incluso olímpica. Su origen entiendo que proviene de las escuelas españolas que junto con el arte de la esgrima, y algún otro conocimiento militar, debieron extenderse por Europa en aquella época en la que la cabeza del Imperio la ostentaban nuestros antepasados. Esta Escuela se dedica a la realización de espectáculos de doma con música, en un picadero que no desmerece en absoluto a la sala de conciertos anteriormente aludida. Los jinetes montan o trabajan las monturas en uniforme militar de estilo napoleónico, con trabajadas coreografías y espectaculares cabriolas al son ¡cómo no, en Viena! de la música clásica. Una delicia. Yo sólo lo he podido disfrutar en documentales porque precisamente en verano, cierran. Los caballos utilizados son todos completamente blancos. Son de raza Lipizzano, la cual es criada por la propia escuela y en la que se descartan los ejemplares que al crecer no cumplen este estándar cromático (curiosamente al nacer son todos oscuros).

Pero Viena, al menos para mí, no es sólo clasicismo, ni mucho menos. Los que estén interesados en saber del Danubio, del Prater, de los míticos cafés y de tantas otras cosas, mejor que se lean una guía o consulten páginas web especializadas. Como ya se habrán dado cuenta mis lectores hace tiempo, yo sigo siempre a lo mío. Y en este caso lo mío nos va a llevar a derroteros más modernos. A ello vamos…

Viena fue el escenario vital de Sigmund Freud (pese a que él naciera en la República Checa). El padre del psicoanálisis y el germen de toda una revolución en la forma de pensar de la las personas. No sólo de psicólogos, filósofos, terapeutas o pedagogos; sino de toda la cultura y ciencia mundial. Tal y como pasara con tantos otros personajes ilustres (Darwing, Einstein, Colón…) podemos decir que hubo un antes y un después en el funcionamiento y pensamiento de este mundo como consecuencia de sus aportaciones. A Freud me ha tocado estudiarlo durante años, casi siempre de forma poco profunda por la especificidad de mis diferentes materias de trabajo, pero su obra siempre ha estado ahí. Tal es así, que pese a llevar más de 25 años de vida profesional, me encuentro precisamente ahora sumergido en un curso internacional sobre sociología deportiva, y en él, agazapado en el tema uno, a la mínima oportunidad ya ha saltado a la palestra nuestro personaje con sus teorías, el Eros, el Tánatos y demás.

Freud me sirve además para hilar la ciudad de Viena con la literatura y con la música. Su obra, el descalabro intelectual que supuso y la ruptura moral e intelectual que provocó ha sido homenajeada y referenciada por numerosos artistas. Tal es el caso de la especie de ópera contemporánea compuesta por Alan Parson’s Project: Freudiana. De todas formas me centraré más en los libros y empezaré por una novela de lo más inquietante, en la que sus protagonistas van poco a poco mostrando diferentes tipos de trastornos (o comportamiento públicamente reprobables por nuestra moral estandarizada), al más puro estilo de los casos que parecían interesar a nuestro personaje. Me refiero al “Hotel New Hampshire” de John Irving, narración en la que durante una parte importante de la misma, la historia transcurre en esta ciudad y nos da una visión espacial y temporal muy concretas e interesantes, con connotaciones políticas, revolucionaras y de personajes trastornados.

Lo de las personas caracterizadas por la expresión explícita de sus trastornos o “neuras” no parece algo fuera de lugar en la Viena cultural. Elfriede Jelinek (Premio Nobel de Literatura 2004), es una autora radical, que relata historias personales en las que las pasiones desbocadas, desajustadas socialmente y faltas de control, aparecen en novelas que llevan un ritmo narrativo poco hilado o conectado sintácticamente, de forma que todo ello se le presenta al lector en forma de sucesivas imágenes, cual si de una película se estuviera tratando. Imágenes que cada lector va reproduciendo en su imaginación, con el acabado y los aderezos que nuestro propio subconsciente va añadiendo. Así pues no es de extrañar que alguna de sus novelas (como La pianista) haya sido llevada al cine. Es un estilo difícil, pero impactante. Aunque puestos a hablar de literatura, no puedo evitar mencionar a uno de los escritores centroeuropeos más destacados del siglo XX. Me refiero a Stephan Zweig, un verdadero talento austriaco, fuertemente vinculado a Viena y a toda Austria, de la que tuvo que salir huyendo, perseguido por el nazismo. Zweig fue un biógrafo magistral, excelente traductor, gran ensayista y autor de unas novelas cortas maravillosas. No me considero apto para detallar su talento, pero desde aquí recomiendo leerse todas y cada una de sus novelas cortas. A partir de ahí, que cada cual decida si seguir o no. Por cierto que su personalidad también acabó más bien atormentada, suicidándose en Brasil en el ocaso de su vida.

Como acabo de comentar, la relación literatura-cine es en ocasiones muy estrecha. Todos conocemos numerosos casos de adaptaciones literarias llevadas a la gran pantalla. Así ocurrió también en la película “El tercer hombre”, de Carol Reed, cinta que basada en una novela de Graham Greene, nos introduce en una compleja y oscura historia de espías en una Viena nocturna, oscura y sospechosa, de la mano de un magistral Orson Welles. Por cierto que ya que estamos en lo visual permítaseme recordar que hace pocos años se celebró algún tipo de aniversario sobre el pintor Gustav Klimt. Artista austríaco de estilo bastante singular, autor de un cuadro realmente famoso y replicado estéticamente en muy diversos ámbitos: El beso. Una obra maestra en mi opinión, de la que destaca su tonalidad dorada, su textura tan especial y diferente, y la expresividad conseguida en sus dos personales a base de una logradísima contorsión corporal. El cuadro se expone en la Galería Belvedere de Viena.

Parece que hoy vamos de arte. Sigo sin referirme a los cafés vieneses, ni al empinado mosaico de la cubierta de la catedral, ni a otros posibles atributos turísticos que la capital austriaca muestra o esconde. Pero ya que estoy en ello, voy a dar un paso más para entrar de golpe en el mundo de la arquitectura y si se me apura, hasta del urbanismo. En Viena encontramos el museo del arquitecto Hundertwasser. Lo visité en aquel lejano viaje en moto y me impresionó gratamente. Tanto el museo, como especialmente sus aparentemente descabelladas propuestas de eco-arquitectura, mediante las que este creativo personaje pretendía re-naturalizar un poco los entornos habitados de las personas. Todo ello a base de arbolado y plantación en balcones, ventanas, fachadas y azoteas. Algunos de sus ejemplos de urbanización debieron ser fuente de inspiración para los creadores de los Tele-Tubies, porque la fantasiosa residencia de estos personajes infantiles recuerda mucho a varios de los diseños del arquitecto. Autopistas semi-soterradas, suelos irregulares, mucho colorido alegre y la proliferación del césped por doquier, constituyen algunas de las señas de identidad de este espíritu creador que personalmente me impactó de manera muy positiva, pese a encontrarlo en medio de una ciudad de corte eminentemente clásico.

Siempre me acaba pasando igual. Hay días que me siento ante el teclado y parece que con excesiva facilidad me olvido del sillín, y como consecuencia de ello de los pedales y de toda la bicicleta. Me muevo entre libros, imágenes o pensamientos y me olvido de los recorridos. Así ha vuelto o ocurrir en esta ocasión, pero intentaré compensarlo, una vez más, con un cierre “ciclable”. La referencia a una de las rutas de turismo ciclista más largas de Europa: La ruta del Danubio en bicicleta. Se trata de un recorrido de 2874 kms, preferentemente llanos o incluso en ligerísimo descenso, ya que sigue el río desde su nacimiento en Donaueschingen (Alemania) hasta su desembocadura en Sulina (Rumanía). La ruta está trazada mayormente por carriles-bici, aunque ante tanta longitud y el paso por diferentes países, debe de haber todo tipo de tramos diferentes. Pasa por Alemania, Austria, Eslovaquia, Hungría, Croacia, Servia y Rumanía, y evidentemente Viena aparece en mitad del recorrido. A la ruta se la supone señalizada. Yo tengo una guía de la misma, especial para cicloturismo, en cuatro tomos (me gustan los libros y los mapas…), y lo que es más importante: las ganas y el convencimiento de que si llego con salud suficiente, este trayecto sea una de las primeras actividades que llenen mi bien merecida jubilación (a la que aún le falta un rato largo…).

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