viernes, 17 de mayo de 2013

20. CAMINO SORIA

"¡Colinas plateadas,
grises alcores, cárdenas roquedas
por donde traza el Duero
su curva de ballesta
en torno a Soria, oscuros encanares,
ariscos pedregales, calvas sierras,
caminos blancos y álamos del río,
tardes de Soria, mística y guerrera,
hoy siento por vosotros, en el fondo
del corazón, tristeza,
tristeza que es amor! ¡Campos de Soria,
donde parece que las rocas sueñan,
conmigo vais! ¡Colinas plateadas,
grises alcores, cárdenas roquedas!...

[…]

¡Oh!, sí, conmigo vais, campos de Soria,
tardes tranquilas, montes de violeta,
alamedas del río, verde sueño
del suelo gris y de la parda tierra,
agria melancolía
de la ciudad decrépita,
me habéis llegado al alma,
¿o acaso estabais en el fondo de ella?
¡Gentes del alto llano numantino
que a Dios guardáis como cristianas viejas,
que el sol de España os llene
de alegría, de luz y de riqueza!"

Antonio Machado (Campos de Soria)


Debo llevar bastante tiempo haciéndome mayor. Lo digo porque desde hace algunos años hay varias actitudes personales ante la vida que me han ido cambiando. Mi escala de valores se ha ido transformando mucho: reduciendo el materialismo a favor de lo emocional; la ambición caracterizada por un deseo insaciable de acumulación de acciones, experiencias, trabajos, kilómetros, descensos… por la sostenibilidad que permite mantener y asegurar que los placeres de la vida y la felicidad perduren (calidad vital por encima de cantidad); cambiando el tipo de personas por las que sentía admiración antes, en relación a las que me provocan ese sentimiento ahora, casi siempre más “populares” las de antes y más difíciles de conocer las de ahora; una cada vez más acusada tendencia a vivir en el medio rural y menos en el urbano... El valor que le asigno en mi vida al dinero y al poder, y a casi todo lo referente a ellos también se ha transformado (totalmente a la baja). Eso es fácil de decir cuando uno no se encuentra sumido en la pobreza o cerca de ella (al menos por el momento), pero la verdad es que toda esta metamorfosis empezó a operarse en mí mucho antes de que la consabida crisis económica que nos asola, empezara ni siquiera a imaginarse en la ficción de algunas mentes avispadas. De hecho, cuando aún parecíamos disfrutar de una bonanza económica fastuosa, mi tranquila percepción del entorno ya se podía describir como un escenario de auténtica crisis social, de valores, educativa y de la felicidad.
Desde hace más de una década, vengo reflexionando, y manifestando en conversaciones de mucha confianza, que no me creo que un elevado porcentaje de las personas que viven en las grandes metrópolis españolas (Madrid y Barcelona especialmente, aunque también muchas otras), tengan necesidad de hacerlo allí. Hay quién de verdad no le queda más remedio por cuestiones laborales, pero sostengo que en gran parte de los casos, se debe a pura inercia y el hacerlo les supone una vida muchísimo más cara e infeliz que la que podrían desarrollar con similares recursos personales o de unidad familiar (no me refiero simplemente a la nómina), en muchos otros entornos geográficos de nuestro país. La vida en las grandes capitales es mucho más cara, dura, incómoda y crispada. No aporta, ni mucho menos más libertad, ya que la actual dictadura normativa que sufrimos resulta bastante más implacable en ellas. Y todo ese cuento de que te permite un desarrollo cultural mayor, es eso… un cuento, porque de todos es sabido que al teatro, a las exposiciones, etc. de las grandes ciudades, vamos más los de fuera, de visita, que los residentes, quienes al final no van nunca a nada. En España sigue habiendo una obstinada tendencia a agregarse o apelotonarse en grandes núcleos urbanos, no siempre bien urbanizados, comunicados ni dotados de servicios; o a amontonarse todos al borde del mar. Esto ha desestructurado el país desequilibrando el asentamiento de la población, algo bien diferente de lo que ocurre en Francia, y numerosos países europeos donde las opciones de interior, ciudad pequeña o entorno rural son concebidas como normales, modernas y acertadas. Cada cual que siga su camino y tome sus decisiones: la calidad de vida (real) está en juego. Y puestos a beberse una caña o tomarse un vino, los prefiero de calidad, a precio más que razonable, en un entorno agradable, sin codazos, sin frustraciones de aparcamiento y con gente mental y socialmente sana alrededor.
Esta reflexión viene motivada porque hoy voy a escribir sobre Soria. Provincia elegida por ser escenario de La Histórica, una de las próximas citas que me esperan en la Challenge. Para mi Soria evoca conceptos como felicidad, naturaleza, sencillez, humanidad, tranquilidad, sostenibilidad, paraíso, etc. Hace años que creo firmemente que los mejores países para vivir (y por ende las mejores comarcas) son aquellos que se encuentran lo suficientemente alejados del desarrollo puntero y del subdesarrollo extremo, los cuales muestran, cada uno a su modo, enfermedades sociales endémicas importantes. Cada vez que escucho o leo información bien documentada sobre Soria, me convenzo más de que estamos ante un ejemplo de equilibrio de convivencia humana en la que el entorno, la naturaleza, la cultura, las costumbres, el clima, las relaciones sociales, el ritmo, la salud… y un sinfín de características fundamentales para la vida, se configuran en una rúbrica inigualable, y a día de hoy rayana en la perfección. Mi interpretación de su realidad (quizá desinformada o errónea) es de que Soria sí que es “país para viejos”, para jóvenes, para niños y para personas felices en general.
 
 

 
La provincia es una auténtico paraíso natural (no es un lema simplemente). Llena de bosques, es de los lugares donde menos incendios hay (la gente feliz no es incendiaria). Tiene pueblos adorables, campos, montañas, agua y una capital de escala humana, que se traduce en un lugar fácil, agradable y económico para vivir. Soria ha recibido premios, menciones y reconocimientos europeos e internacionales como ejemplo de territorio y comunidad sostenibles. Y no hablamos de un área pobre desde un punto de vista puramente económico. Hablamos de un ejemplo de comarca en el que las personas y el territorio se respetan y se hacen la vida fácil mutuamente.
Una de mis canciones favoritas de la música española de todos los tiempos habla sobre Soria. No hago listas al respecto (me parece una solemne tontería) pero si tengo claro que hay algunas canciones que se hacen un sitio importante entre mis favoritas y allí se instalan de por vida, aunque puedan pasar años sin que vuelva a escucharlas. Ejemplos de ello son “Los Mimbrales” cuando la canta Carlos Cano, la versión original de “La chica de ayer” de Nacha Pop” y entre algunas otras… ”¡Voy camino Soria!” de Gabinete Caligari. Me encanta su ritmo, su combinación instrumental, su letra y su originalidad. No me puedo resistir a dejar de mencionarlo, e incluso a incorporarla a esta entrada. Para quien le apetezca, puede desde este momento leer y escuchar a la vez.




Mi relación con este territorio empezó de pequeño cuando durante algunos años mis tías y mi abuela vivieron en la capital, y mis padres nos llevaban de vez en cuando a verlas y pasar unos días con ellas. Tengo muy buenos recuerdos de entonces, de una Semana Santa en la que empezamos a familiarizarnos con la ciudad y sus alrededores. Entre otros parajes visitamos la iglesia-cueva de San Saturio al borde del Duero, construcción sorprendente para unos niños como nosotros y combinación religiosa-rupestre que después he visto repetida en Covadonga, Valderredible, Ojoguareña y tantos otros lugares, cargados de misticismo. También fuimos a las ruinas de Numancia, que nos emocionaron gracias a que nuestra infantil y entusiasmada imaginación se había previamente encargado de “colorear” el lugar con batallas y héroes (sin duda espoleada por la influencia, nada sutil, de la consabida enciclopedia escolar Álvarez, que otra cosa no sé, pero lo que eran héroes “nacionales”, los tenía a montones). Jugamos una tarde entre las hileras de columnas y capiteles de varios estilos del claustro de San Juan de Duero, desnudo ante el cielo, arraigado en la hierba y cerca del río. Me encantan esos vestigios románicos, góticos o medievales en general que se encuentran semiderruidos y conviven integrados en la naturaleza. Tal como me ocurrió hace años al encontrar el esqueleto de piedra de una iglesia gótica en Whitby, la combinación de los restos de arquitectura en piedra, con el pujante verde asilvestrado me seduce. Conocimos las dehesas y campos de los alrededores de la ciudad, y la mítica Laguna Negra en la Sierra de Urbión, que el día que la visitamos nos recibió como de boda… completamente blanca y congelada por una capa de hielo. Mis recuerdos de aquella época son ya borrosos y confusos, pero felices.
Poco después mi hermano Juan y yo fuimos enviados de nuevo allí a pasar el verano con la abuela y las tías. Tendríamos alguna edad indeterminada entre los 10 y los 14 años (no puedo precisarlo), y a esa edad, ya me diréis qué pueden hacer en Soria, en verano, dos chavales de Santander… ¡pues pasarlo en grande! Fue un veraneo fantástico lleno de piscinas, libertad urbana y campestre, nuevos amigos, ocio cultural suave y entretenimiento. Recuerdo dibujar paisajes y edificios: el pórtico románico de la Iglesia de Santo Domingo, el Palacio de los Condes de Gómara y la propia ermita de San Saturio. Recuerdo jugar al fútbol en “escampados urbanos”, comprar botellas de refrescos en una fábrica de hielo y beberlos tumbados a la sombra en la hierba del Parque de la Dehesa con los amigos. También recibir un regalo de pichones vivos dentro de una caja de cartón (un agradecimiento rural de la familia de alguna alumna que quería demostrárselo a mi tía materializado en forma de presente), que mi abuela mató pacientemente y mi otra tía cocinó con arroz blanco. Y una ciudad agradable, segura, tranquila, familiar, abierta y en la que el transporte urbano se hacía simple y llanamente innecesario. ¿Qué Soria no es una de las numerosas ciudades españolas catalogadas como Patrimonio de la Humanidad? ¡Ni falta que le hace!
También conozco su provincia, y jamás me ha defraudado. Ya he comentado algo del ciclismo que he hecho por allí en la entrada que escribí sobre puertos de montaña, pero he de añadir que también he pedaleado (y cargado con la bicicleta de montaña) por los cordales de la Sierra de la Demanda entre Burgos y Soria con algunos amigos. Recuerdo además una preciosa etapa sin puertos, en bicicleta de carretera, discurriendo toda ella por los extensos pinares ubicados al sur de la carretera que va desde Vinuesa a Quintanar de la Sierra. Conectando tramos de carreteras secundarias, con pistas asfaltadas y otras sin asfaltar, haciendo oídos sordos de algunos compañeros (y amigos) algo más sibaritas que yo, lamentándose por el estado del firme o sufriendo por sus bicicletas. Se ve que mi afición a los tramos más clásicos y al concepto “free-ride” y “dirty-road” del ciclismo de carretera, ya estaban instaurados en mi personalidad.
La moto ha sido otro medio de transporte con el que he disfrutado de lo lindo por la red de carreteras de esta provincia. En cierta ocasión la cruzamos de sur a norte, regresando con calma de un viaje por El Maestrazgo y por Cuenca. Aquella vez viajábamos dos parejas en sendas motos (la eterna K-75…), rodando por “España a lo ancho” (término que escuché por primera vez al carismático José Luís Algarra quien nos descubrió una España llena de secretos mágicos a través del cicloturismo más esencial). Es decir, escogiendo rutas olvidadas, tortuosas, recónditas, solitarias y sumergidas en parajes naturales aún preservados y en rincones legendarios de cultura casi olvidada. Más recientemente, Myriam y yo solos (también en moto, otra BMW más moderna) comenzamos a los pies de los Picos de Urbión, un largo viaje siguiendo al río Duero desde su nacimiento hasta su desembocadura en Oporto. Así que trazamos la amplia curva que el río dibuja por Soria, y que nos trasladó por sus montañas y por sus campos más al sur, permitiéndonos conocer y disfrutar de poblaciones interesantes como Almazán, San Esteban de Gormaz, Burgo de Osma, etc.
La montaña y el caminar tampoco pueden obviarse cuando decides entretenerte por estos territorios. Los Picos de Urbión ofrecen muchos itinerarios realmente atractivos y reconfortantes, donde se integran los bosques, las rocas, la vegetación de montaña y el agua que brinca y se hace camino por diferentes recovecos. ¡Un paraíso senderista! de verdad. Así anduvimos buscando las fuentes del Duero. En otra ocasión, en un entorno más seco y caluroso, bien distinto, pero no menos espectacular, estuvimos recorriendo parcialmente el Cañón del Río Lobos, por su lecho, bordeando la capilla levantada allí por los caballeros templarios y avanzando bajo los acantilados que esconden el río, que no parece detenerse en su vocación de excavar.
Siempre que he ido allí he querido volver. Siempre se me han quedado cosas pendientes. Cumbres a las que subir, lugares que visitar, recorridos por hacer, productos que degustar y estados de ánimo que recuperar. En esta ocasión, la celebración de La Histórica me provoca una doble motivación. Por un lado avanzar un poco más en el calendario de Clásicas ciclistas. Por el otro, una nueva disculpa para visitar esta provincia que tanto me gusta y tan buenos momentos me ha proporcionado cada vez que la he visitado. Echando un vistazo al recorrido he podido ver que voy a conocer algunas localidades en las que no he estado anteriormente, por lo que volveré enriquecido. El planteamiento de la ruta y su filosofía tiene una apariencia francamente sana, sugerente y apetecible. Nos proponen un recorrido mixto con algunos tramos no asfaltados, localidades de cierto renombre y un perfil asumible. La idea de incluir avituallamientos de carácter “clásico”, con productos de la tierra en lugar de suplementación alimenticia tecnológica, lo hace todo más atractivo, y espero que todo se preste para que todos podamos entablar allí nuevos lazos de amistad o camaradería. Todo pinta a que nos lo vamos a pasar muy bien, y con ese ánimo saldremos de casa, tratando de aprovechar un buen fin de semana de entretenimiento y disfrute.
Ya me parece sintomático el hecho de que los sencillos contactos electrónicos que he podido mantener con Alberto Faricle, me han dado muy buena espina. Yo ya había escuchado muchas alabanzas respecto a su evento, procedentes de algunos ciclistas clásicos habituales a las escasas pruebas que hay en España. Pero además, en el trato por correo electrónico, me ha parecido, a simple vista, una persona entusiasta, llana, sencilla, abierta y con ganas de recibir a los demás ¡un anfitrión! Precisamente esto me hizo, tras algunas dudas, sacrificar un viaje a Bélgica, donde en las mismas fechas se celebra la Retro Ronde, para no perderme La Histórica, y apoyar con nuestra presencia, la consolidación de esta ruta soriana. Alberto me animó a ello, me dijo que no me sentiría defraudado y estoy seguro de ello. Es pura intuición, pero sospecho que estamos ante otro “ciclista singular”. Hay eventos tras los cuales existe un amplio entramado organizativo, hay otros sin embargo detrás de los cuales hay alguna persona entregada (tal fue el caso de Sean y su Pendle Witches), quizá Alberto sea uno de esos ejemplos.
Por si a alguien le quedan dudas o le aborda la pereza de cara a asistir y participar a esta nueva cita, aquí os dejo el video de resumen de la edición anterior, para que disfrutéis del ambiente, a ver si las imágenes son capaces de ser más persuasivas que yo.
 
 



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